Me envía un
amigo, desde Collioure, una foto de la tumba de don
Antonio Machado. Hablando de la foto y de
Machado, Zalabardo me comenta la cuidada, sencilla y clara prosa
machadiana. Y yo le hablo de que
Juan de Mairena, apócrifo profesor
de gimnasia y retórica que proyectaba crear una Escuela Popular de Sabiduría
Popular, ponía en serios apuros a sus alumnos al plantearles curiosos e
inocentes problemas lingüísticos. Al
señor Gonzálvez lo hizo dudar al
preguntarle la validez de unas frases con las mismas palabras en diferente
orden: ¿
Se puede comer judías con tomate?,
¿
y tomate con judías?, ¿
y judíos con tomate?, ¿
y tomate con judíos?... El
señor
Martínez, algo más avispado, salió airoso cuando le preguntaron a qué
tiempos se refería el poeta que escribió:
Las
viejas espadas de tiempos gloriosos, pues respondió:
A aquellos tiempos en que las espadas no eran viejas.
En mis ya
lejanos años escolares, Zalabardo me pide que tenga respeto y no hable de la
edad de nadie, entre las actividades a que nos obligaban en el colegio ocupaban
lugar relevante las de copiado y redacción, a las que estaré eternamente agradecido.
Los modelos para copiar eran textos de autores de prestigio con los que enriquecíamos
nuestro vocabulario y aprendíamos cómo se construye un escrito. Con las
redacciones, podíamos lanzarnos a probar el encaje de las palabras aprendidas y
adquiríamos soltura imitando la construcción observada en los modelos.
Cuando comencé
a dar clases, creo que los ejercicios de copiado habían caído en desuso en los cursos
de primaria. Por mi parte, intentaba que mis alumnos ampliasen su léxico mediante
la lectura e insistía en el valor de los trabajos de redacción (que contaran lo
que habían hecho el fin de semana, que escribieran una crítica del último libro
leído o película vista, que inventasen una historia, que me comentasen un hecho
de actualidad…). Combinaba estas prácticas de escritura con otras de expresión
oral.
Creo, no estoy
muy seguro, que también los ejercicios de redacción han dejado de interesar en
la actualidad y que tampoco se practica en clase la expresión oral. Todo esto,
en un ambiente en el que se han impuesto las redes sociales y los mensajes
breves hasta límites inconcebibles. Tanto, que una frase de máximo cariño puede
quedar reducida a un insustancial tqm o bstos (te
quiero mucho y besitos). Esa economía expresiva no
me preocuparía —no hay que ser tiquismiquis y oponerse por principio a las
modas— si quien hace uso de ella fuera capaz de cambiar de registro y supiera
escribir de modo extenso, con claridad y corrección, cuando la ocasión lo
exigiese.
Pero, le digo a
Zalabardo, lo malo está en que parece que nuestros alumnos actuales, no solo
los de primaria y secundaria, sino incluso los universitarios, no saben
componer un texto en la forma debida y con el vocabulario requerido. Y, así,
nos encontramos con profesionales de cualquier rama —la mayor censura
corresponde a los del mundo de la comunicación— que ni aciertan con las
palabras ni consiguen expresar una breve idea de modo inteligible.
Sin que nos
demos cuenta, se nos van imponiendo unas palabras que acabamos por considerar
imprescindibles. Leía hace poco:
los mejores
rooftops de Madrid. Un
rooftop,
zona para tomar copas en el tejado plano de una construcción no es más que lo
que siempre hemos llamado
azotea o
terraza. Pero la gravedad
del caso no está solo en el empleo de extranjerismos innecesarios. Más grave
puede ser el mal empleo de palabras normales. En una entrevista, un cantante afirmaba
que tenía un público
transversal; ¿acaso era gente
atravesada o que se sentaba de lado?; ¿por qué no decía que su público era
variado,
variopinto
o
heterogéneo?
Un cronista deportivo escribía que un afamado jugador
había expresado su intención de
aumentar sus honorarios; si es alguien sujeto a un contrato, ¿no sería
mejor decir que
ha expresado su deseo, o exigencia, de que le aumenten la
cantidad que ahora cobra? En la misma crónica se cita la opinión de la
dirigencia
del club;
dirigencia es término correcto, más común en el español de
América. Solo que los sustantivos terminados en -
ncia indican cualidad (
decencia,
supervivencia)
mientras que los acabados en -
nte indican qué o quién ejecuta una
acción (
decente,
superviviente). Y nos encontramos
con que se va extendiendo la tendencia a sustituir los segundos por los
primeros. Por eso se habla de
dirigencia y no de
dirigentes,
que sería más correcto, o de
audiencia y no de
oyentes
o de
asistencia
y no de
asistentes. Es igual que cuando convertimos a
los
ciudadanos en
la ciudadanía o a
los
profesores en
el profesorado. En otra crónica
política leo que
el primer debate de las
elecciones valencianas refuerza la
fractura entre bloques de izquierda y derecha. Una
fractura, que es un
rompimiento,
algo dañino, se
repara o, en caso contrario, se
amplía, se
agrava
o, como corrigen en la edición en papel, se
ahonda, pero difícilmente
se
refuerza,
verbo que solemos entender como de sentido positivo.
¿Y qué pasa con
la redacción? Abrimos un periódico y leemos los titulares. Imposible no
llevarse las manos a la cabeza ante el cúmulo de barbaridades que leemos:
En India,
una mujer es violada cada 128 minutos; solo la tragedia contenida en la
noticia nos impide reír. Lo que ese medio quiere decir es:
En India, cada 128 minutos, se
viola a una mujer y aún mejor sería decir
se comete una violación.
Otro titular mal redactado:
Hallado el cadáver de una joven desaparecida
hace dos meses tras la confesión de su novio; ¿cuándo desapareció esa
joven? Una correcta redacción nos llevaría a escribir:
La confesión de su novio permite
hallar el cadáver de una joven desaparecida hace dos meses. Y en el
último ejemplo que doy la confusión es total:
La policía detiene en Madrid a un
general chavista disidente por narcotráfico a petición de Estados Unidos;
¿fue el narcotráfico la causa de su disidencia?, ¿le pidió Estados Unidos que
se dedicara a esa actividad? Lo entenderíamos mejor así:
Por petición de Estados
Unidos, la policía detiene en Madrid a un general chavista disidente acusado de
narcotráfico.
Zalabardo, que
es buena persona como pocas hay, me dice que no debo ser tan duro en mis
críticas y que, ya que he hablado de Machado
y de Juan
de Mairena, no debo olvidar lo que este último dijo: que hay defectos
que son olvidos, negligencias, pequeños errores fáciles de enmendar y se
enmiendan; y que hay otros que son limitaciones, imposibilidades de ir más allá,
pero que la vanidad nos lleva a ocultarlos. Le pregunto a mi amigo si advierte
la ironía que encierran esas palabras.
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