Me pregunta
Zalabardo qué objetivo persigo con este inicio tan, para él, extraño. He estado
tentado de seguir la senda anterior y contestar: “He dicho lo que he dicho y
has oído”. Pero, claro, mi amigo pondría la cara de pasmado que debieron poner Moisés
y Pedro Alonso, el vecino del caballero manchego. Por
eso, mudo de intención y le aclaro que mi objetivo es señalar la tendencia que
hay, desde siempre, y en todas las esferas, a disimular lo que se dice, a
trasmutar nombres, a emplear eufemismos para que, aunque nuestro pensamiento
pueda seguir siendo el mismo de siempre, nuestras palabras tengan la apariencia
de significar algo diferente.
La pandemia que
nos ha azotado, y que nos sigue afectando, ha tenido también su influencia
sobre el lenguaje. Podríamos señalar algunas palabras y
expresiones (desescalada, distancia social o movilidad)
que se han integrado en nuestro vocabulario usual. Nuestro presidente,
para no alarmar con la inevitable consecuencia de que sufriremos un duro
quebranto económico, habla de que se producirá un enfriamiento económico
internacional, o para esperanzarnos con la recuperación, nos ofreció
desde el primer día una nueva normalidad.
Me resultan
llamativas dos de esas expresiones: distancia social, le digo a
Zalabardo, creo que es un lapsus consecuencia de la falta de reflexión. Y es
que nadie ignora que, en toda crisis, quienes disponen de menos medios son los
que más padecen, circunstancia que aumenta el margen separador entre clases;
pienso que más correcto hubiese sido hablar de distancia física
como medio de evitar contagios. Y sobre nueva normalidad, ¿qué
diremos? La gente, lo pienso sinceramente, no quiere sino recobrar la que tenía
antes, pues en el periodo que se nos aproxima, la normalidad será que muchos
continuarán sufriendo por la pérdida de sus puestos de trabajo y de su poder
adquisitivo. Por desgracia.
Concluido el estado de alarma y dado que ya no puede ser el gobierno la diana sobre la que lanzar todos los dardos, ha sonado el disparo de salida de la competición por ver quién utiliza un lenguaje más críptico, quién hace más por disimular lo que no desea reconocer. Las Comunidades Autonómicas comienzan a hacer juegos malabares con el lenguaje para escurrir el bulto cuanto se pueda. Así, ante los rebrotes de contagios que van apareciendo, los responsables de Sanidad de la Junta de Andalucía afirman con vehemencia que aquí no hay rebrotes, que solo tenemos clústeres. ¿Nos quedamos más tranquilos porque nos lo digan en inglés, si, en epidemiología, ese anglicismo se utiliza para señalar la agrupación de casos en un área dada y durante un periodo concreto, sin tener en cuenta si ese número de casos es mayor de lo deseable? En Málaga, en un Centro de Acogida gestionado por Cruz Roja, de algo más de un centenar de personas que ocupan el Centro, casi noventa presentan síntomas de contagio. “Está controlado”, dicen; pero, ¿quién garantiza que el virus no traspasará sus muros y se extenderá?
Y ayer, en la
prensa, leía un artículo que se presenta bajo este atractivo titular: Educar
en resiliencia proactiva. Los dos términos proceden del campo de la
psicología y, para especialistas, pueden ser normales. Pero su autor, creo que
en este caso autora, debería pensar en quienes, la mayoría de la población, no
los conoce. Si la resiliencia es la capacidad que una persona
tiene para superar una circunstancia traumática y adoptar de actitudes
positivas ante una situación adversa, y la proactividad es la
capacidad de tomar iniciativas para adelantarse a problemas futuros, le
pregunto a Zalabardo si no sería mejor titular, por ejemplo, Cómo
enfrentarse al problema actual y prevenir los futuros. Tal vez la gente
lo hubiese acogido con mayor interés.
Le digo a
Zalabardo que la cuestión de fondo que se debe analizar cuando vemos que se
emplea un vocabulario de esta naturaleza es la misma que encontramos en el
empleo de afroamericano o subsahariano. Pero quizá
sea mejor dejar esto para otro momento.
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