Hay días,
Zalabardo lo sabe bien, en que el ánimo está abatido y faltan ganas para
ponerse a redactar el apunte semanal de esta Agenda. Tenía pensado
hablar sobre memoria y recuerdo, pero precisamente el recuerdo
de un hecho luctuoso y su persistencia en la memoria es lo que anoche no
me dejaba escribir. Una persona querida, una amiga de la infancia y compañera
de los ya lejanos años de bachillerato, ha fallecido.
En una reciente
mesa redonda sobre Memoria y literatura, hablábamos del valor que concedemos a la memoria
y el recuerdo.
Mantenía yo que deben ser factores imprescindibles porque las personas somos memoria
y recuerdo
hasta el punto de que sin memoria y recuerdo no habría
literatura. Nadie está exento de la necesidad de recordar; a algunos,
luego, nos nace la necesidad de contar lo que retiene la memoria.
Quería escribir
anoche de la indisoluble unión de memoria y recuerdo. De que la facultad
de retener hechos pasados, la memoria, pertenece a la familia de mártir,
‘el que ha visto y da testimonio’ y de que recordar es de la familia de corazón
y significa ‘traer de nuevo al corazón, retener en la memoria’. Pero no podía.
Siempre he
concedido valor incalculable a la memoria y los recuerdos; son muchos los
recuerdos
que me acompañan y que no desearía perder jamás. En aquella reunión, dije que
me cuesta desligar mi universo personal de mi universo de ficción. Aunque
componga ficción y no autobiografía, me implico en cuanto escribo porque asumo ambientes,
historias y personajes, y los moldeo siguiendo mi propia manera de ver, sentir
y juzgar el mundo. En todo momento procuro sostener la ficción sobre sentimientos
verdaderos.
Escribía Javier Marías en Negra espalda del tiempo:
Uno debe tener cuidado con lo que escribe
[…] porque a veces viene y se cumple. En la novela cuya redacción me ha
tenido ocupado en los últimos tiempos, cargada también de múltiples recuerdos,
dice el protagonista en diferentes lugares: No
es a mi propia muerte a la que temo, […] pienso en esas otras muertes a las que
sí temo; las que llegan a destiempo, las injustas, las que quisiéramos que
nunca se produjeran, las que dejan una herida difícil de suturar… […] ¿De qué
escribiría? ¿De todos estos fantasmas queridos que no se apartan de mí un
segundo, que acuden en tropel cada noche a la cita cuando me siento junto a la
ventana? Hoy se les ha sumado otro. […] ¡A qué vertiginoso ritmo aumenta el número
de los ausentes…!
Esas líneas
pertenecen a uno de esos universos ficticios. Pero la memoria me martilleaba
anoche con el recuerdo de la voz, de los ojos y de la risa de esa compañera,
amiga querida, que acaba de unirse al fatídico número de las ausencias que
pueblan nuestro universo personal, el mío y el del resto de amigos que
componemos el grupo. De ella, como de otros, no nos queda más que memoria
y recuerdo.
Zalabardo comprendió mi tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario