Nunca
debemos culpar a las palabras de lo que nosotros pretendamos con ellas. Por
ejemplo, una palabra malsonante puede serlo solo porque nos dejamos llevar por
un tabú que la carga de connotaciones añadidas. Y otra puede ser ofensiva por
el mero hecho de que nuestra intención es ofender.
Eso y no otra razón provoca que a Zalabardo y a mí nos
sacuda una especie de escalofrío cuando en nuestros oídos suena la palabra régimen.
Pese a los años transcurridos, nada evita que, en nuestro cerebro esté bien
grapada la palabra régimen y que nos cueste no pensar, al oírla, en los oscuros
años del franquismo. Lo que más preocupaba a una persona normal y corriente era
que se la pudiera tildar de ser desafecta al régimen. Tal
circunstancia podía suponer una especie de muerte civil: dificultades para
desempeñar determinados cargos o profesiones, imposibilidad de obtener pasaporte,
prohibición de libre circulación, aun dentro del propio país… Si la cosa no era
peor.
Ese
miedo no lo quita ni el conocimiento de la amplitud semántica que posee régimen.
Porque, aparte del régimen político, podemos hablar de régimen alimenticio, régimen
de lluvias, régimen económico, régimen carcelario, régimen
hidrográfico… y, claro, régimen gramatical. Y este es el que
ahora nos interesa porque su no observancia es causa de bastantes errores.
¿Y
qué es el régimen? El Diccionario de lingüística de Jean Dubois dice: se denomina régimen a una palabra o a una serie de palabras (nombre o
pronombre) que depende gramaticalmente de otra palabra en la oración. Y,
para ampliar el concepto, remite a rección, que es la propiedad que tiene el
verbo de ir acompañado por un complemento con un modo de introducción
determinado.
Cuando
en el bachillerato estudiábamos latín (ahora, lamentablemente, es una
disciplina en peligro grave de extinción por la incompetencia de quienes
manejan el poder) aprendíamos muy bien qué era eso del régimen. No teníamos duda
de que ab es una preposición que rige ablativo; que praesideo
es verbo transitivo que se construye con un complemento de régimen en dativo (praesidere
rebus divinis, ‘presidir los asuntos divinos’); que careo
es intransitivo pero, con un complemento en ablativo, puede significar ‘echar
de menos’ (carere consietudine amicorum, ‘echar de menos a los amigos’). Y
como nuestra lengua es de raíz latina, sin olvidar otros aportes, nos costaba
menos comprender su funcionamiento.
Ahora,
como digo, parece demostrado que el latín no sirve para nada y que conocer nuestra
lengua tampoco reporta beneficio alguno. Escuchemos cualquier radio, veamos
cualquier televisión, leamos cualquier periódico para salir de la duda. Zalabardo
me mira como transmitiéndome. “¿Así lo vas a decir?”. Pues así lo digo. Aunque
con pena.
Bien,
la lengua nos interesa poco. Repito mi tesis de siempre: interesa poco a quienes
tienen la responsabilidad de cuidarla, pues la gente común bastante tiene con seguir
el ejemplo de quienes piensan, de buena fe, que hablan y escriben bien. Y lo
cierto es que esas personas en las que confiamos incumplen repetidamente el régimen
y, tal vez, algunos no sepan ni qué es eso. Por ello, emplean esquemas
transitivos para un verbo intransitivo: con frecuencia oímos o leemos en
crónicas deportivas que los futbolistas circulan el balón con
rapidez, cuando lo correcto es decir que hacen circular el balón.
O construyen como no pronominal un verbo que lo es: no es correcto decir de
alguien que cuando bebe no controla si lo que debe decirse es que no se
controla.
Hay
gran cantidad de verbos cuya construcción (es decir, régimen) no se acaba de
entender. Así sucede con advertir. Este verbo puede
significar ‘darse cuenta’ y, entonces, habrá que construirlo con un complemento
directo sin preposición: he advertido un peligro. Pero si
significa ‘informar’, deberemos construirlo con la preposición de:
nos
advirtieron de los peligros. No obstante, aun con este significado, si
el complemento es una oración, puede prescindirse de la preposición: me
advirtieron (de) que la prueba sería complicada. E, incluso, si la
información es consejo o amenaza, se prefiere la construcción sin de:
te
advierto que no te saldrás con la tuya.
Cesar,
(¿cuántas veces lo habré dicho?), es un verbo intransitivo que significa ‘dejar
de desempeñar un cargo cuando se ha cumplido el tiempo para el que alguien fue
elegido’. Eso supone que alguien cesa en sus funciones o cargo,
pero de ninguna manera se puede cesar a alguien; para ese
significado tenemos el verbo destituir.
Los
mismo que oír, ‘percibir sonidos o voces’, no es escuchar, ‘prestar
atención a lo que se oye’, hablar no puede identificarse con decir.
El régimen
de cada uno nos permite saber que es posible decir muchas cosas, pero
que solo es posible hablar de muchas cosas. Lo mismo vale para conversar. Nunca conversamos
algo, sino que conversamos de (o sobre)
algo.
Innumerables
veces recibimos noticias sobre la aprehensión de drogas o de mercancías
ilegales por parte de las autoridades. Pues bien, parece que nuestros informadores
no acaban de asumir que el verbo español que indica ‘privar a
alguien de alguno de sus bienes como consecuencia de la relación de estos con
un delito, falta o infracción administrativa’ es incautarse y la
construcción exige un régimen preposicional: incautarse
de algo. Pero tanto va el cántaro a la fuente que al final se quiebra.
Y en el propio Diccionario Panhispánico de Dudas leemos que, por influencia de
sus sinónimos confiscar y decomisar, hoy es frecuente, y se
considera válido, su uso como transitivo: les incautaron tres dosis de cocaína.
Estas confusiones, cada día más
comunes y extendidas, me llevan a pensar continuamente en el lema que encabeza
mi Agenda:
la necesidad de procurar, al menos, no empobrecer lo que no somos capaces de
mejorar. Y le digo a Zalabardo que a veces me planteo si debo rehusar
continuar con estas denuncias, que es la construcción que pide el régimen,
o debo rehusar a continuar haciéndolo, que es la construcción que,
lamentablemente, empieza a extenderse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario