(Miguel Delibes, 1958)
Piscina de Siloé |
Son los hablantes quienes reflejan
su personalidad y su ideología en el lenguaje. Se lo he explicado a Zalabardo de
forma reiterada y hoy vuelvo a ello al recordarle que, aunque la lengua
disponga de elementos que en su propia naturaleza contienen un matiz despreciativo
(atendamos a los sufijos de casucha, poetastro, bodorrio…),
la idea de desprecio solo se hace efectiva cuando, voluntariamente, decidimos
utilizar la palabra con finalidad ofensiva. Por eso, en ocasiones y desde
nuestra perspectiva, el político o la gente se convierten en politicastro
o en gentuza.
Mi idea, eso trato de transmitir a
mi amigo, es que la finalidad peyorativa o insultante está más en la intención
del hablante que en la propia naturaleza del lenguaje. Le pongo el ejemplo de
un recurso de nuestra lengua para formar palabras, el de unir un verbo con un
sustantivo. Muchas de estas palabras (guardamuebles, limpiacristales, portavoz…)
las percibimos como carentes de intención torcida. En otras encontramos un
matiz que, sin ser positivo, tampoco suena despreciativo (destripaterrones, buscabocas,
zampabollos…).
Hoy mismo leo en un artículo de David
Araújo que caganidos o secaleche, términos con que es
algunos países americanos se señala al ‘ultimo hijo de una familia’ son términos
poco honorables, y no termino de saber por qué. Por fin, hay otros, a mi juicio,
que siempre encierran una intención despreciativa hacia quien lo asignamos; picapleitos
o juntaletras,
valgan por caso.
Pila de agua bendita. Catedral de Medellín |
Me pregunta Zalabardo si habría que unir a ellas meapilas.
Le respondo afirmativamente y le pido que repare en su relativa novedad. El CORDE
(Corpus
Diacrónico del Español) no recoge más que dos documentos en que se
utilice meapilas antes de 1974. El más antiguo es el de Miguel Delibes que cito al principio. Su
origen parece tener un trasfondo hiperbólico y burlesco. Es un meapilas
quien, de tanto abusar del agua bendita, acaba por convertirla
en el principal componente de su orina. El DLE se limita a remitirnos a santurrón,
aunque lo cierto es que, en su uso, se le han ido sumando otras connotaciones. A
‘beato de misa y confesión diarias’ se le añadió ‘que, por detrás, hace lo contrario
de lo que predica’, y por ahí ha pasado a ‘gazmoño’, ‘hipócrita’ e, incluso, ‘individuo
falto de personalidad’.
Y, ya que se habla de pilas
y de agua
bendita, no estaría mal referirse a ambas. Conocida es la simbología
que en todas las culturas y religiones ha acompañado al agua y la tendencia hacia
el sincretismo (es decir, acoger fiestas, lugares y prácticas anteriores y
adaptarlas a su propia naturaleza) que acompaña, como a muchas otras religiones,
al Cristianismo. Aquí entra el agua, bendita o no, que en todas las culturas se
ha concebido como principio de vida, elemento purificador e incluso de sanación.
No olvidemos nuestro refrán Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
La ley judaica establecía la obligación de las abluciones
ante determinadas festividades o actos de la vida cotidiana. Las ciudades
judías tenían piscinas o fuentes de distinta naturaleza: para lavar el ganado y
purificarlo antes de un sacrificio, para abluciones o para sanaciones. El
carácter sanador del agua provenía, como todavía hoy se observa, de la
existencia de manantiales de aguas termales, sulfurosas, ferruginosas, etc., a
las que la gente sigue acudiendo en busca de remedio a sus achaques. El Islam,
otra religión con notables sincretismos, imitó estas costumbres judías y concedió
gran valor al agua en los ritos y en la vida diaria. En el Corán se lee: “Cuando os
dispongáis a hacer la plegaria, lavad vuestras caras y vuestras manos, hasta
los codos.” Y se siguen enumerando todos los casos en que es necesaria la
purificación mediante el agua.
Murillo: Jesús cura a un mendigo |
Y el Cristianismo no se quedó atrás. Sin embargo, leyendo
el Nuevo
Testamento, queda la duda de si Jesucristo
estaba a favor o en contra de los ritos de agua. Se sometió al bautismo de Juan en el Jordán; por san Mateo sabemos que llamó hipócritas
a los escribas y fariseos que le preguntaron por qué ni él ni sus discípulos
cumplían con las abluciones antes de comer; y por san Juan, que, al ciego que curó en Siloé, le dijo: “Ahora ve a la
piscina y lávate”, o sea, que se purificara, en tanto que al mendigo que se
hallaba junto a la puerta Probática y se quejaba de no tener quien lo llevara
hasta la piscina de la que se creía que tenía propiedades curativas lo curó sin
necesidad de acercarse al agua. Como vemos, una de cal y otra de arena.
No obstante lo anterior, en las basílicas
primitivas había estanques, fuentes o pilas de agua para las abluciones,
tal como aún se conservan en mezquitas musulmanas. Pero, y le digo a Zalabardo
que esta es una humilde tesis mía, llegó un momento en que los cristianos
desearon diferenciarse de judíos y musulmanes. Sería el papa san Alejandro quien, en el siglo ii aceptara el empleo del agua como elemento
purificador y estableciera el rito para bendecirla, con lo que ya aparece el agua
bendita. Y un obispo del siglo iv,
Tumis, habló de la costumbre de bendecir
el agua y el aceite para fines sanadores: En cambio, llegado ya el siglo v se comenzó a defender que los efectos
del agua eran más espirituales y sacramentales, aunque nunca se haya perdido la
creencia de que determinadas aguas puedan curar.
Pila de agua bendita. San Agustín de Valdefuentes |
Hay, además, otras cuestiones que explican la sustitución de
las fuentes o piscinas por las pilas. La obligación, necesidad o pía costumbre
de lavarse para aparecer limpios en los cultos fue origen de numerosos casos de
contagios y transmisión de epidemias. Solución lógica e higiénica a la vez: quitar
fuentes y estanques y poner pilas, a la vez que se prohibía
tocar directamente el agua que contenían. Tal cosa aconteció en el siglo xi; además, el agua había de aplicarse mediante
un aspersor (una rama de laurel, hinojo, palma o incluso un rabo de zorro,
antecedentes del hisopo). Para no alargar el relato, le recuerdo a Zalabardo
que, ya en el siglo xvi, san Carlos Borromeo decretó que las pilas
de agua
bendita habrían de estar dentro de los templos y no fuera; el material
de que estarían hechas y que serían dos, separadas una a la derecha y otra a la
izquierda, para hombres y mujeres respectivamente. A lo que se ve, tampoco en
aquellas fechas la Iglesia veía con muy buenos ojos el asunto de la igualdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario