Tuone Udaina |
Una mañana de
1967, era yo alumno de la Universidad de Granada, don Manuel Alvar nos habló
de Tuone Udaina (Antonio Udina). Con la muerte, 69 años atrás, de
aquel barbero de KrK (en la actual Croacia) moría una lengua romance, el dálmata,
de la que era el último hablante. Le confieso con sinceridad a Zalabardo que me
tomé la información como una mera anécdota, una curiosidad sin más.
Años después, en
2008, Enrique Vila-Matas escribió un artículo, El último en hablar.
Recordaba el caso de aquel Tuone Udaina. Pero también comentaba otros
casos semejantes, algunos vividos por él de modo cercano, (la defunción de Marie
Smith Jones, última hablante de la lengua eyak, hablada en
una región de la desembocadura del río Cooper, en Alaska, o la desaparición de
la lengua kasabe en una perdida zona de Camerún). Mi reacción fue
diferente. Aquellas muertes dejaban de ser una anécdota y se convertían en
acicate para informarme mejor sobre lenguas que desaparecen porque un día no
hay quien las hable. Me conmovió una frase que no sé si pertenece a Vila-Matas
o la tomaba de alguien: La soledad de hablar una lengua que ya nadie conoce
tiene que ser una experiencia extraña. Dejé de sentirlas como lenguas
muertas, como el latín, que nos siguen sirviendo de referencia; eran lenguas
muertas y olvidadas para siempre.
De las
aproximadamente 100 lenguas que hay en Europa, solo la cuarta parte son
oficiales. En el mundo hay unas 7000 lenguas y 2500 están en peligro de
extinción. De una veintena de lengua se sabe que resta un solo hablante (quizá
ya fallecido cuando escribo).
Marie Smith Jones |
En Europa se
redactó, en 1992, una Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales
a la que España se adhirió y firmó su compromiso de cumplimiento en
2001. En ella se exige algo tan simple como lo siguiente: reconocer que estas
lenguas son expresión de riqueza cultural; compromiso de garantizar su
pervivencia y uso; fomento de su aprendizaje por parte de quienes, sin que sea
su lengua materna, vivan en la región; garantizar la educación desde preescolar
hasta los niveles universitarios en dicha lengua, sin perjuicio de cualquier
otra que sea oficial en todo el Estado; garantizar que los órganos judiciales
(a petición de las partes) lleven los procedimientos en la lengua regional allí
donde proceda; garantizar a sus hablantes el derecho a dirigirse a la
administración en su lengua regional y a ser contestado en la misma.
Pero muestro a
Zalabardo unos datos estremecedores que he recogido: en Galicia, en 2008, un
29,5% de niños no hablaban gallego; en 2018, esta cifra se ha disparado hasta
el 44%. Y el 13% de los abuelos de esos niños se expresa solamente el
castellano. En Euskadi, hablan vasco solo 16 de los 343 jueces que hay, solo el
42% de agentes de la Ertzaintza y solo un 34% de sanitarios pueden atender a los
pacientes en su lengua materna. En la Islas Baleares, el caso es peor: solo hay
dos jueces conocedores del catalán.
Datos, datos,
datos, me dice Zalabardo. Le respondo que sí, que son datos y, a lo mejor,
alguno errado por una búsqueda deficiente por mi parte. Pero es que el martes
pasado, creo que fue ese día, me encontré con una noticia que, al menos a mí,
me ha provocado escalofríos: El Consejo de Europa amonesta a España
por incumplir el deber de preservar la riqueza lingüística del continente.
Octavilla impresa en A Coruña, en 1942 |
Le digo a
Zalabardo que se me abren las carnes solo de pensar que un día tuviésemos que enterarnos
de que ha muerto el último hablante de gallego, lengua que dio,
presumiblemente, las primeras creaciones líricas romances en España. Que
un día no hubiese alguien capaz de recitar, y entender, estos versos de un
juglar del que apenas se sabe nada, Juiâo Bolseiro, que pone en boca de
una joven estos versos:
Aquestas
noites tan longas,
que
Deus fez en grave dia,
por
min, porque as non dormio,
e
por que as non fazia
no
tempo que meu amigo
soia
falar comigo?
[Estas
noches tan largas que Dios hizo en mal día, por mí, porque no las duermo, ¿por
qué no las hacía en el tiempo en que mi amigo solía hablar conmigo?]
Como se
perderían versos tan bellos como estos de Celso Emilio Ferreiro, este
más moderno, en uno de los poemas de Longa noite de pedra:
Anque
as nosas palabras sean distintas,
e
ti negro i eu branco,
si
temos semellantes as feridas,
coma
un irmau che falo.
Por
enriba de tódalas fronteras,
por
enriba de muros e valados,
si
os nosos soños son igoales,
coma
un irmau che falo.
[Aunque sean
diferentes nuestras palabras, y tú seas negro y yo blanco, si tenemos heridas
semejantes, como a un hermano te hablo. Por encima de todas las fronteras, por
encima de muros y vallados, si nuestros sueños son iguales, como a un hermano
te hablo.].
Otro día, le
digo a Zalabardo, quizá hablemos de las diferentes causas de la muerte de tantas
lenguas.
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