Genealogía de Cristo. Beato de Liébana |
Tenía intención
de contar a Zalabardo curiosas historias de palabras de extraño origen; por
ejemplo, galimatías, tomada del francés galimatias, ‘discurso
ininteligible’, ‘lenguaje oscuro’ ‘confusión, lío, desorden’, que no es sino
una peculiar evolución de dos términos griegos, κατά Mατθαιον, ‘según Mateo’, por el enrevesado inicio de su
evangelio, en que expone la genealogía de Cristo.
Pero a mi amigo
no le apetece hoy oír historias de palabras raras. Hay otra que voltea sin
cesar en su cabeza: eutanasia, bella palabra, como casi todas las que comienzan por
eu-,
pero de significado complejo. Eutanasia, también de origen griego,
significa ‘buena muerte’. Encuentro a Zalabardo afectado, como tantas otras
personas, por la noticia de la muerte, auxiliada por su marido, Ángel Hernández, de María José Carrasco, enferma de
esclerosis múltiple en fase terminal que mantenía una lucha infructuosa con la
Administración para encontrar salida a su situación.
Zalabardo me
pregunta si he visto el vídeo en que ella expresa su voluntad de morir y él la
ayuda a conseguir su deseo. Sí, lo he visto, como creo que ha podido ser visto
en todo el mundo. Y cuando requiere mi opinión sobre la eutanasia, la buena
muerte, la muerte digna, le comunico mi postura favorable y mi queja sobre
quienes no ocultan sus escrúpulos ante el tema. Escrúpulo,
en principio ‘pequeño guijarro que se introduce en el calzado y molesta al
andar’ y, más tarde ‘duda o recelo inquietantes para la conciencia sobre si
algo es bueno o se debe hacer desde un punto de vista moral’ es otra de las
palabras que hoy le quería comentar.
Muchos son los
que esgrimen hipócritas escrúpulos ante el tema de la muerte
digna. Se excusan para oponerse en la ética o las creencias religiosas.
Los políticos españoles deberían sentir vergüenza por utilizar el caso de María José Carrasco para obtener votos
en los próximos comicios; porque llevamos muchos años con el tema y no han
hecho nada. Sienten escrúpulos para regular el derecho a una muerte digna, pero no para
vender armas que ocasionan más víctimas. Como tampoco los sienten ante el hecho
de que en el mundo aún existan más de sesenta países que aplican la pena de
muerte o de que, en el nuestro no se aboliera hasta el año 1995.
Muerte de Sócrates, cuadro de David |
Y las
jerarquías religiosas tampoco sienten ningún escrúpulo para oponerse
con el argumento de que el dolor y el sufrimiento son un modo de redención o de
que solo Dios puede decidir nuestra
muerte. ¿Qué redención se propone a una persona que sufre y hace sufrir a su
entorno? Se pide resignación y aceptación del dolor y el sufrimiento en nombre
de una doctrina cuyos libros sagrados son un catálogo sin fin de muertes
atroces (sin dignidad) ordenadas por un Dios
terrible. Antiguo y Nuevo Testamentos rivalizan en
ofrecer estas escenas cruentas: el ángel exterminador que da muerte a los
primogénitos de los egipcios, el diluvio, Judit
degollando a Holofernes, Jefté teniendo que aceptar la muerte de
su hija en pago por la ayuda recibida, la muerte del hijo de David, la matanza de los inocentes, la
no menos trágica muerte de Ananías y
Safira…
Por eso, le digo
a Zalabardo, no entiendo este galimatías, el discurso
incomprensible, de quienes esgrimen sus escrúpulos éticos y morales. Sé que
habrá que me acuse de defender el suicidio; es parte del galimatías
argumental que emplean. No defiendo el suicidio bajo ningún concepto,
valoro mucho la vida. Un personaje de mi última novela dice: No pienso [en la muerte] porque le tenga
miedo, que no se lo tengo; es algo natural que nos ronda a todos y nos acompaña
desde el mismo nacimiento. Pero que no me asuste no significa que la desee;
nadie debiera mostrar hartazgo de vivir ni entristecerse por la proximidad del
fin.
Lo que defiendo
es una
muerte digna entendida como derecho que asiste a una persona para manifestar
su firme voluntad de que no se la mantenga viva de forma artificial cuando ha
perdido toda posibilidad de recuperación. La muerte digna, llamada
también ortotanasia, es la actuación correcta ante la muerte por parte
de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable o en fase terminal.
Podría hablarse de la diferencia entre muerte digna, eutanasia y suicidio
asistido; al fin y al cabo, es cuestión de matices. Me parece que ya es
hora de regular, aprobar y respetar el derecho a morir dignamente que tiene
quien ya ha perdido toda opción de vivir con dignidad.
No comparto la
tesis de la Conferencia Episcopal
Española que dice que defender la muerte digna es anteponer un deseo
de vida de placer y felicidad sobre otros valores más altos. Y si así fuera,
tampoco tendría nada de malo; el mundo no tiene por qué ser un valle de
lágrimas. Vivir, y morir, dignamente no se contradice con ningún sentimiento o
creencia religiosa. El teólogo Hans Küng,
suizo, católico, publicó en 2016 un libro titulado Una muerte feliz, donde
se lee: Me gustaría morir consciente,
despedirme digna y humanamente de mis seres queridos. Morir feliz significa una
muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una
completa conformidad, una profundísima paz interior. Y elogia las tesis del
filósofo granadino Antonio Monclús,
que en 2010 publicó La eutanasia, una opción cristiana. Y en el siglo XVI, santo Tomás Moro, en su obra Utopía,
ya defendía la eutanasia.
Zalabardo me
recuerda otro momento de esa última novela mía; cuando el protagonista afirma: Me gustaría que la muerte me sorprendiera
despierto. Verle la cara de frente, no sentirme asaltado de manera alevosa,
contemplar con todos los sentidos despejados qué hay al otro lado… Cuando
escribía eso, no pensaba en el suicidio, ni siquiera en la eutanasia;
pero hoy pienso en ese inalienable derecho a morir con toda dignidad. Y no creo
que nadie tenga derecho a arrebatárselo a quien así lo desee.
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