El azar depara
inesperados encuentros. Tratando de localizar un papel antiguo, encontré una
vieja carta que no sé cómo llegó a mis manos; tal vez oculta entre las páginas
de un libro comprado en una librería de lance. Zalabardo y yo nos pusimos a
leerla. Fechada en julio de 1924, la escribe en Bab-el Sar, durante la guerra
de África, un soldado llamado Antonio Vargas Cobos, en respuesta a otra de
un tío suyo que se interesaba por su estado. Con ortografía defectuosa e
insegura sintaxis, el joven escribe: …con respecto álas operaciones debo
desirle que si que acido un combate fuerte pero solamente uno y en la Posición
de Koba-Darsa que estubo 7 – o – 8 dias aislada pero que no murieron ninguno:
adonde murieron fue para sarbar la fuerza que estaba en hella y también le digo
que esto no ancido operaciones esto acido un castigo para que no se
metan con las posiciones. Líneas más adelante, tranquiliza a su tío: …por
mi no tenga V. miedo por que yo estoy lejos de Tetuán…
Como todos los
suyos, el artículo está muy bien documentado. Cita, por ejemplo, un libro de Nicholas
Carr, experto en el impacto de las nuevas tecnologías, que confiesa cómo la
fuerte relación establecida con el mundo de Internet lo llevó de ser voraz
lector de libros a no leer apenas ninguno. También cita la frase de un
informático de prestigio que decía: ¿Para qué perder tiempo en leer un libro
si con pulsar una tecla obtengo lo que ese libro me dice? En ese momento,
recuerda Vargas Llosa que cuando la memoria deja de ejercitarse, se
entumece y debilita; o que el mal no está en Internet sino en que dejemos de verla
como herramienta y la convirtamos en prolongación de nuestro cerebro. Y teme
que vayamos hundiéndonos en un mundo en el que cada día cueste más leer un
libro completo y en el que nuestros jóvenes sean incapaces de leer el Quijote,
la Celestina o cualquier obra de Shakespeare.
Zalabardo sabe
que no soy enemigo de Internet ni de las redes sociales: me ayudo de la rapidez
en Google para acceder a informaciones que necesito, escribo este
blog desde hace más de diez años, tengo cuenta en Facebook, acabo
de leer, en formato epub La amortajada, de María Luisa Bombal
(sin abandonar los libros tradicionales, como Contar los cuarenta,
de Miguel Moreta, y El cazador de estilemas, de Álex
Grijelmo, que leo ahora), mantengo fluido contacto con mis amigos gracias a
whatsapp…
Pero nada de
eso impide que sea consciente de los muchos males que aquejan al mundo
informático y a las redes. A mi amigo le explico que, en whatsapp
no me gustan, por ejemplo, los reenvíos si no se conoce el origen, veracidad y
objetivo de lo que se reenvía. El reenvío es un peligroso método para difundir contenidos
falsos o malintencionados, prueba fehaciente de que la cantidad casi
inabarcable de información que Internet nos ofrece no es, en ningún modo,
fuente de conocimiento. Podría hacernos reír el falso mensaje de una
inexistente doctora Ana Judith Salazar, empleada de una empresa
farmacéutica igualmente inexistente, que nos previene de cierto riesgo de
muerte. Pero ya no es para reír que, partiendo de un hecho cierto, se extraigan
argumentos con el único objetivo de dañar a personas, instituciones, partidos políticos,
etc. Hace unos días tuvo lugar un vandálico incendio en una ermita zaragozana
de Tauste. La lectura de la prensa aragonesa o navarra nos aclara el suceso;
sin embargo, mi interlocutor me reenviaba una noticia que titulaba: Comienza
el anticlericalismo y la quema de iglesias y, en su redacción, aludía a
una frase escrita en el templo asaltado que en realidad no existió: Arderéis
como en el 36. Todo adquiere su sentido si sabemos que la noticia se
incluía tras las elecciones del pasado 10 de noviembre en rebeliónenlagranja.com,
publicación digital dirigida por el presidente de Intereconomía y
militante de VOX.
Tampoco me
gustan, tengo que decirlo así, esas fotos y vídeos que se emplean para saludar,
desear feliz sábado, felicitar, etc. Los encuentro fríos y faltos de personalidad.
Prefiero los saludos en los que un amigo me envía la imagen del pastel que está
cocinando, la foto del último viaje que ha hecho, una reflexión sobre el libro
que está leyendo, el vídeo de una canción que le trae recuerdos de tiempos
pasados, su preocupación por cómo anda el patio político, lo hermosas que crecen
las coles de su huerta, la experiencia de un reciente viaje… Pero todo ello
escrito por su mano, como la carta de ese desconocido Antonio que
menciono al principio.
Porque esa es
otra: ya no es que no se lea, como denuncia Vargas Llosa; es que apenas
se escribe. Nos limitamos a enviar el frío saludo que otra persona escribió. Y
eso si no se nos manda una imagen de un personaje ilustre, casi siempre ya
difunto para que así no tenga oportunidad de desmentir nada, acompañada de una
frase que, mira por dónde, digo a Zalabardo, nunca llegó a escribir ni
pronunciar. Ni en el Quijote es posible leer Con la Iglesia
hemos topado, mi buen amigo Sancho; ni en El Príncipe, de
Maquiavelo, El fin justifica los medios; ni en ninguna
obra de Einstein aparecerá eso de Solo hay dos cosas infinitas: el
universo y la estupidez humana, y de lo primero no estoy seguro. Porque
como tantísimas frases que circulan por ahí, nunca fueron dichas ni escritas.
Las que sí son
tiernas y sinceras y llegan al alma de quien las recibe son estas palabras con
que cerraba su carta, posiblemente desde una trinchera, ese soldado Antonio
Vargas: Muchos recuerdos para: Antonio el de María Cobos y sufamilia y
para Alonso y su familia. Los más tiernos afestos para mitita y para mis primos
y primas y para todo el que por mi pregunte y V. mi Querido tito Recibe cuanto
quiera de este susobrino que lo quiere y no lo olvida y lo soy. Es posible que
este Antonio tuviera poca formación y dificultades para acceder a la
información. Pero su conocimiento de las cosas era muy claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario