Converso con el hombre que siempre va
conmigo
(Antonio Machado)
Foto de Francis Silva (diario SUR) |
No es necesario que surja un
instante importante en nuestras vidas para que Zalabardo y yo conversemos. A
menudo hacemos examen de conciencia y analizamos lo que nos queda por delante,
que cada día es menos. Repasamos, pues, ilusiones, achaques, errores, deseos,
pequeños éxitos y medianas decepciones. Y siempre acabamos estando de acuerdo
en que ni la vanidad, ni la ambición, ni la envidia ni el rencor, a más de
otros vicios, conducen a ninguna parte.
Me decía Zalabardo un día que jamás
entenderá esa cláusula que, con más frecuencia de la deseada, incluyen las
ofertas de trabajo: “Se precisa joven con experiencia”. Sostiene que es un
contrasentido porque, si se es joven, lo natural es carecer de ella; y si se
tiene, es muy posible que no se sea tan joven. Y continúa razonando que los
mayores tenemos bastantes veces una visión desenfocada de la realidad. Saca a
colación, en esos momentos, las palabras de Machado en Juan de Mairena: En general, los viejos sabemos, por viejos,
muchas cosas que vosotros, por jóvenes, ignoráis. Y algunas de ellas —todo hay
que decirlo— os convendría no aprenderlas nunca.
Nuestra última conversación la
motiva una experiencia cercana. Sabe Zalabardo que, por mi edad, estoy curado
de espanto respecto a muchas cosas y no alimento ambiciones que me van quedando
lejos. Ambicionar más de lo que está a mi alcance podría significar un gran
batacazo. Decía Quevedo: A los ambiciosos que suben a alguna dignidad
se les puede preguntar si suben a estar, o suben a subir, o suben a caer. Y
escribió Fray Luis de León: A mí una pobrecilla /mesa, de amable paz
bien abastada / me baste.
Francisco Ruiz Noguera |
La otra persona participó en la
presentación, Antonio Ortín,
periodista y escritor, se sumó a los elogios y añadió alguno, como que mi
novela ayuda a dar a conocer lo que es el alzhéimer en una sociedad que tiende a
estigmatizar a quienes padecen esta enfermedad.
Antonio Ortín |
He aludido antes a mis años y a la
circunstancia de que no me ciega la ambición. Creo saber, y procuro no
olvidarlo, dónde estoy. Sé que poca gloria voy a alcanzar en este mundo de la
literatura que requiere tiempo, dedicación y sacrificios. Como creo saber cuál
será el círculo en que se mueva mi novela. Pero con esto no quiero decir que me
considere ya fuera de onda. Recuerdo cómo comenzaba Epicuro su Carta a Menelao: Quien afirma que aún no le ha llegado la
hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha
llegado ya el momento, o que ya lo dejó atrás. Nunca será demasiado tarde
ni demasiado pronto.
Le aclaro a Zalabardo que por ese
motivo he comenzado este apunte de la manera en que lo he hecho. Porque, si
bien es verdad que no me quejo del limitado horizonte que se extiende ante mi
novela, me rebelo ante la situación lamentable que han de sufrir muchos jóvenes
que luchan por abrirse camino en este difícil mundo. Jóvenes entre los que, sin
duda, hay bastantes con méritos sobrados para que alguien les eche una mano y
publique sus creaciones. Pero las editoriales, muchas de ellas, son remisas a
apostar por ellos, ya que no atienden al talento. Miran más la edición como
negocio. Quieren autores consagrados que suponen un beneficio seguro. Y, de los
nuevos, prefieren apostar por quienes han alcanzado un alto índice mediático,
sin importar que sus escritos sean de calidad más que dudosa. Han montado ese
negocio del superventas, el libro que
arrasa, que se compra porque con artificios publicitarios se ha conseguido que
sintamos la necesidad de comprarlo, pese a que, en no pocas ocasiones, no lo
leeremos nunca y pese a que, en el plazo de unos meses, será un fenómeno
olvidado que hay que sustituir por otro.
En este panorama, se rechaza a
jóvenes que trabajan con ahínco y con ilusión, no pocos con maestría, y se los
condena a ese mundo casi marginal de la autoedición, con tiradas mínimas y con
demasiados obstáculos para que su voz y su obra llegue a un público amplio,
porque no cuentan con ningún departamento comercial que los respalde. Las
grandes editoriales, muchas de ellas, al menos eso creemos Zalabardo y yo, viven
para el éxito prefabricado, el libro por encargo cuya venta está garantizada
incluso antes de haber visto la luz.
A los jóvenes se les seguirá pidiendo
que acumulen experiencia. Pero, si no les facilita el camino, si no se les
otorgan oportunidades, ¿cómo lograrán esa experiencia?
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