En una película de los
hermanos Marx, El conflicto de los Marx (1930),
Groucho suelta uno de sus delirantes
discursos, este sobre la caza, en el que llega a decir la siguiente frase, que
sí es suya y no como tantas otras apócrifas que circulan por ahí: Una
mañana fresquita maté a un elefante en pijama. Cómo consiguió meterse en el
pijama es lo que no sé. El carácter humorístico de la frase nace, nadie
lo duda, del hecho de haber alterado el orden de las palabras de la frase: un
complemento, en pijama, referido al sujeto de la oración, se ha colocado
inmediatamente detrás del complemento directo, elefante, con lo que se
da pie a una ambigüedad interpretativa.
Le digo a Zalabardo que no recuerdo
ahora (pienso en un trabajo que realicé en mis años de universitario y no tengo
en mi poder el libro de referencia) si fue Helmuth
Plessner o Henri Bergson, los
dos escribieron ensayos acerca del tema, quien afirmaba que lo que hace que
estas frases generen risa y se conviertan en chiste es una voluntaria
incongruencia en el mensaje, la ambigüedad surgida cuando en la fluencia de un
mensaje lógico aparece de pronto un elemento inesperado que, primero,
desconcierta al oyente y, luego, lo hace reír. Es lo que sucede en el chiste que
cuenta cómo, al decir un individuo a otro: Te vendo un perro, el segundo
responde: ¿Y para qué quiero un perro vendado? O en el contenido del
cartel situado a la entrada de unos locales de un ayuntamiento (cartel que,
dicho sea, no creo que existiera nunca): Se prohíbe la entrada de animales, excepto
el borrico del alcalde.
Me pregunta Zalabardo si hoy va el
apunte de chistes y le digo que, aunque el contenido mueva a risa, no es esa mi
intención. Lo que quiero hoy tratar es la existencia de frecuentes errores de
redacción en la prensa, sobre todo a la hora de titular las informaciones. Hace
unos días leía lo siguiente: Un tribunal reconoce la invalidez
permanente a una mujer violada hace 22 años por secuelas psicológicas. Lógicamente, las
secuelas psicológicas son consecuencia de la violación y no su causa, como
parece desprenderse de la incorrecta redacción.
En El libro del español correcto,
del Instituto Cervantes (2012), se
dice bien claro que a pesar de que el
español es una lengua que permite una relativa libertad en la colocación de los
elementos en función de los intereses del hablante, el orden en que pueden
aparecer las palabras dentro de un enunciado está supeditado a ciertas
restricciones. Por ejemplo, lo apropiado es que, en las oraciones
interrogativas, el sujeto se coloque detrás del verbo o al principio de la
frase, fuera del signo de interrogación y separado por una coma (¿Qué
desea usted? o Usted, ¿qué desea?), o que no se
intercalen adverbios ni otros complementos entre las formas compuestas de los
verbos (así, diremos Había dicho varias veces que se iba,
pero no Había varias veces dicho que se iba). Una de las restricciones
que nuestra lengua impone es que el mensaje no presente ambigüedad. En lengua,
la ambigüedad, llamada también anfibología, se produce cuando un enunciado o una
oración pueden interpretarse en dos sentidos diferentes. La anfibología puede
ser un recurso válido en literatura (el hipérbaton es un ejemplo de ello) y en
el humor, como en los casos citados de Groucho
y el elefante o en el chiste de la venta del perro. Pero en el habla usual
conviene desterrarla porque da lugar a equívocos.
Se pueden enumerar posibles causas
de la ambigüedad o anfibología al redactar: la mala ordenación de los
complementos (en el anuncio Pantalones para caballeros de tergal,
¿quiénes son de tergal?); falta de cohesión de los elementos de la oración (si
digo María
fue al cine con Lucía y su marido, ¿de quién es el marido que se
cita?); empleo inadecuado de nombres que se derivan de verbos (en Me
encantó la elección de Juan, ¿me encantó que eligieran a Juan o lo que
Juan eligió?); puntuación deficiente o indebida (Si necesita más información,
pídanosla, por favor es un aviso que manifiesta actitud cortés; pero Si
necesita más información, pídanosla por favor manifiesta todo lo
contrario).
No niego que todos los ejemplos que
he puesto provocan risa, pero ya el ensayo de Plessner, (o de Bergson,
pues digo más arriba que no recuerdo bien quién de ellos fue), dejaba dicho que
no toda anfibología es necesariamente humorística.
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