Admiro a
algunos novelistas tanto por las historias que me cuentan como por la perfección
de su lenguaje. Miguel Delibes es
uno de ellos. En cualquiera de sus novelas, Las ratas, Diario
de un cazador, Los santos inocentes…, la historia,
los personajes y los ambientes me enganchan tanto como el acierto en escoger
las palabras. Miremos este fragmento:
Volaron tres gallinetas y caí una. Luego se
arrancó una cerceta y Melecio la derribó. El campo estaba hermoso con los
trigos apuntados. En la coquina de la ribera había ya chiribitas y matacandiles
tempranos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guiparnos. Volaba tan
reposada que le vi a la perfección el collarrón rojo y las timoneras picudas.
En la salina, la gabusia se despegaba del cieno del fondo. Era un espectáculo y
le dije a Melecio que atendiera. Sólo se sentían los silbidos de los alcaravanes
al recogerse en los pinares. Así, como nosotros, debió de sentirse Dios al
terminar de crear el mundo. (Diario de un cazador)
Delibes sabe de lo que habla y cómo transmitirnos
su entusiasmo y amor por la naturaleza; conoce los nombres de las aves, de las
plantas silvestres, de los pequeños peces de las charcas. Miro a Lorenzo,
al Nini,
a Daniel
el Mochuelo, a Paco el Bajo como seres reales y no de ficción. Las palabras que el autor les presta son limpias y naturales y remiten
a lo que tenemos al lado —aves, plantas silvestres, pequeños peces de charca,
accidentes naturales…— aunque no reparemos en ello.
Alcorque |
En uno de mis
paseos ciudadanos, vi un panel municipal que anunciaba un plan de limpieza de imbornales
y rogaba no aparcar sobre ellos. Por fortuna, digo a Zalabardo, quien lo redactó
tuvo la feliz idea de acompañar el aviso con una imagen; tal vez, pensando que,
en Málaga, muy poca gente sabe lo que es un imbornal, pues aquí se
usa más madrevieja, término que extraña a los foráneos. Imbornales
y madreviejas
son las comunes alcantarillas. También es muy malagueña casamata para designar la
vivienda de una sola planta.
No sé cómo de
grave es el asunto, pero me preocupa que olvidemos tantos nombres de realidades
cotidianas, con las que nos rozamos a cada instante: ¿sabemos que ese hueco al
pie de un árbol para recoger el agua de lluvia o de riego es un alcorque?
¿O que esas columnas adosadas en las esquinas de las estrechas calles del casco
histórico de nuestras ciudades se llaman guardacantones? ¿O que los postes,
fijos o móviles, con que se impide el paso o estacionamiento de vehículos son bolardos
y, si sirven para el amarre de un buque en el puerto, pasan a llamarse norayes?
Cada una de estas palabras tiene su origen y su historia (bolardo es anglicismo; alcorque,
arabismo; imbornal, de procedencia náutica, es catalanismo; madrevieja,
en otros lugares ‘cauce antiguo de un río’, americanismo; casamata, de origen
bélico, es italianismo…), como la tienen sardinel, graílla, poyo
y tantas otras.
Guardacantones |
Que haya
palabras que caigan en desuso puede entenderse como algo natural; la lengua va cambiando
con el tiempo. Lo que sí me parece más preocupante es la facilidad y
desinhibición con que acogemos palabras y expresiones que deberían ser
desterradas por completo. Le propongo a Zalabardo que nos fijemos en dos: va a
ser que no y ser como que.
Va a
ser que no, negación usual, tonta y cursi, nació como recurso humorístico
que una plataforma televisiva utilizó para promocionar sus productos. Un marido
mostraba a su esposa los pasajes para un crucero por el Nilo, pero ella, tras
la alegría inicial, ponía gesto serio y decía: pues va a ser que no,
porque recordaba que el día y hora de salida coincidían con el estreno de una
película; y se quedó entre nosotros.
Ser
como que es un caso diferente; es una incorrección sin paliativos. El Diccionario
Panhispánico de Dudas la explica muy bien. Cuando el adverbio como
precede a una expresión de cantidad, tiene sentido aproximativo: Estuve esperando como dos horas (poco
más o menos); si se quiere rebajar el grado de certeza, adquiere valor atenuativo: Aquella persona se comportó como temerosa
(pareció que lo era). Pero si su empleo resulta superfluo, como debe evitarse: Hoy
estoy como muy alterado (afirmo que lo estoy), pues no añade nada al
enunciado, ni conceptual ni afectivamente. Por eso me sorprendió, de manera
desagradable, que un renombrado escritor, galardonado con el premio de mayor
dotación económica de nuestras letras, respondiese en una entrevista: Cuando
ves que tanta gente te sigue es como que te estimula.
Ante una
situación de este tipo, meditando sobre la responsabilidad que pesa sobre quien
vive de escribir, le digo a Zalabardo que me identifico más con Lorenzo,
el bedel aficionado a la caza de la novela de Delibes, que con la Julia de este señor, pese al tan
jugoso premio recibido. Y si tuviera que seguir un modelo, me quedo con la
exquisita sintaxis y la riqueza léxica que exhiben escritores como Delibes.
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