Estos últimos
días hemos sido testigos atónitos del voraz incendio que ha puesto en peligro Notre Dame y ha provocado la
destrucción de la flèche, como la
conocen los franceses, y parte de su techumbre. Desde el mismo momento que se
difundió la noticia, no ha dejado de hablarse del valor simbólico de la
catedral parisina, patrimonio de la humanidad y el monumento más visitado del
mundo. En efecto, Notre Dame es símbolo
de Francia, es símbolo del arte gótico y símbolo, como recuerda la
catedrática de Ética de la Universidad de Valencia Adela Cortinas, de la cultura europea, pues, a través de siglos y
hechos diferentes, ha contemplado la configuración de la identidad europea.
Hablando de
esta cuestión, le digo a Zalabardo que con los símbolos hay que tener
cuidado. Un símbolo no es más que un tipo de señal y debemos recordar
que toda nuestra estructura social se organiza en torno de un complicado
sistema de señales que, de modo incesante, interpretamos o emitimos para
que otros interpreten: el azul del cielo o las nubes que nos lo tapan, una flor
en un jardín, el color con que decoramos las paredes que nos acogen, la manera
de vestir de alguien con quien nos
cruzamos, las luces de un semáforo, las líneas dibujadas sobre el asfalto, una
palabra que pronunciamos...
Anj o cruz egipcia |
Toda señal
es, básicamente, una relación entre dos elementos: A, que es lo que de inmediato percibimos, y B, que es aquello a lo que A
sustituye, y que no siempre es perceptible de modo inmediato. Por eso, cuando
digo árbol (A) puedo estar refiriéndome a lo que por tal cosa entiendo (B) aunque me encuentre encerrado entre
cuatro paredes. Algunas señales son absolutamente naturales
y significan aunque no haya intención de significar; el aumento de la
temperatura corporal me permite inferir que se incuba una enfermedad. A eso
llamamos indicios. En otras señales, A es tan parecido a B
que su interpretación resulta fácilmente interpretable, como pasa con una
fotografía o con un dibujo; las llamamos iconos. Pero en la mayoría de las señales,
la relación entre A y B es del todo arbitraria y fruto de un
acuerdo entre los miembros de la comunidad que las usa; por eso, en varios
idiomas, casa, maison y house son el
elemento A que designa al mismo
elemento B. O por eso, un triángulo
blanco con bordes rojos (A) lo
interpretamos como existencia de un peligro en la carretera (B). Estos son los propiamente llamados signos.
Sin embargo, el
símbolo
es una señal muy peculiar, distinta a las demás. Siendo la relación
entre A y B convencional, como en los signos, nos encontramos con que A es un hecho físico que sustituye a B, que es algo que no podemos percibir
por los sentidos. Diríamos también que el símbolo es la menos racional de las señales,
porque están muy ligadas a los sentimientos, las emociones y las creencias.
Además, el símbolo adquiere su validez dentro de una cultura y un ámbito
determinados. La cruz es símbolo del cristianismo; la luna
creciente, del islamismo; el nudo infinito tibetano, de la fluencia eterna del
tiempo; el caduceo o vara de Esculapio, de la medicina; la esvástica preirania,
de la buena suerte; el color blanco y negro del panda, de los principios del
yin y el yang; y también son símbolos los himnos, banderas y
escudos de las diferentes naciones o asociaciones.
símbolos,
como los sentimientos, son todos respetables; al menos, le aclaro a Zalabardo,
considerados de manera general. No obstante, a veces nos encontramos con que se
valora el sentimiento, la creencia o la emoción más que la realidad, la razón;
y ese símbolo que es bueno, o por lo menos no es malo, degenera y hace
que nos pongamos en guardia contra él; porque, si la razón se ve sustituida por
el sentimiento, hay riesgo alto de caer en el fanatismo. Es lo que pasa cuando
la antiquísima esvástica (en sánscrito suastika,
‘buena suerte’) empleada por múltiples culturas a lo largo de los siglos se la
apropia Hitler y la transforma en símbolo de la ‘lucha por la victoria de
la raza aria’; o cuando el Ku Klux Klan
emplea como símbolo supremacista la cruz ardiente. En tales casos, esos símbolos
se han prostituido hasta representar ideologías fanáticas y condenables.
Caduceo o vara de Esculapio |
El lamentable
suceso de Notre Dame, le digo a
Zalabardo, me ha servido para reflexionar sobre esta tendencia a valorar más el
elemento material del símbolo (A) que lo que queremos representar con él (B), es decir, la de anteponer la cara sentimental del símbolo
sobre su valor racional. Me ha sorprendido, por ejemplo, que haya medios que,
hablando del incendio, en lugar de destacar el incalculable daño que hubiese
supuesto la pérdida de un edificio en
torno al cual se han construido infinidad de valores universalistas, tanto
cristianos como laicos, que es ejemplo que muestra lo que debe ser una sociedad
plural abierta a todas las formas de pensar (el subrayado pertenece a Adela Cortinas), hablan de la suerte de
que hayan sido salvadas de las llamas reliquias como la corona de espinas y
algunas otras.
Las reliquias
son símbolos
también, y por tanto respetables en su ámbito. Pero no debe olvidarse que no
existe ningún dato histórico que avale la autenticidad de esas reliquias (la
corona de espinas, los clavos de la crucifixión, el sudario, etc.). Su valor,
por tanto, es más sentimental que racional. Quiero decir que la preservación de
Notre Dame en su conjunto (edificio
y significado), su sostenimiento y su recuperación, es más importante que la
salvación de otros símbolos en ella guardados.
Ichtys, pez del cristianismo primitivo |
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