Le digo a Zalabardo que miro atrás y pienso en épocas (que
algunos considerarán menos democráticas y avanzadas que la nuestra) en que personas
de diferentes creencias eran capaces de vivir en armonía. Mi formación
profesional me lleva a pensar en un género literario que dio abundantes muestras
de ese talante por el que las diferencias se resolvían mediante el debate y
aportando argumentos sobre las distintas posturas: los Diálogos, que podían
versar sobre las más dispares cuestiones. Sin irnos más lejos, entre los siglos
II al XVI podemos citar, así un poco a la ligera: Diálogo con el judío Trifón,
del mártir Justino; Diálogo
de Bías contra Fortuna, del Marqués
de Santillana; Diálogo entre un filósofo, un judío y un científico, de Abelardo; Diálogos de Amor, de León Hebreo; Diálogo de la dignidad del hombre,
de Fernán Pérez de Oliva; Diálogo
de la lengua, de Juan de Valdés;
Diálogo
contra los judíos, de Pedro
Alfonso; Libro del gentil y los tres sabios, de Ramon Llull; Diálogo de las Cortes, de Pietro Aretino; Diálogo sobre los arcanos
misterios de las cosas supremas, de Jean Bodin… ¿Es preciso seguir?
Como una inmensa mayoría de
personas, también yo me encuentro atrapado por este mundo de las redes sociales.
Tengo esta Agenda, que Zalabardo me presta; cuento con un muro en Facebook
y formo parte de algún grupo de Whatsapp. Cada vez que voy a
escribir algo no puedo evitar ese cosquilleo peculiar de quien teme que sus
palabras, sus opiniones, hieran a alguien; porque lo seguro es que alguien se
sentirá herido y habrá más de una sensibilidad dañada. Y eso me preocupa.
Me gustaría decir que, si en España tenemos un problema
con Cataluña, porque lo tenemos, aunque no sea el único, es preciso hablarlo,
con quien sea y sin andar con tabúes; me gustaría decir que me alegra ver que,
por fin, la Iglesia Católica empieza a reconocer que ha habido abusos sexuales
en su seno y que sacarlos a la luz no es ninguna clase de persecución; me
gustaría que, igual que lo anterior, se reconociera que la Iglesia, y no solo
la Católica, sigue considerando a la mujer como una persona de rango secundario;
quisiera gritar que no me gusta que se hagan juicios mediáticos ni que se
incite al linchamiento de nadie; que en casos como el lamentable de la joven
Laura, no se monte ningún espectáculo televisivo ni quede el asunto en gritar durante
una manifestación “Yo también soy Laura” para olvidarlo al día siguiente, sino
que hay que trabajar para cambiar esta sociedad que permite todas esas cosas;
me gustaría no tener que decir nunca a nadie que yo también soy feminista, porque
no es cuestión de serlo o no, sino de crear unas condiciones en las que la
mujer se pueda desenvolver en igualdad con el hombre; y que eso supone, por ejemplo,
que se le facilite su acceso al trabajo sin que la maternidad suponga ninguna
mengua de derechos; me gustaría poder hablar del daño que estamos haciendo al
planeta con este cambio climático del que somos culpables; me gustaría poder
hablar de dictaduras, pasadas, presentes y futuras, sin que nadie se
escandalizase; me gustaría decir que aborrezco el mercantilismo que nos invade;
me gustaría decir que no me importa que la gente salude estos días con “felices
fiestas” en lugar de “feliz Navidad” porque cada uno es libre de adoptar unas
creencias u otras o de no creer; y porque, además, la celebración del solsticio
de invierno es muy anterior a la celebración de la Navidad, que fue una
asimilación cristiana de una festividad pagana, pues, entre otras cosas, no hay
prueba fehaciente de que Cristo naciera en esas fechas; me gustaría tener
alguna influencia para conseguir que no mueran más inocentes en guerras crueles
o cuando solo buscan traspasar una frontera para obtener una vida mejor; me
gustaría poder hablar con personas que, aunque no participen de mis más íntimas
ideas, acepten escuchar mis argumentos de la misma manera que yo estoy
dispuesto a escuchar los suyos. Porque tengo muy claro que ni yo ni nadie posee
la prerrogativa de la verdad.
Me gustaría decir muchas cosas más,
pero, como muchos, acabo callando ante la incesante plaga de injusticias y maldades.
Y con mi silencio, siento que me hago cómplice de cuanto sucede. Si dijera todo
lo que pienso, me llamarían muchas cosas, casi ninguna agradable y dirían que
soy utópico, que no vivo en el mundo real. Tal vez sea así.
Por eso, digo a Zalabardo, me gustaría,
al menos, enviar un abrazo solidario a quienes me lean y desearles felices
fiestas, feliz Navidad, feliz solsticio o cualquier cosa que quieran celebrar
si eso supone aportar algo a la mejora de este mundo.
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