Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin
pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se
refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.
(Jorge Luis Borges)
Zalabardo dice no entender la pasión
que siento por mi pueblo, Osuna, sobre todo si se atiende a dos razones: los
muchos años que llevo viviendo fuera y el hecho de que nacer en un lugar es
solo cuestión de azar. Mantiene mi amigo que ser de Osuna, de las Batuecas, de
España, de Uzbekistán o de Senegal no es más que una caprichosa decisión del
destino, por lo que, del mismo modo que soy natural de Osuna, podía haberlo
sido de Villafranca de los Barros, por poner un ejemplo no demasiado lejano.
De mi pueblo recuerdo, también, muchas
palabras que ya no oigo. Había ocasiones en que ayudaba a mi madre a preparar algofifas
con hojas de pita para fregar los suelos; mi padre me pedía que le sacara la damajuana
que había metido en el pozo, cogida con una cuerda, para que tuviese el agua
fresquita; veía a los hombres que salían a desvaretar los olivos o a los
cabreros que regresaban cargados de ramones para sus cabras; jugábamos
en las regueras de alguna huerta o en las cámaras de casa de los amigos,
donde se guardaban todo tipo de cachivaches o se colgaban de perchas chorizos
de la matanza; pasábamos largas horas sentados en el sardinel de cualquier
casa conversando; alguien comentaba que una tarea era muy manera; la voz de mi madre
reclamaba mi vuelta a casa y yo le pedía que me dejara jugar una mijilla
más. Miles de palabras que creía perdidas para siempre.
Digo que somos nueve los autores
elegidos para tal evento. Mi nombre se une al de estos otros que cito siguiendo
el orden alfabético de sus nombres: Antonio
G. Ojeda, Francis López Guerrero, José María Contreras Espuny, José Miguel Suárez Madrid, María Reyes Angulo Pachón, Manuel Jiménez Friaza, Quico Chirino y Víctor Espuny. Solo quiero resaltar tres cosas. Una, la alegría que
me produce observar cómo en mi pueblo pervive una antigua inquietud cultural,
debida en gran parte a aquella antigua Universidad que más tarde fue mi instituto.
La segunda, la circunstancia de que bastantes de nosotros coincidamos en reivindicar
el valor del recuerdo y la memoria y convirtamos el pueblo en espacio de nuestros
relatos. Y la tercera, el tremendo placer sentido, al leer los cuentos de mis
compañeros, viendo cómo ellos han conservado esas palabras que yo creía perdidas
y con las que ahora me reencuentro
Sí, porque leyendo los cuentos de
mis compañeros, he recuperado el recuerdo de las damajuanas, de los regueras,
de las algofifas y los sardineles, de las cámaras.
No voy a afirmar que sean todas palabras específicas de Osuna, cuestión muy difícil
de mantener; pero sí puedo decir que muchas de ellas había dejado de oírlas, al
menos con el sentido que en el libro se emplean, desde que salí de mi pueblo.
Leyendo los cuentos de estos compañeros, le digo a Zalabardo, he sentido una mijilla
de pellizco en el corazón, porque esas palabras aún viven.
Ese es el sentimiento del que le
hablaba a Zalabardo. Ese es uno de los hilos que forman la urdimbre sobre la se
dibuja el recuerdo que guardo de mi pueblo. El sentimiento que hace que Osuna,
sin ser mi patria, sea, no obstante, mi pueblo. A mí me gusta más lo segundo
que lo primero. Y, el Día del Libro,
espero encontrarme allí con muchos amigos y escuchar atentamente sus palabras.
Como Borges, tampoco yo imagino un
mundo sin libros.
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