Me alegra leer en estos últimos días
que está aumentando en nuestras universidades el número de matrículas en
lenguas clásicas. Justifica esa alegría que se reconozca la importancia que
tiene todo lo relacionado con la cultura clásica para conocer la actual. Y es
que un campo muy específico de esas remotas culturas, la mitología, nos socorre
a la hora de conocer asuntos como el que no acaba de entender Zalabardo. Por
eso creo que conviene comenzar por el tema de la serpiente.
Fueron muchas las culturas antiguas
que veneraban a las serpientes. Las relacionaban con el mito de
la Gran Madre por vivir en las grietas de la tierra, tener capacidad de
afrontar los acontecimientos difíciles y saber adaptarse a diferentes
situaciones. En Egipto, se las consideraba símbolo de la sabiduría y se les
reconocían facultades para la premonición. El mito méxica cuenta que el hombre
fue creado a partir de la mezcla de huesos con el semen de Quetzalcóatl,
la serpiente emplumada. Y de la cultura griega aún conservamos el
Caduceo (una vara de olivo rodeada por dos serpientes
enroscadas y coronadas con un par de alas), símbolo del Comercio; la Vara de
Asclepio (una vara en la que se enrosca una serpiente), símbolo
de la Medicina; y la Copa de Higía (una copa en la que se enrosca una serpiente
que deposita en ella su veneno), símbolo de la Farmacia. Sería la cultura
judeocristiana la que atribuyese a la serpiente connotaciones
negativas, asociándola con una concepción de la mujer como inductora al pecado;
eso es lo que se nos cuenta en el Génesis.
Pero vamos a detenernos en la mitología griega. Cuando Apolo decidió levantar el santuario de Delfos, se encontró con que, cerca de allí vivía Pitón, una monstruosa serpiente dotada de facultades adivinatorias y para curar pero que, a la vez, causaba grandes estragos devorando tanto a hombres como a animales. Apolo se enfrentaría a ella, la mató, la enterró junto al santuario y, al mismo tiempo, se apoderó de sus facultades curativas y oraculares. De este mito de Apolo proceden otros. Asclepio, hijo suyo, mostró una gran habilidad en el uso de prácticas curativas hasta el punto de que se le considera dios de la medicina y la curación. Su símbolo es una vara en la que aparece enroscada una serpiente porque se decía que el veneno de la serpiente contenía en sí mismo el principio de la sanación. Y entre los hijos de Asclepio, conviene citar a Higía, de la que se dice que es personificación de la salud. Por eso se la representa portando en la mano una copa en la que recoge el veneno de una serpiente que aparece enroscada en ella. Ahí tenemos la razón de la Vara y de la Copa que hemos citado. El Caduceo, que no tiene que ver con el tema de hoy, fue un regalo de Apolo a Hermes. En el fondo, pues, todo remite a la historia de Pitón, la serpiente divina.
Nos queda ―le comento a Zalabardo― ver lo
demás, qué pasa con botica y con farmacia. El
indoeuropeo tenía una raíz dhē-, que significaba ‘poner’ o
‘arreglar’. De ella surgiría el término griego theka, ‘caja’,
‘bolsa’, que, con la preposición apó es el origen de apotheka,
que hay que entender como ‘donde se guardan las cosas’. De apotheka
provienen nuestras boticas, bibliotecas, pinacotecas,
hipotecas e, incluso, otras que nos pueden parecer más raras,
como potingue. Debe tenerse presente que la botica,
término culto, ya que el popular es bodega, en el origen significaba
‘almacén o depósito’ en el que, más adelante, comenzaron a venderse toda clase
de productos, incluidos los que podían considerarse remedios curativos, pues,
en el principio, la medicina era una actividad mágico-religiosa practicada en
los templos o por curanderos ambulantes.
En griego, además, había otras dos palabras,
muy parecidas y que, tal vez por su semejanza, acabaron fundida en una sola. Pharmakós,
la más antigua, designaba la víctima de un sacrificio ―lo que podemos llamar
también chivo expiatorio― que se ofrecía para purificar a una
comunidad y liberarla de las faltas cometidas contra los dioses. Era un remedio
que sanaba el mal cometido. Más tarde apareció el phármakon, que
era una sustancia, obtenida mediante la mezcla de otras muchas, que alteraba la
naturaleza de un cuerpo. Tal vez por la vieja creencia popular de los efectos
del veneno de las serpientes, esta alteración podía buscar tanto un
efecto benéfico como nocivo, razón por la que phármakon significaba
a la vez ‘remedio’ y ‘veneno’.
El fármaco lo elaboraban en los primeros tiempos los propios curanderos y quienes decían tener la facultad de sanar. Fueron muchos los autores antiguos ―en Grecia, en Roma, en Oriente…― que escribieron libros sobre plantas y sus propiedades curativas. Concretamente un malagueño, de Benalmádena, Ibn al-Baytar, escribió el Libro de los alimentos y medicamentos simples. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que las boticas comenzasen a conocer las propiedades de plantas y otros productos con valores curativos y los preparasen en sus propios establecimientos. Sin embargo, parece que sería en Italia, en un monasterio, Santa María Novella, hacia 1221, donde se montase el primer laboratorio y dispensario de productos específicamente curativos; es decir la primera Farmacia europea. Y la primera española, que aún se conserva, aunque como museo, se abrió en 1415, en Llívia, pueblo de Girona.
3 comentarios:
Una lección fantástica, se la pasare a un amigo boticario. Imagino que pitonisa vendrá de la Pitón que comenta, no?
Cuando de pequeño,me utilizaban para hacer "mandáis", " ves a l botica y le dices al boticario..." que te dé...y lo apunte.
Léase "mandaos" y no "mandáis".
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