Que el rumbo que tome una lengua lo
deciden sus hablantes no tiene ninguna duda. No hay Institución ni Academia que
pueda imponerle un camino. Esto es lo que hace que, en ocasiones, encontremos
palabras que nos plantean un problema a la hora de delimitar sus campos
significativos porque, sin que sepamos explicar el porqué, unas invaden el área
significativa de otras y acaban confundidas.
Me preguntaba Zalabardo, ahí nace el
conflicto, si es lo mismo una romería que una peregrinación. Si
consultamos el DLE, leemos respecto a peregrinar: 1. Dicho de una persona, andar por tierras
extrañas. 2. Ir en romería a un santuario por devoción o por voto. Y si
buscamos romería, lo que hallamos es: 1. Viaje o peregrinación, especialmente la que se hace por devoción a
un santuario. 2. Fiesta popular que con meriendas, bailes, etc., se celebra en
el campo inmediato a alguna ermita o santuario el día de la festividad
religiosa del lugar.
Deducimos de lo anterior que debemos
considerarlos términos sinónimos. Y, sin embargo, no lo son, o no lo son del
todo. Trato de explicárselo brevemente. El Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la
Lengua Española nos informa de que peregrino
es palabra que procede de la raíz sánscrita agro-, ‘campo’. Unido a
la preposición per, en latín significa ‘que va al extranjero’, ‘que recorre
tierras’, ‘extranjero’. Por aproximación, pasa a significar también ‘raro’, ‘extraño’.
Por eso se habla de decisión o idea peregrinas.
¿De dónde procede, entonces, el matiz ‘que se hace por
devoción’? Hay que remontarse muy atrás en la historia. La cultura judía
imponía la shalosh regalim (las tres peregrinaciones), obligación para
cualquier judío de viajar tres veces al año a Jerusalén. La costumbre existía
ya en el siglo XVIII a.C. Entre los musulmanes, Mahoma, actualizando unas ideas que, al parecer, se remontarían
hasta Abraham, impuso el hajj,
viaje anual a La Meca. Por fin, los cristianos recogieron la costumbre, no
estoy seguro si a partir de las Cruzadas, de viajar a Tierra Santa.
El doble sentido de peregrinación
como viaje por tierras extrañas o viaje a un lugar sagrado se ve largamente
representado en la literatura, documento fidedigno de cómo evolucionan ideas y
lenguaje. Por ejemplo, el cantar de gesta francés del siglo XII Le
pelerinage de Charlemagne, cuenta un viaje a Tierra Santa por motivos
religiosos; pero otras obras (El peregrino en su patria, de Lope de Vega; La peregrinación de Childe Harold,
de Byron; o Peregrinaciones del artista por
la tierra, de Goethe) son
muestras de historias de viajes de aventuras o de carácter cultural que nada
tienen que ver con la religión.
Un día ocurrió que la caída de Jerusalén
tras el asedio de Saladino complicó
grandemente los viajes de peregrinación a los Santos Lugares.
¿Y qué hacemos ahora?, se preguntaron los peregrinos. Pues pusieron los
ojos en otros lugares que fuesen representativos para la cristiandad. El primero
de todos fue Roma, sede del representante de Cristo en la Tierra. Y el que por devoción viajaba a Roma, allí
conducían todos los caminos, era romero. También alcanzó gran
predicamento Compostela, enterramiento de Santiago.
Los romeros,
por tanto, eran peregrinos, primero a Roma, poco a poco a muy diferentes
lugares.
Zalabardo, tras oír mi explicación
se extraña de que antes haya dicho que no son sinónimos ‘del todo’. Y debo
argumentárselo. La peregrinación, desde el origen, puede ser dos cosas, viaje
devoto o profano. Sin embargo, la romería ya nació como viaje devoto.
Y ahí está el problema, que no siempre lo es.
Hay dos estudios interesantes sobre
la cuestión: Las romerías como hechos sociales, de Tamara Mudarra, y Las romerías, entre lo sagrado y lo profano,
de Salvador Rodríguez Becerra. Hay,
por supuesto, muchos más, pero me limito a aconsejarle a Zalabardo estos dos
porque son fáciles de encontrar. Para darle una idea de por dónde van estos
estudios, le expongo a mi amigo algunos de los puntos defendidos en el primero.
Se define en él la romería como un fenómeno cultural que aúna aspectos muy
diversos: lúdico-festivos, identitarios, económicos, estéticos y, claro está,
también religiosos. Esto los convierte en fenómenos de gran complejidad.
Pero es que, mirándola desde la
vertiente religiosa, hay un dato en cierto punto discordante: no pocas veces
una romería
se nos muestra más como un ritual que opera según la lógica de la reciprocidad
que como un acto devoto. O sea, que estamos ante un do ut des, es decir, ‘te
doy para que me des’, en que reconocemos tres fases: la obligación de dar, la
obligación de recibir y la obligación de devolver. Lo digo más claro: acudo al
santo, o la santa, y le pongo una vela para que me haga el favor que solicito;
si me lo concede, me comprometo a realizar lo que prometo. Lo malo es que,
porcentualmente, son muy escasas las rogativas que permiten que el círculo se
complete.
Pero, para la mayor parte de los romeros,
lo principal es la fiesta, el día de asueto y de jolgorio en el que la
festividad de la fecha no es sino una excusa. Pensemos, si no, en la mayoría de
las romerías
actuales. Pensemos, incluso, en el alto número de romerías sin base
religiosa. Por brevedad, cito solo los mayos, que se dan en múltiples lugares
de toda Europa, o los curros, en Galicia.
¿Y las peregrinaciones? También
de ellas habría mucho que decir. Al Camino de Santiago, una de las
consideradas troncales, le cuesta bastante liberarse de su faceta estética,
cultural, aventurera o deportiva. Recuérdese lo que dice Tamara Mudarra o el origen etimológico de la palabra. Pero muchas
otras no pasan de ser excursiones organizadas con toda clase de comodidades. Si
Aymeric Picaud, aquel monje del
siglo XII de quien se dice que redactó la más antigua guía para peregrinos del Camino
Jacobeo a instancias del papa Calixto
II, leyera hoy los folletos ilustrativos de las peregrinaciones a Roma, a
Tierra Santa o a la mayoría de monasterios famosos del mundo, se escandalizaría.
Porque, le digo a Zalabardo, parece que es verdad que las peregrinaciones se han
convertido en romerías para económicamente solventes y que en estas, o en la
mayor parte de ellas, hay bastante de folclore y se echa de menos algo más de
devoción.
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