El lenguaje es un
valiosísimo instrumento, más que ningún otro, para organizar nuestro
pensamiento y poder transmitirlo a los demás. Lo he hablado muchas veces con
Zalabardo. Pero, como cualquier instrumento, valga en un simple martillo,
podemos utilizarlo bien o mal. El bello mueble que contemplamos debe más a la
pericia del ebanista que lo hizo que a la cantidad y calidad de sus herramientas.
Que nadie olvide esto.
Un claro
pensamiento, es lo que pretendo decir, se manifestará mejor mediante un
lenguaje que todos elogien. Pero que nadie crea que, por la mera circunstancia
de poseer la facultad de hablar, conseguiremos que nuestras ideas sean más
claras y más valoradas.
Ese principio
me ha llevado siempre a defender que un buen pensamiento, apoyado en un
adecuado lenguaje, ayuda al progreso de una sociedad; pero jamás triunfará el
proceso opuesto: una sociedad no cambiará porque nos limitemos a modificar el
lenguaje manteniendo ideas banales. Aunque muchos lo intentan, ya sea mediante
intimidación o por pura imposición.
Estos días en
que estamos asediados por un coronavirus y en los que, en momentos, llegamos
incluso a temer que acabaremos vencidos, pueden servir de ejemplo para lo que
digo. Porque estos días, repito, nos hemos topado bastante con palabras y
conceptos que teníamos olvidados o contemplamos cómo se recurre a otros que no
conocemos.
Zalabardo, como
siempre, solicita ejemplos. Y procuro dárselos. Hemos comprendido la diferencia
entre epidemia y pandemia. Una epidemia
es una enfermedad que se propaga durante un tiempo en un país, afectando de
manera simultánea a un gran número de personas; en cambio, una pandemia,
así lo entiende la OMS, es la propagación a gran velocidad y a escala
mundial de una nueva enfermedad. De hecho, la OMS no ha hablado de pandemia
ahora hasta que se han dado casos en los seis continentes y en más de 100 países.
Del mismo modo debe
haber quedado claro que la cuarentena, el simple confinamiento
para prevenir la enfermedad, carece de tiempo determinado. Asociarla con cuarenta
días no tiene ninguna base científica; es algo que nació en Venecia, en el
siglo XIV, cuando se creyó que un confinamiento de cuarenta días libraba de la
peste negra.
En este rastreo
de palabras, se me viene a la boca y a los oídos, le digo a Zalabardo, el
neologismo infodemia. La propia OMS utiliza ya desde hace
años infodemic para referirse a un exceso de información acerca
de un tema, mucha de la cual son bulos o rumores que dificultan que encontremos
fuentes y orientación fiables cuando las necesitamos. Pero, entre nosotros, es
palabra nueva. Fundéu nos aclara que infodemia es un
neologismo válido que señala la sobreabundancia de información (alguna rigurosa
y otra falsa) sobre un tema. Por desgracia, se ha instalado bien.
Otros casos que son diferentes, pues
muestran un pensamiento descuidado, una falta de reflexión que nos empuja a crear
un lenguaje distorsionador de la realidad de la que queremos hacer mención. Le
pongo a Zalabardo algunos casos. Por ejemplo, es correcto hablar de escalada
cuando nos referimos al aumento de contagios por una enfermedad. Pero, si como
parece, empezamos a ponerle freno, ¿por qué hablar de desescalada
si, en español, lo opuesto a escalada es descenso?
Otro caso. El presidente Sánchez, cuando su gobierno decidió hacer
frente a la pandemia, con un poco de retraso, esa es la verdad,
nos exhortó a un comportamiento disciplinado que nos llevaría a una nueva
normalidad. Imagino que él o algunos de sus asesores recordaron la
promesa del presidente Roosevelt sobre un new deal, un
nuevo trato, una intervención para luchar contra los efectos de la Gran
Depresión. Pero lo que la covid-19 nos ha robado a los españoles,
y a otras muchas personas de todo el mundo es precisamente la normalidad,
nuestra vida ordinaria habitual. Y, pienso, lo que queremos es que esa normalidad
perdida se restablezca, no que nos inventen una nueva.
A partir de ejemplos de
este tipo, surge el llamado efecto contagio. Por eso alguien ha escrito sobre
la aspiración a una nueva inmunidad. Tenemos un sistema
inmunitario que defiende a nuestro organismo contra los ataques de elementos
patógenos. La inmunidad puede ser innata o adquirida (por
ejemplo, con vacunas), puede fortalecerse o debilitarse, pero no hay que
inventar ninguna inmunidad nueva.
Pero peor que dedicarse
a sugerir nuevos significados o inventar nuevas expresiones es dar patentes
pruebas de un desconocimiento supino de la lengua que usamos. Buscando
asegurarse el voto positivo para aprobar el mantenimiento del estado de alarma,
el gobierno de Sánchez firma un documento con EH Bildu en el que
se compromete a la derogación íntegra de una ley anterior. Si derogar
significa ‘dejar sin efecto una norma vigente’, ¿a qué viene eso de íntegra?
O se deroga una norma, o se derogan algunos aspectos
de una norma. En cualquier caso, lo de íntegra sobra.
La covid-19
podrá dejarnos secuelas, pero confiemos en que ninguna afecte a la corrección
del lenguaje.
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