Fue al siervo de Dios
est’ enfermo levado,
cambïolo Tüencio de sos
uebos guisado,
Millán cuando lo vïo
reciviolo de grado,
ovo d’él grant cordojo,
ca era muy lazdrado.
(Gonzalo de Berceo)
[Llevaron el enfermo al
siervo de Dios / provisto de todo lo necesario por Tuencio; / lo recibió san
Millán de buen grado, / y se compadeció de sus penas]
Imagen de una falsa historia sobre la ruptura de una parejaa |
Cualquier herramienta es buena si le
damos el empleo para el que fue creada. Esta afirmación vale, por supuesto,
para Internet. Quienes hemos llegado ya a una edad como la mía, miramos hacia
atrás y comprobamos los medios rudimentarios con los que debíamos afrontar
nuestra formación y la sed de conocimientos. Una regla, un tiralíneas, compás,
cartabón y, quienes tenían más suerte, alguna enciclopedia. En mis años escolares,
yo no llegué a conocer la calculadora, e Internet no será ni siquiera un sueño
para el más aficionado a la ciencia ficción. Le digo a Zalabardo que todos los
instrumentos que ponen a nuestro alcance son buenos si, a la vez que se nos
proporcionan, se nos enseña el adecuado manejo de los mismos, porque las nuevas
tecnologías, tal como se dice de las armas, las carga el diablo.
Internet, ¿hace falta decirlo?, es
una maravillosa fuente de información; pero, a veces, tiene uno la sensación de
que esa información llega a ser demasiada y, en no pocas ocasiones, falta de
calidad cuando no hasta peligrosa. Es muy fácil subir contenidos, pocos o nulos
los filtros que determinen cuáles son merecedores de estar en la Red y
demasiados los desaprensivos e irresponsables que se dedican a subir
incontables bulos, noticias sesgadas, falsas atribuciones, mentiras flagrantes y
teorías faltas de rigor. Todo ello, qué duda cabe, confunde y engaña a quienes
con buena fe se acercan a ella.
Hace unos días, le cuento a
Zalabardo, me llegó una de esas historias que dejan perplejo a quien las recibe.
Como muchas otras, era un tema intrascendente, de esos que, aparentemente, no
hacen mal a nadie; solo que, se empieza por ahí y se concluye en las actuales
posverdades que hoy nos invaden. No tienen otra base de credibilidad que el
argumento “pues lo he visto en Internet”. Y de ahí se deriva el daño. Que un
buen instrumento, manejado por manos desaprensivas, se convierte medio de
desinformación, cuando no en arma peligrosa.
Los romanos no juraban así |
El caso que cuento era la curiosa
tesis que mantiene que la palabra testificar proviene de que los
antiguos romanos, cuando querían jurar sobre algo importante, en lugar de
hacerlo sobre la Biblia, se cogían con la mano derecha los testículos. La historia
me sorprendió. Estaba casi seguro de que tal cosa no es cierta, pero dije a mi
interlocutora que investigaría. En efecto, he podido confirmar que esta burda
patraña circula, con más o menos variantes, en muchas páginas de Internet. Tantas,
que apenas si tienen fuerza para desmentirla las que, en menor número, tratan
de explicar de manera razonable la etimología del término.
Zalabardo y yo nos hemos ido a
fuentes más que fiables: el Diccionario etimológico indoeuropeo de la
lengua española, de E. A.
Roberts y B. Pastor; el Diccionario
Etimológico de la lengua castellana, de J. Corominas; Historias de palabras, de L. J. Calvet y mi ya bastante manoseado
Diccionario
latino-español / español-latino, de V. García de Diego, que me acompañó durante el bachillerato. Como
hacer una detallada exposición de los resultados sería algo largo, procuro
resumir al máximo.
En indoeuropeo existía una raíz trei-,
‘tres’ de la que derivan tres, trece, treceno,
tercio,
treinta,
trébedes,
terceto,
triángulo,
triple,
trébol
etc. Pero también otras que nos pueden extrañar, como tribu, originariamente
‘tercera parte de un pueblo’ y, finalmente, ‘pueblo’. De ella salen tribunal,
tributo,
contribuir,
tribuna,
distribuir,
etc. Además, había una forma indoeuropea compuesta, tri-st-i, que significaba
‘tercera persona presente en algo’, de donde surgió la forma latina testis,
‘el que declara en un juicio’. ¿Por qué testis?; porque se requería la
declaración de tres personas para decidir sobre un pleito. Esta intervención se
conocía en latín como testis facere, que es el verdadero
origen de testificar. En nuestra lengua, hubo una antigua forma testiguar,
sobre la que se formó el posterior testigo.
A la misma raíz hay que remontarse
para explicar testar y testamento,
llamado así porque era necesario hacerlo ante un tercero (es decir, un testigo).
También tienen ese origen testimonio, ‘declaración que se
hace’, contestar, ‘comparecer en un juicio’, base del actual ‘responder’;
detestar,
‘apartar a alguien, poniendo a los dioses por testigos’, que ha acabado
en ‘aborrecer’; o protestar, ‘confesar públicamente una fe’, aunque hoy lo
hayamos dejado en ‘quejarse’. No otro sentido tiene protestante, ‘que confiesa públicamente una fe’ como
denominación de una rama del cristianismo, ni otra cosa quiere decir ser testigo
de Jehová.
¿Y los testículos? No es más que
un caso de homonimia. La misma palabra, testis, que designaba a quien
declaraba en un juicio, se utilizó para llamar a las glándulas que permitían
reconocer a los varones, es decir, los testigos de su virilidad. Aunque,
para diferenciar ambos casos, en este último se recurrió a una forma
diminutiva, testiculus, origen de nuestro testículo.
¿Y qué pasa con los romanos?, me
pregunta Zalabardo. Entonces le aclaro que, también en Internet, podemos leer un
bien argumentado artículo de Bárbara
Durán que nunca entre los romanos existió esa forma de juramento
consistente en llevarse la mano a los testículos. Y añade que las formas
de jurar o declarar en juicios variaron mucho de unas épocas a otras: que los
hombres solían jurar por Hércules y las mujeres, por Cástor
y Pólux;
aunque los soldados podían jurar por su espada y muchas mujeres juraban por sus
cabelleras.
Zalabardo insiste: ¿Y qué son esos uebos
de los que hablas? Le contesto que, simplemente, me he acordado de cómo cambia el
lenguaje y que el tema me daba ocasión de poner este ejemplo. Nadie desconoce
hoy las locuciones manda huevos, por mis huevos y otras semejantes,
plenamente admitidas. Lo que quizá muchos desconozcan es su remoto origen. Porque
ha de saberse que huevos viene de ovum, mientras que uebos
viene de opus, ‘necesidad’. El DRAE sigue recogiendo uebos,
‘cosa necesaria’. Antiguamente, sobre todo en lenguaje forense, podía
solicitarse algo por uebos, es decir, ‘porque se considera necesario’. En
cambio, hoy se ha impuesto por huevos, donde la necesidad se ha
sustituido por la ‘exigencia o imposición de quien habla’.
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