Ermita de la Fuensanta |
No faltan en nuestra lengua los
refranes referidos al agua. Quizá los que más se repiten, junto al que da
título a esta entrada, sean Nunca digas de esta agua no he de beber
y Agua
corriente no mata a la gente. Con estos tres basta y sobra para
entender el valor que siempre se le ha dado al agua. Le digo a Zalabardo que en
el ya clásico libro Tratado de historia de las religiones, publicado en 1949 por Mircea Eliade, encontraremos todo un
capítulo sobre creencia y ritos relacionados con el agua.
Velas votivas |
El agua, explica Eliade, simboliza la totalidad de las
virtualidades, es fuente de toda existencia y así se ha venido creyendo desde
las más remotas tradiciones védicas. El agua, en todas las religiones, ha
tenido un significado similar: regeneración, vuelta a nacer, paso de un mundo
que debe ser superado a uno superior… Por eso, el agua fue elemento básico en
rituales iniciáticos. Incluso el cristianismo aceptó este significado al
imponer el bautismo como forma de acceso a una nueva vida.
Pero, a la vez, al agua se le
confirió un carácter mágico y el poder de sanar. De la sanación espiritual,
regeneración hacia una nueva vida, se pasó a creer en la posibilidad de
curación de cualquier tipo de enfermedad. Y eso es lo que explica cómo, a lo
largo de toda la historia, han proliferado cultos y ritos en torno a
fuentes, arroyos, ríos y manantiales. En el libro de Eliade se citan varios casos, como el de la fuente de Saint
Sauveur, en el Bosque de Compiègne, donde se encontraron restos pertenecientes al
neolítico que parecían ser exvotos. Aquellos ritos, nos cuenta el autor, fueron
heredados por los galos, la continuaron los galorromanos y, más tarde, los
cristianos.
Pintura mural en Iznatoraf |
Textos sumerios hablan ya del gran
diluvio destructor que daba inicio a otro mundo; en el Antiguo Testamento, las
aguas del mar Rojo se abren para dar paso a los israelitas que marchan hacia la
tierra prometida y se cierran sobre las tropas del Faraón. En el Nuevo,
se nos habla de la piscina de Siloé, cuyas aguas tenían fuerza curativa. Le
digo a Zalabardo que el tiempo ha pasado, pero los rituales del agua no han
podido ser abolidos en ninguna cultura y en ninguna religión. El propio
cristianismo, que ya había aceptado el bautizo, se esforzó, sin conseguirlo, en
suprimirlos.
San Cirilo de
Jerusalén, en el siglo iv,
escribió en su Catequesis: No hay que
encender lámparas ni ofrecer perfumes a las fuentes o a los ríos […] Algunos
engañados se acercan hasta aquellas aguas creyendo que encontrarán medicina para
sus enfermedades corporales. No te mezcles con esas cosas […] todo es culto del
diablo. Igual objetivo persiguieron el ii Concilio de Arlés, en el siglo v, y el Concilio de Tréveris, en 1227. Pero todo fue inútil y se acabaron por
aceptar estos ritos que mezclan la fe, la magia y la superstición. Ritos que
han dado lugar a muchas creencias populares y leyendas. Leyendas piadosas, sí,
pero leyendas; no se olvide que la leyenda se basa en la fantasía y no tiene
base histórica. Estas leyendas se confunden y mezclan, se repiten constantemente
con variantes en lugares muy distantes unos de otros.
Cueva de los Caños Santos |
Ermita y leyenda de Nuestra Señora del Monte |
En esta leyenda se funden dos
diferentes, la del milagro y la de la imagen encontrada y desaparecida. A unos
cien kilómetros de Huelma, se levanta sobre una roca el bello pueblo de Iznatoraf.
En uno de los murales de la ermita de la Vera Cruz, hay pintada la imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta y,
debajo, el relato del mismo milagro, pero con cambios. No es el alcaide de
Cambil, sino el rey Ali Menón de
Iznatoraf quien castiga a su esposa, no a su hija, por aprender la doctrina
cristiana; manda que le saquen los ojos y le corten las manos. La pobre mujer
invocó a la Virgen María en petición
de auxilio. Oyó que cerca de allí, en el monte, sonaba el agua de una fuente.
Al meter las manos, las recuperó, y al echarse agua en la cara recobró sus
ojos.
Cueva de la Peña de Francia |
Altar en el que se cuenta el hallazgo de Simón Vela |
Todos estos lugares que cito son
centro de romerías a las que los devotos acuden en solicitud de remedios para
sus males, sean del cuerpo o del espíritu. Es una forma de entender la fe que
respeto como cualquier otra. Pero, le digo a Zalabardo, no deja de ser curioso
que siempre haya unos pastores, una cueva, una fuente… O sea, exactamente igual
que, si atendemos al libro de Mircea
Eliade, ocurría ya en el neolítico.
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