Lo
que es seguro es que nadie la usa siempre [la lengua] de la misma y única forma, que nadie es monocorde en su empleo, ni
siquiera las personas menos cultivadas y más brutas que imaginarse pueda. En
cada ocasión sabemos lo que conviene, y solemos hacerlo instantánea e
intuitivamente. (Javier Marías)
Pero, según se ve un día y otro, por
desgracia no es así, y quienes deberían dar ejemplo no lo dan. ¿Resultado? Que cada
día escribimos y hablamos peor. Parece que todos deberíamos tener claro que establecer
ese contacto lingüístico con nuestros semejantes es posible con solo respetar
muy simples: el de la corrección (que nos pide acomodar la
lengua a las exigencias gramaticales del sistema) y el de la propiedad
(que nos pide ajustar de modo exacto la palabra que usamos con lo que queremos
decir).
La realidad, en cambio, nos inclina
a imponer cada día con mayor rigor la dichosa corrección política y ya
no hay quien no ejerza su supuesta prerrogativa de exigir la prohibición de lo
que no le gusta escuchar. Siempre encontramos quien se molesta de que se empleen
términos como ciego, cojo, gitano, autista,
etc., sin tener en cuenta que los prejuicios están en nosotros, no en las
palabras. En tanto, he aquí que nos olvidamos de la corrección sin más, libre
de adjetivos. Y, claro está, de la propiedad léxica. Me servirán de ejemplos
dos textos recientes, del pasado miércoles, uno de El País y el otro de El
Mundo. Curiosamente, en el primero vemos cómo se infringe la corrección
mientras que en el segundo es la propiedad lo que se desprecia.
El País nos contaba que alguien ha
conseguido vender dos antiguas bolsitas de kétchup por la nada despreciable cantidad
de 15.000 dólares. Pero es que, según el texto, No son dos dosis cualquiera de ketchup,
sino que una de ellas es una rareza vintage. ¡Magnífico!, el autor ha
sido capaz de utilizar a la perfección un extranjerismo, vintage, que designa lo
que ‘aun sin ser una antigüedad se ha revalorizado con el paso del tiempo’, aunque
a la vez ignora que el plural de cualquiera es cualesquiera (como el de quienquiera
es quienesquiera)
y que la palabra kétchup necesita la preceptiva tilde que exigen las palabras
llanas terminadas en consonante que no sean n ni s. Sigo leyendo y me
entero de que, preguntada si volverá a poner en el mercado bolsitas de tales
características, La cadena ha respondido que ya veremos. “Nunca decimos nunca, porque
cuando nuestros clientes hablan, escuchamos”. Bien por parte de la cadena,
pero mala la redacción. ¿Sabe la persona que haya escrito el texto la diferencia
entre estilo directo y estilo indirecto? El primero se
utiliza para reproducir palabras de alguien tal como fueron emitidas. La norma
pide que se escriban entre comillas y en el tiempo verbal correspondiente a cuando
se pronunciaron. Así pues, “Nunca decimos nunca…”, estilo
directo, está perfectamente escrito. Sin embargo, en el final de la oración
anterior se mezcla un estilo y otro. Si se prefiere el indirecto, se debería
haber escrito: La cadena ha respondido que ya verían; pero si se prefiere el directo
la redacción habría de ser: La cadena ha respondido: “Ya veremos”.
No quiero pasar por alto, como final, otra de las frases: La salsa han vuelto a la vida.
¿Es posible que alguien que trabaja en un periódico (sea redactor o corrector)
no sepa a estas alturas la necesaria concordancia de número y persona entre
sujeto y verbo?
Wadi al-Natrum |
Y vamos con el reportaje de El
Mundo. Está dedicado a un complejo de varios santuarios coptos en el
norte de Egipto, Wadi al-Natrum, donde se ha producido un atentado terrorista.
En el texto leo, entre otras, las siguientes frases: 1. Aún hoy, la paz habita su
geografía. 2. Sus confines acogen hoy la segunda residencia
del patriarca copto. 3. [El ataque] dejó una procesión de heridos.
Alguien podría tacharme de quisquilloso y decirme que el DRAE recoge ya geografía
como ‘territorio’ y confín como ‘término o raya que divide las poblaciones y señala
sus límites’. Pero es que a la fuerza ahorcan. El diccionario, es necesario que
se sepa, no es normativo; se limita a recoger un uso que se extiende. Por eso
en él encontramos almóndiga y vagamundo, y no por ello dejan de
ser vulgarismos. Desde hace muchísimos años se viene insistiendo en que geografía
es, si hablamos con propiedad, ‘la ciencia que trata de la descripción de la
tierra’, lo mismo que climatología es ‘la ciencia que estudia
los climas’. Si queremos hablar de un lugar o de un conjunto de condiciones
atmosféricas de un lugar, hablaremos de espacio, terreno, lugar,
etc., o de clima, condiciones meteorológicas,
etc. Y confín, propiamente, es el ‘último término a que alcanza la
vista’. Por eso, en este reportaje se debería haber dicho que dentro de sus límites se
encuentra… El tercer caso es ya lisa y llanamente una barbaridad. Procesión
significa ‘acto de ir ordenadamente de un lugar a otro muchas personas con
algún fin público y solemne, frecuentemente religioso’. Me resulta difícil imaginar
un grupo de heridos disponiéndose ordenadamente en fila para dirigirse a
ninguna parte.
Para rematar, le cuento a Zalabardo
que el día siguiente, jueves, escuché cómo en una emisora de radio hablaban con
entusiasmo de las fiestas de un pueblo ancestral. Tampoco ellos
sabían que ancestro (por lo general se utiliza en plural, ancestros)
designa a los antepasados. Un pueblo podrá ser un pueblo antiguo o el
pueblo de nuestros ancestros; pero deberíamos evitar hablar de pueblo
ancestral.
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