¿Cómo me puedes decir que es normal
distinguir el hambre y la necesidad de una persona depende de donde haya
nacido? Esta perla fue pronunciada por una tertuliana en uno de los
innumerables e insufribles debates que proliferan en la televisión de nuestros
días. Antes, para bien o para mal, los patinazos idiomáticos caían pronto en el
olvido. Hoy no falta quien, a toda prisa, suba a Internet el documento. YouTube
es una mina para estas cuestiones.
No
me canso de denunciar la degradación a la que vamos sometiendo poco a poco al
lenguaje, nuestro desprecio por cuidar qué decimos y cómo lo decimos. Puede ser
un pronombre mal empleado, una impropiedad léxica, una frase deficientemente
construida, un gerundio inadecuado… Todo ello en una época, también lo he dicho,
en que disponemos de más instrumentos que nunca para evitar tal desmán.
Le
digo a Zalabardo que si hay una pregunta que me causa no ya sorpresa, sino cierto
repelús, es esa con la que pretendemos manifestar nuestro respeto hacia la
lengua, pero con la que solo damos fe de nuestro desconocimiento: “¿Existe tal
palabra?” O “¿Viene en el diccionario la palabra tal?” Al emitirla olvidamos,
ya de entrada, que los diccionarios van siempre por detrás del lenguaje vivo,
el de la gente que lo usa y en el momento en que lo usa; que, aunque parezca
una exageración, el diccionario viene a ser una especie de panteón de las
palabras. No es una idea original, pues ya la expuso alguien. No deja de ser irónico
que, cuando a una palabra se le da entrada en el diccionario, la calle pueda
haber dejado ya de emplearla.
La
verdad es que no pensamos que todas las palabras imaginables existen. Incluso
aquellas que nunca hemos pronunciado; incluso aquellas que nadie ha soñado
nunca. Porque en cualquier momento puede nacer una palabra, como en cualquier momento
en el campo florece una amapola o una margarita.
Deberíamos
recordar los versos de Vicente Huidobro
en su poema Arte poética: Cuanto miren
los ojos, creado sea, / Y el alma del oyente quede temblando. / Inventa nuevos
mundos y cuida tu palabra. Porque las cosas, lo leemos en el Génesis,
no adquieren su naturaleza, no son creadas, hasta que, una vez vistas, les pongamos
nombre. El mismo poeta, uno de los fundadores del creacionismo, en el bellísimo
libro Altazor (1931), incluye lo que sigue:
Y puesto que debemos vivir y no nos
suicidamos
Mientras vivamos juguemos
El simple sport de los vocablos
De la pura palabra y nada más
Sin imagen limpia de joyas
(Las palabras tienen demasiada carga).
Como
no habría que olvidar que Juan Ramón
Jiménez, tan preocupado por la expresión precisa, abría su libro Eternidades
(1916-1917) con este breve poema: No sé
con qué decirlo, / porque aún no está hecha / mi palabra. Y en unos apuntes
para una charla en Washington (1943), escribía hablando de lo que llamaba mi español perdido:
Como el idioma es un organismo libre, y
vive, muere y se transforma constantemente, el español que se venga hablando en
España desde el año 36 en que yo la dejé, habrá cambiado en 7 años, tendrá 7
años más o 7 menos, según y conforme.
Si yo pudiera o quisiera ir a España ahora,
seguramente hablaría, oiría y hablaría, con duda primero y luego, un español
diferente del que estoy hablando y escribiendo.
¿Temería
Juan Ramón que ese español sería tan
zarandeado como lo es hoy, que habría tantos desaprensivos que lo maltratarían
como se viene maltratando?
Por
todo esto que digo, le indico a Zalabardo, a mí me llena de gozo ver que la
gente sencilla, la que no se preocupa de dar buena imagen en la tele, la que,
aun sin saber gramática no se deja arrastrar por feas modas, utilice y mantenga
palabras como vilorio (que decía mi madre, en Osuna) para indicar que alguien
es muy ‘inquieto’; o que en Motril (Granada) llamen orejicaliebre al ‘chismoso’
y ‘correveidile’; o que en Humilladero (Málaga) nos pidan que demos
expresiones a alguien cuando desean que lo saludemos; o que en Valverde
del Camino (Huelva) de una ‘palabra que no tiene sentido’, con la que no decimos
nada, digan que es una chindolá; o que en Alhama de Granada
llamen al ‘escalón que da entrada a la casa’ cibanco. O que…; no
acabaríamos con los ejemplos.
Porque
ninguna de esas palabras o giros están recogidas en los diccionarios. Al menos,
en aquellos a los que damos más prestigio.
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