Escribía Javier Cercas en un reciente artículo: No hay nada peor que olvidar lo evidente,
así que de vez en cuando conviene recordarlo. Creo que evidente debiera ser
el respeto hacia las tradiciones, la cultura y la lengua materna de una
comunidad. Pero el ambiente de crispación, fanatismo e intolerancia que se ha
instalado entre nosotros hace que se nos olvide. Por eso no está mal que se nos
recuerde.
Me decía Zalabardo,
mientras tomamos tranquilamente una cerveza, que, si soy coherente con lo que
otras veces he mantenido, juzgaré correcta la decisión del Tribunal Constitucional sobre el recurso del PP contra la Ley de Educación de Cataluña. Le
respondo que, aunque haya tardado casi diez años en responder, veo acertada la
respuesta del TC, porque no hace sino
recordar una evidencia, que España posee una riqueza lingüística envidiable de
la que deberíamos sentirnos orgullosos. Sin embargo, para algunos esto sigue
siendo motivo de inquinas y enfrentamientos.
En España, le
digo a Zalabardo, tendemos a olvidar muchas veces algo sumamente evidente: nuestra
diversidad, que, entre otras cosas, supone la existencia de diferentes lenguas.
Quienes tanto se amparan en la Constitución tienen obligación de
recordar que, si bien en ella se dispone cuál es la lengua oficial del Estado,
con la misma firmeza se reconoce la oficialidad de las otras lenguas españolas
en sus respectivos territorios. ¿Es preciso decir cuáles son esas lenguas? Para
nostálgicos, asustadizos o inconformes, miremos los datos del Instituto Nacional de Estadística
correspondientes al año 2016 sobre el mapa lingüístico de España: habla castellano
el 98,9% de la población; catalán, el 17,5%; gallego,
el 6,2%; valenciano, el 5,8%; y euskera, el 3%. Si atendemos a las
Comunidades autónomas, habla catalán el 85% de la población de
Cataluña y el 63,1% de la de Baleares; gallego, el 89% de la de Galicia; valenciano,
el 51,8% de la de la Comunidad Valenciana; y euskera, el 55,1% de la
del País Vasco y el 21,7% de la de Navarra. Por fin, si se analiza para quiénes
es lengua materna, el gallego lo es para el 82,8%; el catalán,
para el 55,5% de catalanes y el 42,9% de baleares; el valenciano, para el
35,2%; y el euskera, para el 37,7% de los vascos y el 14,6% de los
navarros.
Ningún problema
debería crearnos esta situación; En nada debería dificultar la convivencia. Por
el contrario, tendríamos que felicitarnos de una riqueza cultural que para sí
quisieran otros países. Aparte de toda la literatura en castellano, no debemos
olvidar la escrita en las demás lenguas españolas: son nombres representativos
los de Ausiàs March, Joanot Martorell, Ramon Llull, Airas Nunes,
Martin Codax, o más modernos como Salvador Espriu, Mercè Rodoreda, Josep Pla,
Rosalía Castro, Manuel Curros Enriquez, Celso
Emilio Ferreiro, Gabriel Aresti…
Muchas veces he
dicho que deberíamos mirarnos en el espejo de Suiza. En Suiza se hablan cuatro
lenguas: alemán, francés, italiano y romanche.
Las cuatro tienen idéntica consideración de lenguas oficiales en todo el
Estado, aunque la última de ellas, el romanche, no creo que llegue a 25000
hablantes. Cada cantón puede decidir cuál es su lengua oficial. Los documentos
oficiales han de ser redactados y estar disponibles en las tres lenguas
principales y se ha de traducir al romanche siempre que un miembro de
esta comunidad lo solicite. A cualquier ciudadano suizo se le reconoce el
derecho a dirigirse a la Administración en su lengua materna y a que se le
conteste en ella.
Cada cantón
tiene la facultad de decidir cuál será la lengua vehicular en que se imparte la
enseñanza, pero los alumnos, aparte de estudiar la lengua propia de su cantón, tienen
obligación de conocer otra de las oficiales (en algunos cantones esta
obligación se extiende a dos), más una lengua extranjera, de la que la más
extendida es el inglés. Esto significa que un alumno acaba sus estudios de
primaria y secundaria conociendo, por ejemplo, alemán, francés
e inglés
o cualquiera otra de las combinaciones posibles.
¿Se podría
trasplantar un sistema semejante a España? Aplicando criterios puramente
lógicos, un joven de Zarauz (Guipúzcoa) terminaría sus estudios hablando euskera
(lengua de la Comunidad), castellano (por la extensión y
prestigio de esta lengua en el mundo) e inglés (o alemán, o francés,
según los casos) como lengua extranjera. Y, no lo olvidemos, un joven de
Cártama (Málaga) terminaría hablando castellano y, por ejemplo, catalán
e inglés.
Zalabardo se lo
piensa un poco y me pregunta si no creo algo utópico mi planteamiento. Admito
que posiblemente lo sea; pero también sería más enriquecedor y menos fanático.
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