El pasado día 18, los medios repetían casi de manera unánime: «Mazón cesa a Nuria Montes». Y dos días después, el 20, el titular que se repetía era «Mazón cesa a Salomé Pradas». Recuerdo ―le digo a Zalabardo― la anécdota que, en 1991, contaba Fernando Lázaro Carreter en uno de los artículos recogidos en El dardo en la palabra. Meses antes de celebrarse la Expo sevillana del 92, Jesús Aguirre, duque de Alba, Comisario del Pabellón de Sevilla en dicha Muestra, publicó un escrito en el que acusaba al alcalde Alejandro Rojas Marcos de «una lamentable falta de conocimiento de la cultura». El alcalde ―como es de suponer― no se tomó nada bien tal descalificación y citó al duque en su despacho Y le preguntó quién era el responsable de aquel comunicado. «Yo, de la cruz a la fecha», respondió Aguirre. Al día siguiente, convocada una rueda de prensa en la alcaldía, presentes ambos, Rojas Marcos declaró: «He cesado a Jesús Aguirre por ser responsable de un comunicado crítico hacia la gestión municipal». El duque, sonriente, apostilló de forma inmediata: «Me permito una licencia académica; no me siento cesado porque cesar es un verbo intransitivo, pero sí destituido».
Le cuento a Zalabardo esta anécdota porque
la evolución de cesar sirve para explicar algunas cosas. Por un
lado, que los cambios en la lengua son parte de un proceso que no tiene nada de
extraño. Por otro lado, que la manera en que se imponen algunos cambios pueden
provocar un empobrecimiento del idioma. En latín, cessare, verbo
del que procede cesar, ya era intransitivo y significaba ‘parar’,
‘interrumpir’. Sebastián de Covarrubias ya lo recogía en su Tesoro
de la lengua castellana o española de 1611 con el significado de
‘parar, dejar de continuar alguna cosa’. En el diccionario académico no aparece
hasta 1780: ‘Suspenderse o acabarse una cosa’. Se dice que cesa la lluvia
o que alguien cesa en sus intentos de hallar algo. Así se
mantiene hasta la edición de 1914, en la que, junto a la definición anterior,
se recoge ‘Dejar de desempeñar un empleo o cargo’. En este sentido, debe
entenderse que se deja el cargo por haber finalizado el plazo para el que se
fue nombrado: Cumplido su mandato, cesa en el cargo el alcalde. Si
ese alcalde renuncia a su puesto, por la razón que sea, por propia voluntad y
antes de cumplir el mandato para el que fue elegido, se entiende que dimite.
Y si una autoridad superior lo obliga a esa renuncia, corresponde decir que ha
sido destituido.
Sin embargo, en 2009, la Nueva Gramática de la Lengua Española ―34.6i― señala: «Muchos verbos intransitivos adquieren progresivamente usos transitivos causativos […] En el lenguaje periodístico de muchos países se ha extendido en los últimos años la variante transitiva cesar (‘hacer que cese’). Aunque este uso no se tiene por incorrecto, se considera preferible su equivalente destituir». Y la Fundación para el Español Urgente, que en 2009 consideraba inconveniente usar cesar como sinónimo de destituir, en 2014 afirma que no es error emplear cesar con el valor de destituir. Si nos paramos a consultar la edición vigente del Diccionario de la Lengua Española, en su cuarta acepción leemos que cesar significa destituir o depurar. Es decir, un mal uso de este verbo por parte de la prensa ha sigo el origen de un cambio por el que un verbo ha asumido significados propios de otros verbos.
Le decía a Zalabardo que el repaso de la
evolución de una palabra, aparte de informarnos sobre los cambios que tienen
lugar a través del tiempo, puede demostrarnos los peligros que a veces acarrean
tales cambios. En este caso, la extensión abusiva de cesar
debería abrirnos los ojos sobre el empobrecimiento léxico acaecido. Si
comenzaba recordando la anécdota contada por un maestro, quiero recordar ahora
las palabras de otro, Manuel Alvar, de quien me siento orgulloso por
haber sido alumno suyo en la Universidad de Granada. Solía decirnos: «Hemos
recibido una lengua muy rica; si no podemos transmitirla a las siguientes
generaciones mejorada, nuestra responsabilidad es no legarla empobrecida».
Con la excesiva reiteración de cesar
hemos olvidado que la remoción de una persona de su cargo puede
expresarse no solo mediante destituir, sino también sustituir,
suspender, deponer, separar, expulsar,
relevar, echar… Leía en algún lugar que destituir
se considera un término denigrante para quien se le aplica y que, por eso, ahora
no se destituye a nadie, sino que se le cesa. Lo
malo es que no queda ahí la cosa. Cesar parece haber expulsado
también de nuestro léxico términos como dimitir, renunciar
o declinar. Se dice con frecuencia que en nuestro país no hay
quien dimita. Si acaso nos encontramos con alguien que tiene la
decencia de admitir sus errores en un cargo, no es raro oírlo declarar que cesa
por propia voluntad.
O sea, que cesar se ha
apoderado de un campo muy amplio, pues vale para ‘dejar un puesto por haber
cumplido su ciclo’, para ‘ser obligado por una autoridad superior a dejarlo por
incompetencia’ e, incluso, para ‘renunciar por el reconocimiento de una nefasta
actuación o porque alguna fuerza mayor le impele a ello’. Anulamos, pues, la
mucha diferencia existente entre cesar, destituir y
dimitir. Mezclar todo ello en el mismo saco supone un
empobrecimiento de nuestro léxico.
Álex Grijelmo, en su Defensa apasionada del idioma español ―de él tomo el título de este apunte― dice en una de las primeras páginas de su libro: «Quien no comprende la estructura del lenguaje, la más sencilla de todas las estructuras posibles, difícilmente aprehenderá cualquier otra lógica de la comunicación; y quien no repara en cómo dice las ideas olvidará incluso las ideas mismas». Y ya en las últimas páginas afirma: «Este idioma rico, culto, preciso y extenso corre ciertos peligros que sus propios dueños deberemos conjurar, y a fe que lo conseguiremos si se da una sola condición: la consciencia del problema».
Le comento a Zalabardo que, por desgracia, hay
muchos que no tienen esa consciencia. Se lo digo porque, ya terminado este
apunte, leo en El País una noticia de sucesos en la que se
escribe: Diez policías tuvieron que ser ingresados, una de ellos con
heridas graves en la UCI, aunque al día siguiente pudo pasar a planta. Mi
amigo y yo hemos estado un buen rato intentado encontrar en qué parte de
nuestro cuerpo tenemos la uci. ¿No se podría haber cuidado un
poco la redacción de ese párrafo para evitar la confusión entre la dependencia
en que fue ingresada la agente y la zona de su cuerpo en que sufrió las
heridas?
1 comentario:
Muy bueno, primo. Lo simple se impone porque prospera la simpleza, que se traduce en pobreza. El fallo que no cesa.
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