De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
Nunca extrañéis que un bruto
se descuerne luchando por la idea.
(Antonio Machado)
Pero, creo que eso también lo he
dicho, nunca hablaré mal de las redes; constituyen, según palabras recientes de
Pérez-Reverte, una herramienta
rápida, multidisciplinar y potentísima. Y, como no podía ser menos, cualquier
herramienta es buena si la usamos de manera conveniente. Que una persona mate a
otra a martillazos no es culpa del martillo, sino del bestia que lo emplea para
lo que no fue pensado.
Así que, con todas mis dudas,
desconocimientos e inseguridades, un buen día pensé que nada malo existía en
aprender a utilizar un ordenador, o que el teléfono móvil (que yo me empeñaba
inútilmente en llamar portátil) podía resolver no pocos problemas, o que no hay
pecado en leer un libro en formato electrónico. Me introduje despacio, muy
lentamente, como el bañista temeroso, también ese era yo, hace en la playa. Y,
hace de ello doce años, comencé a escribir este blog, La Agenda de Zalabardo.
Prudente, o tímido, me pregunté, y discutí con mi amigo, de qué escribiría.
Zalabardo, razonable donde los haya, me aconsejó aquello de zapatero a tus
zapatos y puso énfasis, además, en que, sobre todo, procurara no dañar nunca a
nadie con lo que escribiera.
Le hice caso y pensé que no estaría
mal dedicar cada apunte a comentar dudas lingüísticas, tratar de corregir
vicios que se cometen al hablar o escribir, difundir curiosidades en torno al
origen y a la historia de palabras y refranes…; si yo era filólogo, esos son
los zapatos de los que podría hablar sin desbarrar demasiado. No me gusta ser
como esos tertulianos modernos, que hablan de lo divino y de lo humano sin
conocer, quizá, ni lo uno ni lo otro. A pesar de ello, alguna vez he salido de
mi senda para comentar algún tema de la actualidad, como hago hoy. Pero esos
apuntes han sido los menos frecuentes.
Pero, ¡ay!, tal como digo lo
anterior, he de decir que muchas veces estoy tentado de derribar mi muro y de
abandonar los grupos de Whatsaap. Encuentro muchas cosas en
las redes que no me gustan. Como dice Pérez-Reverte,
hoy lo cito bastante, “las redes sociales están llenas de gente con ideología,
pero sin biblioteca.” Y hace unos días, presentando su última novela, decía: “Cualquier
imbécil puede decir que es Espartaco, pero ese título no se
gana poniendo un tuit.”
¿Qué no me gusta de las redes? Sobre
todo, la maledicencia, ese afán de hablar en perjuicio de alguien, denigrándolo
lo más que se pueda. Pero hay más. Jamás entenderé, por ejemplo, la tendencia
tan acusada a difundir bulos sin analizar su autenticidad, a atribuir frases o
hechos a personas que nunca las han dicho ni realizado, a repetir hasta la
saciedad textos que ya otras personas han dado a conocer (¿es que no leen lo
que los demás miembros del grupo aportan?), a bombardear con las creencias
propias (religiosas o políticas) sin el menor respeto a las creencias de los
demás, a insultar sin el menor sonrojo… Sí, todo eso es maledicencia porque en
las redes se insulta mucho, haya o no razón para ello (pienso, le digo a
Zalabardo, que nunca hay razón que valga para insultar). Cómo estará la cosa
que hasta los políticos se olvidan del Parlamento y desempeñan su función (o
eso creen ellos) a través de Twitter.
En las redes, me dice Zalabardo y le
doy la razón, se argumenta poco y se grita mucho. Todo vale para dar rienda
suelta a nuestros más escondidos instintos: si no nos gusta el nacionalismo de
un color, atacamos esgrimiendo el nacionalismo más opuesto, sin pensar que
ambos son igual de casposos; si una suegra y su nuera tienen desavenencias, nos
apresuramos a tomar partido por una de ellas, sin reparar en que quizá sería
mejor que arreglásemos los problemas de nuestra propia casa antes de meternos
en la ajena; si representantes del partido político hacia el que me decanto
tienen un comportamiento reprobable, no los censuro, sino que busco la forma de
criticar comportamientos igual o más viles en los responsables de otros
partidos.
Todo se hace acogiéndose a la
sacrosanta libertad de expresión, que para no pocos no es sino la espita por la
que sueltan, aunque lo nieguen, su racismo, su intolerancia, su xenofobia, su
fanatismo, su ignorancia. Eso sí, dando muchas muestras de escándalo y
rasgándose hipócritamente las vestiduras cuando se sienten aludidos. Es decir,
aquello de ver la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga que ciega el
propio.
Sin embargo, aunque más de una vez me
planteo abandonar las redes, acabo por mantenerme en ellas. Primero, confieso a
Zalabardo, porque como antes decía, no es el instrumento lo malo; la maldad
está en quienes lo prostituyen. Y en segundo lugar, vuelvo a palabras de Pérez-Reverte, porque confío en que el
talento acabe por imponerse en este caótico mundo y la cabeza pensante de que
hablaba Machado se imponga sobre las
que embisten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario