Ya he contado muchas veces cómo conocí a Zalabardo. Pero algunos me dicen que cada vez tiendo a contarlo de
manera diferente y eso los hace dudar de todas las versiones. Tal vez ocurra eso porque no
reparan en que la vida es puro cambio, nada permanece estable para siempre;
cambiamos nosotros, cambia lo que nos rodea y cambia el lenguaje con que nos
expresamos.
Al cabo, lo que importa es que
Zalabardo siempre está a mi lado y conversamos mucho. A veces, sobre cosas
trascendentes; otras, no tanto. El otro día me preguntaba, mientras echaba una
ojeada al Libro de Estilo de El País, por qué se dice en él que
los términos anciano o anciana deben emplearse solo
excepcionalmente y más como exponente de decrepitud física que como un estadio
de edad.
Le contesto expresándole mi
desacuerdo con ese juicio, que parecería producto de la moderna corrección
política del lenguaje si no supiera yo que al responsable de dicho libro de
estilo no lo podemos acusar de tal delito. Y aprovecho para explicarle que
aunque en términos generales se consideran sinónimos anciano, antiguo
y viejo,
entre ellos hay muchas diferencias y no solo porque sea complicado encontrar
sinónimos que puedan siempre intercambiarse en cualquier contexto.
Nuestra lengua, le sigo diciendo a
mi amigo, es muy rica en matices que, desgraciadamente, se van perdiendo. Por
eso me gusta de vez en cuando, adentrarme en los viejos diccionarios, que son
solo fedatarios de la lengua de la sociedad, para ver cómo vamos cambiando; y
así encuentro casos que explican mi postura ante la actitud de El
País frente los términos anciano/anciana. Un gran amigo
mío y bellísima persona, Pepe Zamora,
no cesa de repetir sobre sí mismo, para asumir su decadencia, que ya es un anciano
provecto. Creo que alguna vez le he explicado el error que encierra su
afirmación. Y, si no lo he hecho, aprovecho ahora.
Si cogemos cualquiera de los
diccionarios más puestos al día, yo suelo emplear el de la Academia, el de María
Moliner y el de Manuel Seco, se
ve que vienen coincidiendo en relacionar ancianidad y vejez con ‘edad avanzada’
y antiguo
con ‘lo que existió en otra época o es propio de otros tiempos’. A esto hay que
añadir que el adjetivo viejo, además, señala ‘lo que está
deteriorado por el paso del tiempo’.
¿Pero hasta qué punto son sinónimos anciano
y viejo?
No sé si la confusión la crea la misma Real
Academia al afirmar en su Diccionario de Autoridades, de 1726,
que ‘ancianidad
es lo mismo que vejez’. Porque, sigo creyendo, en esta afirmación no se tienen
en cuenta los matices de los que antes hablaba. Y todos esos matices se pueden
encontrar en diccionarios específicos de sinónimos y antónimos. Yo suelo
emplear fundamentalmente, Zalabardo lo sabe, el de Pedro María de Olive, de 1843; el del mejicano José Gómez de la Cortina, de 1845, y el de Samuel Gili Gaya, de 1981.
Dice Olive: Estas palabras son comparativas
y opositivas de otras, pues a lo anciano
se opone lo joven y a lo viejo lo nuevo […]; tienen su uso diferente, no pudiendo servir unas por
otras. Anciano se dice de un hombre
muy avanzado de edad, y solo se usa la palabra viejo en estilo de desprecio, burla o por un modo descortés. Gómez de la Cortina dice: La ancianidad
es la última edad del hombre; vejez
es la ancianidad considerada con
respecto a la decadencia de la vida […] La ancianidad
se considera absolutamente; la vejez
es siempre relativa. Todos los hombres son ancianos
en llegando a cierta edad; se llaman viejos
o no viejos según como los
consideremos. Y Gili Gaya: Vemos al viejo sujeto a los achaques y debilidades que acarrean los años.
Vemos en la ancianidad la
consideración que inspira, o debe inspirar, la edad, la madurez, la experiencia
[…] Anciano indica respeto por parte
del que habla, vejete es despectivo
y vejestorio expresa burla o desprecio.
Gómez
de la Cortina insiste: La ancianidad es respetable; la vejez, fastidiosa. Los ancianos, en igualdad de educación,
tienen más experiencia; por consiguiente, más instrucción y más juicio. Y,
aparte de eso, los tres avisan de que anciano solo es aplicable a
personas, mientras que viejo se puede decir de todo. Y,
para no recargar esta nota, hablan también de la diferencia de los dos términos
respecto a antiguo, entre otros.
Por todo ello, termino diciéndole a
Zalabardo, me extraña que Álex Grijelmo,
responsable del Libro de Estilo de El País, aconseje el uso excepcional
de anciano.
Él, que precisamente hoy, en su columna semanal habla de los tabúes y de la
necesidad de no caer en ellos. Zalabardo y yo, sin ninguna clase de complejo,
sabemos que estamos ya en nuestra etapa de ancianidad, aunque de ninguna manera
nos consideramos viejos. Y eso es lo que le he dicho varias veces a mi amigo Pepe Zamora, que cuando se llame a sí
mismo anciano, no piense en la vejez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario