Siendo
tantos y tan varios los objetos de la policía pública, ni es de extrañar que
algunos, por escondidos o pequeños, se escapen de su vigilancia, ni tampoco
que, ocupada en los medios, pierda alguna vez de vista los fines que debe
proponerse en la dirección de los importantes (Gaspar Melchor de Jovellanos)
Concepción Arenal |
Aunque lo parezca, no tengo
intención de hablar, dada la proximidad del Día de la Mujer, del manido tópico
que tanto vemos en el cine del policía bueno y el policía malo aplicándolo a
agentes del sexo femenino.
Lo que ocurre es que difícilmente se
me olvida el chasco sufrido por mi buen Zalabardo cuando, recién ingresados en
el servicio militar obligatorio (los jóvenes de hoy no saben qué es eso) se
encontró con que la primera tarea que le asignaron fue servicio de policía. Radiante
de alegría, comentó: “Han visto que soy persona seria y sirvo para guardar el orden”.
El desengaño fue inmenso cuando descubrió que lo que le adjudicaban no era otra
cosa que la limpieza de las letrinas. Porque, si no estoy equivocado, el ejército
ha sido la última institución en que se ha venido manteniendo el sentido más
clásico y original de la palabra policía.
Comencemos por aclarar, tal vez
alguien no lo sepa, que esta palabra, policía, ha ido sufriendo una
paulatina alteración, un proceso metonímico, que ha hecho que, con el tiempo,
pierda su sentido más recto y elogiable y se quede solo con el más feo y desagradable.
Ya en el Diccionario de Autoridades
(1737), leemos esta definición de policía: 1. La buena orden que se observa en las Ciudades y Repúblicas,
cumpliendo las leyes y ordenanzas establecidas para su mejor gobierno. 2.
Cortesía buena crianza y urbanidad en el trato y costumbres. 3. Aseo, limpieza,
curiosidad, pulidez. En cambio, si nos vamos a la más reciente edición del DRAE,
la primera definición que leemos es: Cuerpo
encargado de velar por el mantenimiento del orden público y la seguridad.
De designar el buen orden y limpieza necesarios para las ciudades ha pasado,
pues, a designar al cuerpo que vigila que ese orden se cumpla.
Esos fenómenos, que no son raros en
la lengua, hacen que en ocasiones nos extrañemos al leer textos clásicos. Por
ejemplo, Jovellanos tituló el
informe del que tomo la cita inicial, de 1790, Memoria para el arreglo de la
policía de los espectáculos y diversiones públicas, y sobre su origen en España.
Por supuesto, don Gaspar Melchor no proponía
ninguna reforma de los cuerpos de seguridad, sino la adecuación y ordenación de
los espectáculos y diversiones que tenían lugar en su época.
Concepción
Arenal (1820-1893), escritora, investigadora, activista, defensora de la
reforma del estado de las cárceles, defensora de los derechos de la mujer, impulsora
del feminismo en el siglo xix, escribía
en su Examen de las bases aprobadas por las Cortes para la reforma de las
prisiones, de 1869: El Ministerio
de la Gobernación podrá acordar la creación de destacamentos en cualquier parte
de la Península… destinando a ellas, bajo las condiciones reglamentarias, a los
sentenciados a penas aflictivas en las que sea forzoso el trabajo… Podrán conceder
un número de los mismos a los pueblos que los soliciten para el servicio de policía local u obras de
ornato público. Hoy se escandalizarían muchos al leer tales palabras y
pensarían: “¿Qué es esa barbaridad de enviar reclusos a actuar de agentes del
orden?” Pero lo que doña Concepción proponía,
ella, que había sido la creadora de la frase Odia el delito, pero compadece al
delincuente, no era sino la creación lo que hoy llamamos servicios a la
comunidad, que se aceptase la redención de penas por el trabajo. Por eso pedía
a las Cortes que se crearan cuadrillas de reclusos que fuesen enviados a las
localidades que lo requiriesen para colaborar en las obras públicas y en la
limpieza de las ciudades.
Esta insigne mujer, en una época mucho
más complicada que la nuestra para que a alguien de su sexo se la tuviese en
cuenta a la hora de opinar sobre asuntos sociales, vivía volcada, aplicando
todas sus fuerzas, en la defensa no solo de la condición femenina, sino de la
de todos los necesitados. Y lo hacía a tiempo completo, proponiendo medidas
lógicas y no con esas manifestaciones tan folclóricas como carentes de decoro,
cuando no llenas de ordinariez, que vemos estos días en las procesiones del
santísimo coño insumiso y cosas así. Porque la solución a problemas tan serios
como los que se plantean solo se consigue luchando sin tregua todos los días de
cada año, no reduciéndolos a la anécdota festiva yu soez de un solo día.
Policía baja de Huaral,. Perú (Foto de Huaralenlinea) |
Le digo a mi amigo que esto último
ha sido un desahogo tras haber visto esta semana una serie de manifestaciones
que considero muy poco serias.
Retomo la línea principal. El
escritor peruano Ricardo Palma
(1833-1919) elogiaba al virrey de Perú Manuel
Amat y Junyent diciendo de él: Amat
cuidó mucho de la buena policía, limpieza y ornato de Lima, por cuantas
obras promovió en beneficio de la ciudad.
Y es en América, la de habla
española, donde aún conserva este uso de policía para referirse a la
limpieza. En un periódico digital de Huaral, Perú, leo la noticia de que ha
sido dotada con medios más modernos y eficientes la policía baja de la ciudad
(así se llama al servicio de limpieza)
Pero ya digo, hoy identificamos policía
más con represión que con urbanidad y limpieza. Y, lamentablemente, los propios
agentes también se confunden. Por eso los vemos más preocupados en poner multas
que en realizar una labor educativa para que se cumplan las buenas maneras, la
urbanidad y el aseo de las ciudades, evitando que hayamos de ir por las aceras
luchando para que no nos atropelle una bicicleta, mirando al suelo para no
pisar los excrementos de perros, o haciendo que podamos pasear por las calles
sin que nos obstaculicen el paso las terrazas de los bares o podamos dormir sin
que nos robe el descanso el exceso de ruidos a cualquier hora del día o de la
noche. Esa labor de policía (de urbanidad, de limpieza, de buen orden) es la que
habría que fomentar. Esa sería la buena policía. La otra, la que tenemos,
es en gran medida una mala policía.
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