Le digo a
Zalabardo que, con el firme convencimiento de que nuestra sociedad debe caminar
hacia una equiparación efectiva en derechos y deberes de todas las personas
(sin reparar en su sexo), la visibilidad de las mujeres no se logra retorciendo
la lengua, sino adoptando medidas sociales justas que mejoren la situación de
las mujeres.
Juan de
Valdés, en el siglo XVI, en su Diálogo de la lengua, se ríe
de quienes le piden, atendiendo a su
prestigio, información sobre la lengua castellana; toma como broma la
solicitud. Le preguntan por qué le parece mal hablar de la lengua que le es
natural y sí lo hace, en cambio, de la lengua latina. Les responde que la
latina la ha aprendido por arte y libros, y la castellana por uso, de manera
que de la latina podría dar cuenta “por el arte y por los libros en que la
aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar”.
Nuestros
políticos deberían aprender eso. La lengua es un tesoro que pertenece al pueblo
que la habla y solo el uso que ese pueblo hace a través de los tiempos va
dejando en ella su huella. Cambia según va cambiando la sociedad, y nunca por
capricho de los gobernantes. En esta línea, decía hace poco Santiago Muñoz
Machado, presidente de la RAE, que jamás una manera de hablar se
podrá imponer por decreto ni por acuerdos entre determinados grupos
particulares.
Si ponemos un
poco de atención, llamo la atención de Zalabardo, comprobaremos que el pueblo,
la gente normal y corriente, va por otro camino. Cualquier padre o madre hablará
de sus hijos, aunque entre ellos haya niñas y niños.
Y cualquier niño o niña, hablará de sus padres, sin caer en esa
ridiculez de decir mi padre y mi madre.
Hay dos
principios en el estudio de la lengua que no deben olvidarse nunca. Uno es el
de la economía, decir mucho con pocos elementos. El otro es el de existencia de
elementos marcados (precisamente para hacer posible el anterior). Un elemento
marcado es el que posee un rasgo que lo hace significar de modo excluyente; si
hablo de las españolas, automáticamente quedan fuera de mi discurso
los hombres. El elemento no marcado, por el contrario, tiene un valor inclusivo
que no hay en el otro; si hablo de los españoles, todos
entendemos que ahí caben los hombres y las mujeres.
¿Qué eso, por
sí solo, no es suficiente? Por supuesto. Aparte de que la lengua cambia de modo
natural, Muñoz Machado dice que la RAE no se cierra al lenguaje
inclusivo reclamado siempre que esos cambios sean razonables, no lesionen el
idioma, mantengan su belleza y, sobre todo, su economía. Por esa razón, aunque
parezcan estar en contra de alguna norma, aceptamos presidenta, jueza,
edila, concejala, arquitecta y todos
los etcéteras que ustedes quieran. O que se use la duplicación de género cada
vez que no hacerlo induzca a duda o error.
Interesa
escuchar algunas opiniones de los académicos citados. Paz Battaner, por
ejemplo, afirma que el género no es lo más importante a la hora de estudiar la
lengua. Que los diccionarios y gramáticas deben describir cómo usa la gente las
palabras y la lengua, pero nunca ir por delante. Considera que no utilizar el
masculino incluyente provoca inconsistencias muy grandes y discursos
reiterativos que no mejoran la presencia de las mujeres en la sociedad.
Inés Fernández-Ordóñez
cree que la Constitución está redactada en un tipo de lenguaje formal y
administrativo que no es el habla común de la calle en la que se pueden tener más
licencias. El lenguaje de la Constitución tiene sus propios códigos, más
rígidos.
Pedro
Álvarez de Miranda, más categórico, mantiene que la lengua no es materia ideologizable
(es decir, que no la pueden imponer los políticos) y que, si la Constitución
española debe reformarse, no será por la lengua. A propósito de la
Constitución, no ya Álvarez de Miranda, sino mucha gente de todos los
campos, coincide en que lo que sí es reformable es el Título II, De la
Corona, en el que exclusivamente se habla de rey y de príncipe,
pero no de reina ni de princesa, aparte de que
mantiene el criterio de preferencia del varón sobre la hembra en la línea de
sucesión. Eso sí debe ser cambiado cuanto antes.
Y si atendemos
a ideas de personas abiertamente partidarias del cambio pedido por la ministra Calvo,
lo cierto es que encontramos bastantes incoherencias. Escojo solo un artículo
de una catedrática de Filología de la Universidad de Valencia, Maria Josep
Cuenca.
También olvida
esta experta en Filología el principio de economía lingüística, que todo el
mundo considera básico, cuando propone que, siempre que en la Constitución
aparezca los españoles, para evitar la fea duplicación se cambie
por las personas de nacionalidad española.
Zalabardo y yo
no sabemos si reír o llorar.
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