Estamos viviendo unas navidades extrañas, marcadas por la soledad que impone la prudencia de no reunir a cuantos quisiéramos ver en torno a una mesa compartiendo alegría y afectos. Zalabardo dice que jamás ha conocido unas navidades así; tampoco yo. Y aprovecha la situación para entregarse a la nostalgia de recordar otros tiempos y otras circunstancias. Pero como la memoria camina por donde le da la gana pronto aparecen los temas más heterogéneos que podamos imaginar.
Removiendo en ese revuelto baúl de
recuerdos que parecen olvidados, mi amigo me pide que piense en aquel tiempo en
que la gente cifraba sus esperanzas en algo poco valorado hoy. Los padres, de
eso es de lo que me habla, aspiraban a que sus hijos conociesen al menos las
cuatro reglas, porque ese podía ser el camino para sortear la miseria. Luego, ya
se vería cómo se daban las cosas; y a eso le siguió otro objetivo guiado por la
misma esperanza: que, al menos, llegaran a tener una cultura general.
En nuestro mundo tan altamente
especializado, ambicionar una cultura general se entiende como
síntoma de conformismo en quien no es capaz de otra cosa. Nos puede el prejuicio
de que hay que saberlo todo, aunque acumulemos más ignorancia que verdadero
conocimiento. Si damos por bueno que la cultura es el conjunto de
modos de vida, conocimientos, costumbres, nivel de desarrollo artístico o
industrial que define y cohesiona a un grupo social o a una época, deberíamos
entender que la cultura general es el equivalente a aquella meta
que se impusieron los humanistas de siglos pasados.
La cultura humanística
supone disponer de una serie de conocimientos que, aunque no sean muy profundos,
abarquen una amplia variedad de temas. Es una cultura que nos capacita
para construir un criterio propio, que nos proporciona instrumentos para responder
de manera exitosa a cuestiones de muy diferente naturaleza con las que topamos
cada día.
Esa cultura no nos convierte en especialistas de nada, pero nos abre vías para levantar un pensamiento opuesto al pensamiento único imperante. La adquirimos, o nos ayudaban a adquirirla en nuestra primera edad, en la escuela; después, en nosotros estaba ampliarla accediendo al ámbito universitario. Pero puede lograrse también mediante medios más informales, la simple curiosidad por lo que nos rodea o la experiencia que los años nos va aportando. También la titulitis es una pandemia sin vacuna eficaz.
La conclusión a la que quiere llegar
Zalabardo es que la cultura general de otra época va siendo
sustituida por una cultura de Internet. Zalabardo la llama cultura
de whatsapp. Es una cultura pobre, de cimientos débiles y que,
consecuencia del lastre de una mala utilización de Internet, demuestra que
tener a nuestro alcance más información no siempre enriquece nuestro bagaje de
conocimientos.
Esta cultura de whatsapp
es, por lo pronto, acrítica y propia de quien no sabe argumentar sus opiniones.
La manifestación más visible la tenemos en la moda de los reenvíos
indiscriminados. Pensamos que cualquier chorrada publicada en Internet es dogma
y nos falta tiempo para difundirla sin analizar su contenido y sin, eso es lo
peor, detenernos un segundo en determinar su veracidad.
La falta de mentalidad crítica queda
patente cuando no somos capaces de ver que en Internet circulan demasiadas
frases, juicios, opiniones que asumimos solo porque bajo ellas aparece el
nombre de algún personaje ilustre, ya sea literato, científico, pensador o político.
Y dado que la mayoría de las veces ese personaje es un difunto que no puede
aclararnos la duda, deberíamos ser cuidadosos para no difundir lo que algún desaprensivo
ha inventado. Porque, una vez colgados en la red, nadie podrá detener esos
falsos mensajes, por muchas voces que alerten de su carácter apócrifo.
Se podrían poner muchos casos, pero ayudo al razonamiento de Zalabardo con algunos muy concretos. Dolores de Cospedal, del PP, atribuyó a don Quijote, durante un discurso, una frase que Cervantes no escribió: Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones… A mayor abundancia, poco después la repitió Begoña Villacís, de Ciudadanos, en un acto del Día del Libro. El PSOE felicitó a sus militantes un Día de Andalucía con un poema de García Lorca que, vaya por Dios, era en realidad la letra de unas sevillanas de Los Amigos de Gines. Dos cosas muestran este tipo de errores: que quienes los cometen no han leído ni a Cervantes ni a Lorca, lo primero; lo segundo, que no disponen de lo que ayudaría a no cometerlos, como saber que nunca don Quijote llama querido a su escudero o que difícilmente Lorca pudo hablar del Puente de San Rafael, inaugurado por el general Franco en 1953, casi veinte años después de la muerte del poeta. Saber eso sería cultura general.
¡Cuántas citas falsas e
interpretaciones erróneas nacen del desconocimiento del Quijote! El
tan repetido Ladran, luego caminamos tampoco lo encontraremos en
su boca, pues pertenece a un poema de Goethe, posiblemente inspirado en
un antiguo proverbio árabe. Y el Con la Iglesia hemos topado, Sancho
también prueba el desconocimiento de la novela, pues Cervantes no
escribió Iglesia, sino iglesia, y tampoco topado,
sino dado. La frase no ataca nada, solo constata un hecho simple.
Vagaban de noche por El Toboso buscando el palacio de Dulcinea y don
Quijote, al verse ante un alto edificio, aclara a su escudero: Con
la iglesia hemos dado; es decir, lo que hemos encontrado es la iglesia
del pueblo y no el palacio que buscamos.
Pero no se trata solo del Quijote o de Lorca. En Internet circula un poema, El día más bello, hoy, que se atribuye falsamente a Teresa de Calcuta. O la frase Creo que es necesario pasar tiempo solo. Necesitas saber cómo estar solo y no estar definido por otra persona, que pronunció la actriz Olivia Wilde y no Óscar Wilde a quien se atribuye. Ninguno de los muchos desmentidos ha servido para que la gente se convenza de que el poema La marioneta no es de García Márquez, sino del mexicano Johnny Wech. Y el vizcaíno Alfredo Cuervo escribió en 2001 el poema Queda prohibido llorar sin aprender, que circula como si fuera de Pablo Neruda. Y, teniendo en cuenta de la dificultad de saber qué escribió o no Buda, sorprende que se le atribuyan unas palabras de san Pablo a los Corintios.
Pero así funciona la cultura
de whatsapp. Y no creamos que solo caen en la trampa quienes carecen de
estudios. Porque el papanatismo actual (aquí podríamos colocar la cita de Einstein
acerca de que hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana…,
pero tampoco Einstein dijo nunca tal cosa), es de tal magnitud que una y
otra vez encontramos personas muy especializadas en un tema que, no obstante,
están horros de esa cultura general, más modesta, pero tan
valiosa como la otra.
Volveremos el año próximo. ¡Felices
fiestas!
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