Página del códice Aemilianensis 60 |
Durante siglos,
el latín fue la lengua de la cultura, de la civilización y de una gran parte de
los habitantes del mundo conocido. Siguió un periodo de oscurantismo, aunque no
lo fue tanto como se dice, la Edad Media, en que la lengua latina se vio
relegada a ser vehículo de transmisión de la cultura (lo que no es poco) y
lengua de la iglesia, pues las lenguas que de ella se derivaron, las llamadas
romances, la fueron desplazando en el uso diario. La ciencia y la universidad
la mantuvieron durante mucho tiempo (Copérnico y Newton, por
ejemplo, escribieron sus obras en latín) y para la Iglesia católica fue la
lengua de sus ritos hasta el concilio Vaticano II, mediados el siglo XX.
Pese a lo dicho,
en la Edad Media, le digo a Zalabardo, la mayoría de la gente ya ni hablaba ni
entendía el latín. Al decir la mayoría de la gente hay que incluir, cosa
curiosa, a un número muy alto de eclesiásticos, que ejecutaban sus cultos sin
saber lo que decían.
Hubo, pues, que
traducir los textos latinos si queríamos entenderlos. Pero a los traductores
les precedieron los glosadores, por lo común monjes que, junto a las palabras
más complicadas de los códices, en realidad bajo ellas, escribían el término
equivalente de la lengua romance. Le recuerdo a Zalabardo que el primer texto
castellano conocido es precisamente una glosa. En el códice Aemilianensis
60, del siglo XI, se encuentran muchos casos de palabras bajo las
cuales un monje ha escrito la correspondencia en vasco o en castellano. Así, se
lee jzioqui dugu bajo jnueniri meruimur; o ſanos
e ſalboſ debajo de jncolumes. En ese famoso documento, Gómez
Moreno encontró en 1911 algo que se les había pasado a los bibliotecarios
de San Millán: la primera muestra de una frase completa en castellano, la ya
muy conocida conoajutorio de nuesſtro dueno, dueno Christo…
Esa forma de anotación
originó la locución ad pedem litterae, es decir, al pie de
la letra, que indica que la palabra latina hay que entenderla tal como
se entiende la palabra romance que se escribe debajo. Hoy, el DEL
define ad pedem litterae ‘literalmente, enteramente y sin
variación, sin añadir ni quitar nada’.
Fotograma de Mientras dure la guerra |
Le hablo de
esto a Zalabardo porque leemos que, en Valencia, un grupo ultraderechista ha
boicoteado una de las proyecciones de la película Mientras dure la guerra,
de Amenábar. Y leemos solicitudes de boicot y artículos en medios
digitales de idéntica o parecida inclinación que denuncian las “falsedades
históricas” de la película. Mi amigo y yo hemos visto la película y nos parece
excelente por muchas razones: magníficas interpretaciones, rigor en la
narración de unos hechos históricos, neutralidad y distanciamiento (es decir,
huida de perspectiva partidista) y más cosas.
La película
narra los inicios del alzamiento en Salamanca, la zozobra ideológica de Unamuno
y, sobre todo, su choque dialéctico con Millán Astray. Por ahí vienen
casi todas las críticas: que no se narra con exactitud ese encuentro, que Millán
Astray dijo o no dijo, que cuál fue la intervención de Unamuno… Todos
estos reventadores y fanáticos que muestran su intolerancia pidiendo
prohibiciones o esos críticos nostálgicos de épocas pasadas parece que no entienden
el tiempo en que viven, que no saben leer la lengua en que está escrito y necesitan
que se aplique la técnica del ad pedem litterae.
Primero, porque
no ven que Amenábar ha hecho una película, lo que permite algunas
licencias, y no un documental. Segundo, porque creo que el director no hace en
su historia un juicio político ni se decanta por un bando. Unamuno,
centro del film, se nos presenta atormentado porque habiendo sido republicano y
después defensor del alzamiento, su conciencia le pide condenar las atrocidades
cometidas tanto por la República como por el Alzamiento.
Está claro que Zalabardo
y yo no pensamos destripar la película, que ha sido calificada por críticos de
apariencia más ecuánimes como sólida, buena, contenida, valiente, compleja o
arriesgada. Solo queremos escribir bajo la línea de su relato algunas
aclaraciones. Es cierto que no hay documentos exactos y fidedignos de cómo se
desarrolló aquel acto. Amenábar, no lo dudamos, se habrá servido de una
muy amplia documentación, pero creemos ver que para el episodio del acto de
Salamanca sigue básicamente el relato que hace Hugh Thomas en su libro La
guerra civil española, por otra parte, el más comúnmente aceptado por
todos los historiadores de prestigio. Thomas reconoce, a su vez, que él
se vale de la versión que Luis Portillo, que fue profesor en Salamanca,
aunque tampoco estuvo presente, publicó en la revista Horizon.
Fotograma de Mientras dure la guerra |
Los parlamentos
del acto, dice la crítica negativa, son una invención. Pero, y aquí viene lo
que ad pedem litterae, José María Pemán, uno de los
oradores junto al profesor Francisco Maldonado, publicó en ABC,
en 1964, La verdad de aquel día, un artículo en el que quería
rebatir el anterior de Portillo.
Ese artículo,
para mí, es la principal nota ad pedem litterae. En su alegato, Pemán
comienza por decir que no hubo nada; que en Salamanca solo se pronunciaron dos
oraciones universitarias sobre la hispanidad y que no recuerda bien la
secuencia de los hechos. Pese a todo, su memoria le permite reconocer que Unamuno
condenó el empleo que se hacía del término anti-España; que es cierto lo que se
dijo sobre lo vasco y lo catalán, y que don Miguel habló algo sobre que
no es igual vencer que convencer.
Sobre otras
cosas, se muestra seguro: que se produjo un gran revuelo en contra del rector salmantino;
que Millán Astray pidió hablar tras la intervención del rector, pero que
lo suyo no fue un discurso, sino gritos arrebatados; que no dijo “muera la
inteligencia”, sino “mueran los intelectuales”, a lo que, tras las quejas de Maldonado
y él mismo, añadió: “mueran los intelectuales traidores”; y que, y esto es
importante, “quizá el profesor Maldonado y yo tuvimos algo de culpa de
todo lo que sucedió”. El artículo de Pemán se convierte, pues, en
magnífica muestra del sentido auténtico de la película. Entendamos, pues, lo que se desarrolla en la pantalla ad pedem litterae, enteramente y sin variación.
Cualquier otra
cosa es querer aferrarse al manido tópico, que puede que no sea ni manido ni
tópico, de las dos Españas irreconciliables del que algunos, entre ellos
Zalabardo y yo estamos bastante cansados.
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