En atención a
lo dicho entendemos expresiones como estar a punto, llegar
a punto, estar en su punto, hacer algo a punto,
ganar puntos, poner punto en boca, ser
persona de puntos, no dejar punto sin tratar; no
obstante, a veces nos encontramos algunas paradojas, ya que estar en el
punto puede significar ‘tener conocimiento de algo’ y, a la vez, en
jerga, significa ‘dedicarse a la prostitución’.
Con poner punto
en boca, ‘guardar silencio’ y punto redondo, ‘dar algo
por finalizado’ se relaciona un modismo sin origen claro: Lo dijo Blas,
punto redondo (en algunos lugares y punto pelota) que
alude a que la autoridad de alguien que hace inviable cualquier otra opinión en
disputa. ¿Y quién fue este Blas al que tanto se obedece? Distintas
versiones leemos y todas poco verosímiles, lo que nos lleva a afirmar que no es
más que un personaje paremiológico, uno de esos seres ficticio que la tradición
oral ha mantenido en refranes y modismos y a los que se atribuye alguna
cualidad, sea esta positiva o negativa: Perico el de los palotes
(quien no deja de dar la tabarra), Maricastaña (la que nació
antes de que se inventara el tiempo), Pepe Leches (el más cegato
del mundo), la Bernarda (pues eso, la dueña del suyo), Abundio
(el más torpe o tonto), Juan Palomo (el listillo del grupo), Perogrullo
(el que dice lo que todos saben), Lepe (el más listo)...
En el Vocabulario
andaluz de Alcalá Venceslada encuentro punto como
‘puesto de resguardo a la entrada de un pueblo’ y ‘empleado que vigila ese
resguardo’, lo que nos lleva al sentido más general de ‘lugar concreto o
persona que en él está’. Aunque tenga poco que ver con el objetivo de este apunte,
le recuerdo a Zalabardo que, en el siglo XIX, el coche de punto
era un carruaje tirado por caballos que podía alquilarse, llamado así por
encontrarse estacionado en un lugar, el punto, para quien lo necesitase.
Pero debe ser
un punto diferente el que nos conduzca a punto filipino,
definido en cualquier diccionario como ‘pícaro, persona poco escrupulosa y
desvergonzada’. El problema se nos despliega cuando queremos saber de dónde
viene la expresión. Zalabardo es conocedor de mi búsqueda y de que no he
hallado la respuesta definitiva, por lo que todo se sigue manteniendo en el
terreno de la hipótesis.
Las Provincias, 11 julio 1888 |
Vayamos,
entonces, a un punto que he callado hasta ahora, perteneciente al
vocabulario del juego: ‘valor de cada naipe por su número o de las caras de un
dado’, ‘en algunos juegos, el valor del as de cada palo’, ‘en algunos juegos,
valor convencional atribuido a cada naipe’, ‘manos o bazas ganadas en un
juego’. Y, también, lo que antiguamente se llamó apunte, ‘jugador
que apuesta solo contra la banca’.
La unión que
puede establecerse entre todo ello la encontré anoche en un ejemplar de Las
Provincias. Diario de Valencia, de 11 de julio de 1888: Del obrero
holgazán, que abandona el trabajo para discutir en la taberna si Lagartijo mata
mejor que Frascuelo, sale el espadista y el timador; del señorito de buena
familia que consume su patrimonio con las gentes de este jaez, pasando la vida
en juergas y diversiones, sale el estafador, el punto de la casa de
juego…
¡Aleluya! Ya
tenemos que el punto, ‘individuo que es de poco fiar, que no
trabaja, que solo busca un provecho propio sin importarle nada, falto de
escrúpulos, asiduo fijo de la taberna o de la casa de juego’. Este punto, que
se hace profesional del engaño, de la estafa, pienso que nace del antiguo apunte
de las casas de juego convertido, mediante una remuneración, en elemento que
incita a otros a jugar. Igual que lo que acontece en timos que aún perduran —el
tocomocho, la estampita o el trile—
en los que siempre actúa un gancho, un punto, que ayuda en el
engaño.
Pero, ¿por qué punto
filipino? García Remiro, en Estar al loro, apunta
a Pérez Galdós como creador de la expresión, aunque en otros lugares leo
que fue Corpus Barga. En cualquier caso, no he hallado la prueba. Si encuentro
que José Jackson Vegán estrenó en 1894 un juguete cómico titulado Un
punto filipino, lo que indica que era ya algo corriente. Mª Dolores
Elizalde, Josep M. Fradera y Luis Alonso, en una publicación
del CSIC de 2001 dicen: La expresión parece haberse originado en
Filipinas para referirse despectivamente a los kastilas, es decir, a los peninsulares
de ánimo aventurero que iban a Manila a medrar sin esfuerzo.
No obstante, Luis
Alonso Álvarez, profesor de la Universidad de A Coruña, dice que los
españoles no trajimos de Filipinas más que el mantón, que es chino, el tabaco
negro, el galeón de Manila (buque que hacía el trayecto) y el punto
filipino, que, curiosamente, en Filipinas se aplica al ‘mujeriego’,
idea que refuerza Juan M. Feliz. Por fin, en la página de la empresa Aaron
Traducciones leo que, desde el siglo XVII, era costumbre que algunos
delincuentes aceptasen la deportación a Filipinas como forma de destierro para
evitar la cárcel. Más tarde, algunas familias optaron por enviar a aquellos
hijos díscolos a las colonias para que se buscasen la vida. Unos y otros empezaron
a servirse del engaño, estafando a incautos y ambiciosos con deslumbrantes negocios
que decían estar radicados en las Filipinas y que, en realidad, no existían. De
esta forma, esos puntos, vividores, holgazanes, sablistas,
acabaron por crear el poco ilustre subgrupo de los puntos filipinos.
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