Dice Jean Dubois que la etimología es la búsqueda de las relaciones que
unen una palabra a una unidad más antigua de la que procede. Y para los griegos
era la búsqueda del sentido “verdadero” o fundamental que sirve para averiguar
la verdadera naturaleza de las palabras. En otras épocas, por el contrario, la
etimología se convirtió en un método para tratar de averiguar la lengua
primigenia de la que proceden las demás.
Así, le digo a Zalabardo, la
etimología nos permite demostrar que, a partir de una forma sánscrita skei-,
‘cortar, sajar’, procede toda una serie de palabras que difícilmente
entenderíamos como emparentadas: ciencia, conciencia, necio,
esquema,
cisma,
chisme,
esquisto,
esquizofrenia,
escindir,
abscisa,
prescindir,
rescindir,
e incluso esquí y escudo.
No obstante, a veces nos encontramos
con peregrinas interpretaciones o con simple desconocimiento de la materia que
nos llevan a crear lo que se conocen como etimologías populares o las falsas
etimologías. Por ejemplo, le cuento a Zalabardo, en ciertos lugares se lee que testificar
procede de testículo porque los romanos pronunciaba el testimonio cogiéndose los
testículos en prueba de que decían la verdad; lo cierto es que su origen está
en tristi,
de donde vienen también tres, terceto, terciopelo,
triángulo,
o el latín testis, base de nuestros testículo, testigo, testimonio,
protestar,
detestar…,
porque para que un testimonio tuviese validez habían de ser tres personas quienes
lo presentasen.
Del mismo modo, se dice que don
viene de d(e) o(rigen) n(oble), cuando su origen
demostrado es dominus, ‘señor’; o una divertida invención pretende que la horchata
reciba su nombre de cuando Jaime I
conquistó Valencia y al ofrecerle un vaso con esa bebida dijera: això és or, xata (‘esto es oro, chata’),
siendo la verdad que procede del latín hordeata, de hordeum, ‘cebada’; o que cementerio
se relacione con cemento en lugar del griego koiméterion, ‘dormitorio’.
Lo que en realidad dice san Isidoro es, más o menos, lo
siguiente: todo difunto es funus o cadáver, aunque funus equivale
más bien a la ceremonia de exequias, funeral,
que se dedica al difunto; funus
viene de funis, cuerda de papiro
encerada que se encendía durante la ceremonia de inhumación porque esta tenía
lugar durante la noche. Cuando el cuerpo no está sepultado aún se llama cadáver, que viene de cadendo (‘cayendo’) porque ya no puede
estar de pie. De ahí procede, aparte, la costumbre de encender velas junto
a un difunto con independencia de que la ceremonia se celebre de día o de
noche.
Por fin, le digo a Zalabardo, de funis,
‘cuerda’, viene también funicular, fúnebre, funesto,
funeraria
o funicular.
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