En muchas ocasiones he comentado a
Zalabardo que la mitología, no solo la grecorromana, debería ser disciplina de
obligado estudio en cualquier etapa de nuestro sistema educativo. Pero, dado el
aprecio de las autoridades académicas hacia las humanidades, creo que la
mía es una petición utópica. Sin embargo, en la mitología encontraremos miles
de historias que nos enseñarán lo que en ningún otro libro hallaremos. Una de
esas historias, no sé si entre las más conocidas, es la del laberinto
de Creta, construido por Dédalo a petición del rey Minos
para encerrar en él al Minotauro, el hijo engendrado por su
esposa Pasifae con un toro. Esta historia se va conectando con otras:
la de Teseo y Ariadna, la del propio Dédalo
y su hijo Ícaro, etc.
Los laberintos siempre han ejercido
inmensa atracción en todos los tiempos y en todas las ramas de la cultura. Ese
interés aún se muestra en nuestros días. Recordemos películas como El
resplandor, Origen o Dentro del laberinto; o las
construcciones arquitectónicas imposibles, laberínticas, del artista holandés Escher; y si acudimos a la literatura
siempre nos vendrán a la memoria la laberíntica biblioteca de El
nombre de la rosa y, cómo no, la obsesión por los laberintos de Borges. En El Aleph podemos leer relatos
como La
casa de Asterión, La biblioteca de Babel, El
jardín de los senderos que se bifurcan o el breve y magnífico Los
dos reyes y los dos laberintos. Y, en poesía, su poema Laberinto,
incluido en el libro Elogio de la sombra.
Tal vez este poema sintetice la
concepción que del laberinto tiene Borges
y que abarca a todo el Universo:
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni extremo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin…
Nuestra vida se desarrolla, no es
preciso que lo diga Borges, en un
intrincado laberinto. Pero no quiero filosofar, sino hablar de otras formas de
laberintos. La noche del jueves, una televisión promocionaba una escape
room basada en una serie de esa misma cadena, recientemente premiada.
Estos locales se han puesto últimamente muy de moda y, cómo no, también su
nombre, pues parece más fácil repetir uno existente, aunque esté en otro idioma,
que imaginar uno en el propio. Una escape room, ni Zalabardo ni yo
hemos visitado ninguna, creo que no es otra cosa que una habitación, o varias,
en las que te encierran y debes ir superando pruebas para poder encontrar la
salida o solucionar un enigma. O sea, de una forma o de otra, con
características similares o diferentes, es un laberinto.
En uno de los cuentos de Borges citados, un rey árabe, afrentado
por otro babilonio, resuelve su afrenta abandonando a su oponente en mitad del
desierto, a la vez que le decía: Me
quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y
muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay
escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer,
ni muros que te veden el paso. Y aquel soberbio rey babilonio que quiso
burlarse del rey árabe murió de hambre y sed en mitad de las arenas del
desierto.
Reflexiono con Zalabardo que no
pocas veces nos extraviamos en un intrincado desierto lingüístico, pese a que
la lengua es simple, en el que no acertamos a movernos. Humildemente, creo que
a esas modernas escape room podríamos llamarlas laberintos o, si queremos
ser más fieles no a la idea de encontrar una salida, sino a la expresión
inglesa, fuga de…, dependiendo del tema de la atracción.
Ese extravío es más generalizado de lo que parece y va abarcando muchas parcelas de la vida. Hace unos días no sé qué comisión de la UE, el titular lo
leía en un periódico español, solicitaba a Google
y otras empresas que controlan las redes sociales cuántas fake news habían
suprimido. Una fake news, como bien se sabe, no es otra cosa que una noticia
falsa, y, más concretamente, la que intencionadamente se difunde para
inducir a error o causar un daño. En román paladino, como aspiraba a hablar
Berceo, que quería hablar de modo que todos lo entendiesen, en nuestro país a
eso se le ha llamado siempre bulo, palabra que entiende cualquier
persona normal. Pero es que ayer mismo me encontré con una tribuna periodística
titulada Fake Spain Great Again. Lo que el autor no aclara es que ese
titular se lo sugiere una información de la BBC en que se recoge la opinión de Vox de “hacer España grande otra vez”; según el texto de la BBC, Make Spain Great Again.
El articulista aprovecha la ocasión para titular lo que habría de
entenderse, más o menos, como Otra vez una falsa España grande. Lo censurable
es que no explica en qué se inspira para titular así y da por sabido que
cualquier lector entenderá su significado. Bien está que se piense que
deberíamos saber idiomas, otra carencia de nuestro sistema educativo, pero no
hay que dar por sentado que todo el mundo sabe inglés. Vivimos tantas veces
encerrados en nuestro propio laberinto que ni nos percatamos de ello.
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