Teresa Rodríguez |
Heráclito,
un filósofo efesio que vivió en el siglo V a. C. (pues los efesios existían
mucho antes de que a Pablo de Tarso se le ocurriera enviarles una carta
en la que explicaba el modo en que entendía la nueva religión) y al que unos
llamaban “el oscuro” y otros “el llorón”, nos enseñó con sorprendente claridad que lo único permanente es el cambio.
Todo cambia constantemente y nada permanece; es del todo imposible que volvamos
a bañarnos en el río en el que estuvimos ayer porque, cuando hoy tornamos a sus
aguas, ni el río ni nosotros somos los mismos.
La lengua, le
digo a Zalabardo, nos permite ejemplificar y comprender, día tras día, esta
observación. Hace cosa de un año, Teresa Rodríguez, la Secretaria
General de Podemos Andalucía, hizo unas declaraciones en las que, más o
menos decía: “La patria, o más bien la matria, es
una comunidad de cuidados. Uno se siente perteneciente a un grupo si lo cuidan.
La matria son los hospitales, son las escuelas, la ayuda a la
dependencia, el apoyo a las familias vulnerables… Esa es la matria. ¡Abajo la patria! ¡Viva la matria!”. Poco tardaron en
echársele encima los muchos patrioteros, que no patriotas,
que pululan en nuestra sociedad: que si otra parida del feminismo, que si de
nuevo estábamos ante chorradas como la de las miembras y las portavozas,
que si la manía por llamar inclusivo a un lenguaje que solo es antilenguaje y todos esos argumentos que ya van
quedando manidos.
Sabe muy bien
Zalabardo que Teresa Rodríguez no es santa de mi devoción y que tampoco
sintonizo con Podemos. El nacimiento de este movimiento me recordó Rebelión
en la granja, de Orwell y dije que el tiempo nos aclararía la
duda de quién, entre Iglesias y Errejón, sería Napoleón
y quién Snowball; el tiempo ya nos la ha aclarado. Pero, como no
me considero nada fanático, en este caso de matria tengo que
darle la razón a Teresa Rodríguez, por más que digan que eso no viene en
el diccionario, lo que no es necesario para dar validez a una palabra, o que es
una incorrección gramatical, lo cual es una estupidez que solo puede pronunciar
quien no conozca la gramática.
Miguel de Unamuno |
¿Cómo demuestro
lo que digo a mi buen Zalabardo, que me mira con ojos desorbitados porque cree
que voy muy lanzado? De la manera más simple: acudiendo a la historia de la
lengua y a la de las palabras. El primer origen de nuestra lengua y de las de
nuestro entorno, que sepamos hasta ahora, lo tenemos que situar en el
indoeuropeo. Luego, a fuego lento, como los buenos guisos, se fueron
produciendo los cambios (eso del río heraclitiano) y, con el tiempo, nacieron
nuevas lenguas. Unas, hermanas y muy semejantes entre sí; otras, simplemente
primas o, en no pocos casos, parientes bien lejanas.
Cojamos la
palabra casa. Nadie ignora que es una
construcción que nos cobija, nos abriga y protege. En el indoeuropeo,
tenían una raíz demd ‘casa’, reconocible en el griego clásico
domo, el latín domus o, incluso, el ruso dom.
Pero es que hay otra raíz (s)keu, ‘cubrir, esconder’, de la que se
valieron las lenguas de la rama germánica: el inglés house, el
neerlandés huis, el alemán haus o el danés hus.
Sin embargo, en español usamos casa,
en maltés dar, en francés maison o en
albanés shtëpi, formas para las que hay que buscar una
explicación diferente, tarea que, acordamos Zalabardo y yo, dejaremos a
quien se quiera entretener.
En el muy
interesante libro Historias de palabras, de Louis-Jean Calvet,
un capítulo titulado El padre y la madre se inicia así: “La
pareja padre-madre constituye una de las
demostraciones más hermosas del parentesco que existe entre las lenguas
indoeuropeas”. Y es que las raíces indoeuropeas pater- y matr-
nos dan este resultado: en sánscrito, pitar-matar; en griego, pater-meter;
en latín, pater-mater; en español, portugués e italiano, padre-madre;
en francés, père-mère; en danés, fader-moder; en
inglés, father-mother; en alemán, Vater-Mutter; en
neerlandés, Vader-moeder… La f y la v del
danés, inglés, neerlandés y alemán no suponen nada raro, porque responden a una
ley fonética que muestra que el sonido bilabial de la p indoeuropea se
conserva en las lenguas grecolatinas, pero se convierte en labiodental (f/v)
en las germánicas.
Explica Calvet
que en el indoeuropeo primitivo no existía el paralelismo semántico que en la actualidad hay
entre padre y madre. Padre remitía a
la idea de ‘jefe’, ‘sacerdote’, ‘patrón’. Madre, en cambio,
enviaba a la idea de ‘núcleo de la célula social’, de donde todo surge. Padre señala hacia quien garantiza la propiedad de la tierra y su
transmisión, y de ahí nace el patrimonio; también, el padre
transmite la pertenencia a un grupo y por eso la nación en que uno vive es la patria.
La madre,
que es quien da la vida, simboliza la reproducción y garantiza la maternidad
legal (se puede dudar quién es el padre, pero nunca quién es la madre); eso justifica que el núcleo social básico se obtenga mediante el matrimonio. O que el registro y procedencia de algo nos lo garantice la matrícula.
Y que una matriz sea como un tronco que da brotes. Esa es la razón de que tronco nos
conduzca hasta madera y materia. En otras culturas, la cosa es diferente. En árabe, um,
la madre, tiene la misma raíz que umma, ‘comunidad
de todos los musulmanes’ y, entre los judíos, solo la madre puede
transmitir la condición de judíos a sus hijos.
María Zambrano |
Y vamos
cerrando, le digo a Zalabardo. ¿Es tan barbaridad esa matria de
la que habla la representante de Podemos? Ni mucho menos. Es verdad que
el Diccionario de la Academia no la recoge, pero no es un neologismo que
se haya inventado Teresa Rodríguez. De esa noción de la naturaleza materna
de la nacionalidad ya hablaron Virginia Woolf, Isabel Allende, Jorge
Luis Borges y más gente. En el prólogo a su novela La tía Tula, Unamuno dice algo que luego repetiría en otros escritos: “Hablamos de
patrias y sobre ellas de fraternidad universal, pero no es una
sutileza lingüística sostener que no pueden prosperar sino sobre matrias
y sororidad”. Y en una entrevista en Televisión Española, en 1988, María
Zambrano, al ser preguntada sobre la proximidad entre la muerte de su padre
y su salida al destierro, contestó: “Sí. Perdí a mi padre y perdí
la patria; pero me quedó la madre, la matria”.
Con el tiempo, patria
ha ido acumulando connotaciones de autoritarismo, sentido de la propiedad y
pertenencia, incluso violencia… No estaría mal, por tanto, que durante algún tiempo nos
acogiésemos a la matria. Al fin y al cabo, siempre sabremos de
quién somos matriotas (¿otro neologismo contra el que luchar?),
pero toda la vida nos acompañará la duda sobre qué patriota es el
verdadero. El inolvidable Caetano Veloso cantaba: “A lingua é minha
patria. / E eu não tenho patria: tenho mátria. E quero frátria” (Mi patria
es la lengua. Pero yo no tengo patria: tengo matria.
Y quiero hermandad).
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