«La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Así inicia Antonio Machado su Juan de Mairena. Arturo del Villar, en un estudio de la obra del sevillano, interpreta que, con esa proposición, Machado está defendiendo la existencia de una verdad inconmovible de la que emanan todas las verdades comunes. Sin embargo, mientras Agamenón asiente, su porquero no acepta el argumento. Agamenón y el porquero sostienen visiones diferentes, incapaces de armonizar su pensamiento. Le digo a Zalabardo que he comenzado la lectura de Nexus (Una breve historia de la información), último libro de Yuval Noah Harari. ¿Qué llevo, cincuenta o sesenta páginas? Suficiente ―le digo a mi amigo― para reconocer que estoy de nuevo ante ese espíritu crítico que ya reflejaba el autor en Sapiens. De hecho, en la primera página nos suelta una frase que conmociona: «Si los sapiens somos tan sabios, ¿por qué somos tan autodestructivos?»
Cuesta poco echar una ojeada a
nuestro entorno, sea el más cercano u otro algo más alejado, para comprobar la
verdad de este aserto: somos una sociedad más predispuesta a la autodestrucción
que a la convivencia armónica. El punto de partida de Harari es la pregunta
sobre cómo la acumulación de tanta información ―lo que debería ser considerado
como avance― se convierte en una especie de maldición que pudiera llevarnos a
la extinción. Tal vez por eso comience previniéndonos contra lo que él llama idea
ingenua de la información, que sostiene que «algo es información si se
usa para intentar descubrir la verdad». Si esto fuese cierto, no sería difícil
que la información de que disponemos nos llevara hasta un punto común de
encuentro. Pero no. Lo inmediatamente constatable es que vivimos sometidos a
una situación de caos y crispación que no sabemos en qué concluirá
Años antes de Juan de Mairena, en uno de los proverbios incluidos en Nuevas canciones, Machado había escrito: «¿Tu verdad? No. La Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela». ¿No hay entonces una verdad única en la que podamos coincidir todos o es que la verdad se la inventa cada uno a su antojo? Un repaso a la historia del pensamiento humano nos revela la dificultad de hallar una noción clara de qué sea la verdad. Para Sócrates, «la verdad se identifica con el bien moral»; por tanto, lo que sea bueno ha de ser verdadero. Platón, próximo a esta idea, la ampliaba: «la verdad es el bien, emparentado con la felicidad». Santo Tomás de Aquino, recogiendo el testigo de Aristóteles, decía que «la verdad es la relación de correspondencia entre el entendimiento y la cosa, es decir, la realidad». Frente a ellos, Kant es más pesimista y dice que «la verdad es intersubjetiva, puesto que no existe acceso a la verdad absoluta». Podríamos seguir hasta quienes niegan que exista algo que podamos llamar verdad.
En el arranque de su libro, Harari
parece coincidir con la idea aristotélica puesto que afirma que la verdad debe
entenderse «como algo que representa de manera precisa determinados aspectos de
la realidad». Aceptar esta afirmación ―nos dice― exige aceptar que existe una
realidad universal. ¿Qué significa esto? Que las personas, las naciones, las
culturas pueden ser diferentes y tener opiniones incluso enfrentadas, pero que
de ningún modo podrán presumir de poseer verdades contradictorias. «Aquel que
rechaza el universalismo rechaza la verdad», concluye.
Si contemplamos nuestro mundo, el ambiente
en que nos movemos, ¿cuál es el mayor problema? El de la representación precisa
de la realidad, que, aunque sea una, es contemplada desde muchos puntos de
vista. ¿Es la realidad que defienden los palestinos la misma la misma que
defienden los israelíes? ¿Es la misma la que contemplan los rusos que la que
miran los ucranianos? ¿Qué noción de realidad defienden las distintas
religiones para proclamarse ―todas ellas― la única verdadera? ¿Es la realidad
de que habla Sánchez la misma de la que habla Feijóo? ¿Comparten
realidad semejante Trump y Harris? ¿Concluiremos en que en hay
realidades distintas? Sin embargo, yo creo que debe existir esa realidad
universal, por muy compleja que se nos muestre.
Harari responde en parte a mis dudas al sostener que, por una parte, la realidad que pretendemos representar «incluye un nivel objetivo con los hechos objetivos que no dependen de las convicciones de un particular». Que todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna es un hecho incontrovertible; nadie lo discute. Pero, al mismo tiempo, «la realidad que pretendemos representar incluye un nivel subjetivo con hechos subjetivos como las opiniones y los sentimientos de personas diversas». Por eso no se alcanza un acuerdo sobre cómo hacer posible que a nadie falte esa vivienda digna, hecho que consideramos realidad universal.
La experiencia nos muestra ―le digo
a Zalabardo― que lo que para mí es bueno otros lo consideran malo. Ahí está la
razón que conduce a esa noción ingenua de ver la información como el intento de
representar la realidad, porque abundan los casos en que la información no representa
bien la realidad. ¿Nos vale la información que transmite Maduro para
conocer la realidad de Venezuela tras las elecciones? ¿Cuál de las diferentes
visiones que se dan sobre el hecho migratorio en la sociedad española representa
la realidad y, en consecuencia, deberíamos considerar como la verdadera?
En este punto es en el que hay que
analizar qué información es base sólida para representar la realidad, es decir,
la verdad. Porque, frente a lo que sea la recta información, nos enfrentamos a
una información errónea y a la desinformación. La
primera la produce una «equivocación involuntaria que tiene lugar cuando
alguien intenta representar la realidad, pero la entiende mal». La segunda se
da cuando nos topamos con «una mentira deliberada que se produce cuando alguien
pretende distorsionar conscientemente nuestra visión de la realidad». La
información errónea pudiera disculparse. De la desinformación, en cambio, se valen
personas o grupos que la supeditan la obtención de beneficios de los que solo
ellos disfrutan.
Si eso es lo que sacas de esas
primeras cincuenta páginas ―me dice Zalabardo― y te quedan aún por delante cuatrocientas,
parece que el libro de Noah Harari, aparte de mostrarnos una situación turbadora,
se presenta interesante.
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