Hace
unos días, asistimos a uno de Los lunes del Pimpi, tertulia con
sabores y olores añejos muy diferente a las hoy más frecuentes. Ni a Zalabardo
ni a mí nos gustan estas, por el enfado que nos provoca la tendencia a que el
presentador se afane en usurpar el protagonismo que solo es debido al artista
invitado.
Se
habló aquella tarde-noche de literatura clásica grecolatina, de poesía, de
mitos y de tópicos. Entre otros muchos nombres, sonó el de Catulo, poeta latino cuyo conocimiento debo a las clases de Agustín García Calvo en la Universidad
de Sevilla hace ya la friolera de cincuenta y un años.
A
la salida, Zalabardo, que en cuestión de estudios (inteligencia y conocimiento
son otra cosa) no anda sobrado, me expuso sus dificultades para diferenciar
mito y tópico. Le confieso que también a mí me entran dudas a veces porque entre
uno y otro hay, siendo evidentes las diferencias, es posible encontrar algunos
puntos de contacto. El mito, en principio, es un relato que trata de acercarnos
y hacernos comprensible algo que la razón no acaba de aclararnos. Así, la
creación, el diluvio universal, la historia de Moisés, son grandes mitos. El
mito nace mezclado con un alto componente religioso que luego pierde. Cada
cultura dice tener los suyos propios y como tales los valora. Pero un análisis
desapasionado nos permite ver que determinados mitos son comunes a culturas
bien diversas.
El
diluvio universal, por ejemplo, tendemos a situarlo en la tradición bíblica. Pero
olvidamos que la Biblia se compuso en torno al año 1000 a.C. y que casi dos mil
años antes había sido escrito el Poema de Gilgamesh, que recoge
también la historia del diluvio y de Utnapishtim, el único hombre que se
libró de él. Como también figura entre los mitos griegos. La historia de Moisés también es antigua. En una
tablilla de arcilla, fechada dos mil años antes que el Éxodo, se cuenta que Sargón I de Akad fue concebido por una
sacerdotisa que lo abandonó en un río, metido en una cesta de mimbre.
Lo
que ocurre es que entre mito y leyenda el límite es delgado y que el mito acaba
contagiándose de literatura y deja de ser lo que fue. Pensemos en Amadís, fruto de los amores ilícitos
entre Perión de Gaula y Elisenda de Bretaña, que fue abandonado
en el mar y recogido por el caballero Gandales.
Y en la historia de Jonás, arrojado
al mar y devuelto a la tierra por una ballena. Y, aunque el ejemplo sea más
rebuscado, le digo a Zalabardo que piense en el comienzo de Moby
Dick, la novela de Melville:
Llamadme Ismael, personaje recogido
de un naufragio, recuperado de las aguas, que nos contará la historia. Según se
ve, ya estamos mezclando mito y tópico.
El
tópico, en cambio, es otra cosa. Carece de esa raíz religiosa y se incardina de
lleno en la literatura. En la novela que ahora me tiene ocupado, el
protagonista lo define como metáfora casual, expresión feliz que, a fuerza de
ser repetida, deviene en lugar al que todos acuden. El tópico nunca intentará
explicar un misterio. El mito, sí.
Digo
haber recordado a Catulo y aquel
poema que se inicia: Passer, deliciae meae puellae, es
decir, Gorrioncillo, razón de la
felicidad de mi amada (las traducciones que doy son bastante libres), al
que sigue otro poema sobre la muerte del mismo pájaro: tua nunc opera meae puellae
flendo turgiduli rubent ocelli, que quiere decir, Ahora, por tu causa, los ojitos de mi amada enrojecen hinchados por el
llanto.
¿Fue
Catulo el primero en utilizar el
tema del pájaro que alegra a la dama y, luego, causa su pena al morir? La
verdad es que no lo sé, pero poemas dedicados al regalo de un pájaro a la amada
y llanto por la muerte del ave los encontramos en Ovidio, Estacio y Marcial, que yo sepa. Pero, para no
ocupar mucho espacio, hagamos una elipsis y saltemos en el tiempo: ¿qué se
cuenta en el bellísimo Romance del prisionero (Que por mayo era por mayo…) sino el
dolor de un recluso cuya única alegría era el canto de una avecilla que, un mal
día, abatió un cazador? El llanto por la muerte de un pájaro que antes nos
alegró es, ni más ni menos, un tópico.
¿Habrá
un tópico más repetido que el de la vida como camino? Gilgamesh, el primer
libro del que tenemos noticia, escrito en tablillas de arcilla, cuenta el largo
viaje del rey de Uruk para buscar el secreto de la inmortalidad y salvar a su
amigo Enkidu. ¿No es también la Odisea
la historia de un larguísimo caminar (o navegar, que viene a ser lo mismo)? En
mi novela, el protagonista parte de la idea de que, en ese caminar que es la
vida, no puede haber vuelta atrás. Que nadie puede pretender que lo que dejamos
a nuestras espaldas sea recuperado tal como lo dejamos. Por eso fue inútil el
viaje de Gilgamesh; por eso, Ulises no debería haber regresado.
¿Cómo osamos esperar que la impedimenta, las personas, el hogar que abandonamos
un día, nos espere como si nada hubiese pasado?
¿Quién
crea, entonces, los tópicos?, me pregunta Zalabardo. Me arriesgo a contestarle
aquello de Manuel Machado acerca de
la copla: Hasta que el pueblo las canta /
las coplas coplas no son. / Y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe su
autor. Eso es lo que pasa con el tópico. Indudablemente, alguien fue el
primero en utilizar esa feliz metáfora, pero el tiempo ha ido convirtiéndola en
bien común, en moneda corriente (Con pan
y vino se anda el camino, Arrieritos
somos y en el camino nos encontraremos…). El mito es más complicado.
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