Las
tradiciones las imponen los dioses, y los dioses no saben lo que es la vida.
Las tradiciones las aceptan los hombres y los hombres no saben qué es mejor
para ellos desear (Ovidio)
Pasados estos días de excesos, me
siento junto a Zalabardo para desintoxicarnos con una charla relajada. Zalabardo
saca el tema del origen de las tradiciones de estas fechas y le digo lo que
bien sabido es: en casi todo encontramos reflejos de las Saturnales romanas,
fiestas en que celebraba el nacimiento de un nuevo periodo de luz (solsticio de
invierno) tras la finalización de las labores del campo y de la época más oscura
del año. Fiestas que, a su vez, se inspiraban en fuentes anteriores; de hecho,
en torno al 25 de diciembre, a lo largo de la historia se ha venido celebrando, aparte el nacimiento de Cristo, los de Mitra, Adonis, Buda, Zaratustra, Horus y no
sé cuántos más. La Iglesia, como
hicieron otras creencias, adaptaron costumbres ancestrales a la nueva fe.
Eran fiestas, las Saturnales, en que
los romanos venían a unir lo que nosotros consideramos Navidad y Carnaval.
Había ceremonias de purificación, se limpiaban las casas, se desechaba el
mobiliario viejo, se intercambiaban regalos. Se hacían, en fin, propósitos de
limpiar las conciencias durante un periodo de festejos y desmanes, entre los
que la comida solo era uno de ellos. Y todos se deseaban paz y felicidad.
Muy semejante a lo de ahora, que
vivimos tiempos revueltos y conflictivos, me dice Zalabardo; se lo tomaban como
una especie de borrón y cuenta nueva. Tal vez ello explique que, entre tantos parabienes
como intercambiamos, se haya colado ese deseo manifestado en la expresión, que
se ha hecho refrán, Año nuevo, vida nueva.
En ese punto nos liamos un poco,
porque si él se muestra partidario del dicho, yo no lo tengo tan claro. No voy
a decir que nuestra vida sea perfecta, no pretenderé convencer a nadie de que
vivimos una edad de oro ni en la Arcadia feliz. Tampoco sé si tal supuesto sería
deseable. Pienso que la vida, en general, debe tener de todo, momentos casi mágicos
unidos a otros que no lo son tanto. Y que a nadie le viene mal hacer periódicamente
un examen de conciencia y un recto propósito de corregir los errores.
Pero no seamos radicales. La vida no
es tan mala; no hay que la vuelta como si de un calcetín se tratara. Celebremos
la Navidad, deseemos felicidad, paz, que se cumplan los sueños e ilusiones, que
desaparezca la injusticia; ¿pero por qué
pedir entonces ponerlo todo patas arriba? Le recuerdo las palabras que
pronuncia un personaje mío al que aconsejan rehacer su vida: ¿Qué vida hay que rehacer? Se rehace lo que
uno está convencido de haber hecho mal, la vida torcida a causa de un yerro culpable.
Y creo que tiene razón. Algunos lo
habremos hecho mal, rematadamente mal incluso. Pero la mayoría somos
normalitos. Como decía Pascual Duarte: Yo señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
Que cambie quien deba cambiar. Que inicie una nueva vida quien la haya llevado
torcida. Pero los demás, ¿por qué han de cambiar por completo?; para la mayoría,
creo, con que nos demos una mano en chapa y pintura puede ser suficiente.
Feliz 2017 a todos.
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