Sabe muy bien Zalabardo que tengo
algunos libros de cabecera que son como consejeros. Procuro no separarme mucho
de ellos, les guardo gran respeto y los consulto con frecuencia cuando necesito
ayuda. De esta clase es Juan de Mairena, de Antonio Machado. El otro día, reflexionando
sobre el proceso de creación de mi novela No tendrías que haber vuelto, me acordé
de uno de los apuntes del libro del sevillano (no olvidemos que el título
completo es Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de de un
profesor apócrifo). Pues bien, Mairena pide a uno de sus alumnos
que escriba en la pizarra Las viejas
espadas de tiempos gloriosos para, a continuación preguntarle a qué tiempos
cree que alude el poeta. El alumno, sin inmutarse responde: A aquellos tiempos en que las espadas no
eran viejas.
¿Por qué me acordé de ese detalle
concreto? Pues porque, para mí, refleja con toda fidelidad el modo en que un
adjetivo puede estropear una frase tal como la nata (acabo de leerlo) echa a
perder una carbonara. No es opinión solo mía, pero creo que en ocasiones
abusamos del adjetivo creyendo que eso va a dar mayor entidad y fuerza a lo que
escribimos. Lo cierto es que no nos damos cuenta de lo peligroso que es dejar
que campe a sus anchas, sin atarlo cortito para que no se desmadre.
Que lo que digo no es invención mía,
razono a Zalabardo, queda patente si recogemos algunas citas de personas que
tienen una autoridad de la que carezco yo. Jules
Marouzeau, lingüista y filólogo, profesor de la Sorbona, dijo: La multiplicación de los epítetos refuerza
la imprecisión. Paul Valéry,
poeta, dijo: El epíteto ha perdido valor;
la inflación de la publicidad ha reducido a la nada la potencia de los
adjetivos. Y Vicente Huidobro,
poeta también, fue más contundente: El
adjetivo, cuando no da vida, mata.
¿No creéis que, en el texto de Juan
de Mairena, Machado pretende hacernos ver que viejas y gloriosas
chirrían y convierten en pomposamente vacía la expresión? Pues bien, eso es lo
que sucede continuamente en nuestra forma de hablar y de escribir. Empleo el
plural porque no quiero que nadie crea que me excluyo de ese defecto de acumular
adjetivos que serían perfectamente prescindibles. Voy a referirme concretamente
a dos ejemplos próximos. En pancartas de manifestaciones recientes se podía
leer la condena de la violencia machista y la petición de
una educación
feminista. Ninguna de las dos expresiones me gusta por motivos obvios.
Por lo que a mí respecta, Zalabardo sabe bien, condeno cualquier tipo de
violencia sin necesidad de adjetivarla, pues parece que, condenando una
concreta forma de violencia se están considerando justificadas las demás. Y, en
cuanto a la educación, a lo que debemos aspirar es a una educación que no sea
sexista, que no establezca diferencias entre hombres y mujeres, que respete la
igualdad. Cualquier educación que no tenga en cuenta esto y se encadene a un
epíteto restrictivo deja de ser, para mí, educación.
Mencionaba antes mi novela. No sé si
a alguien le interesará el dato, pero, hasta llegar a la versión definitiva, la
que entregué a la imprenta, había compuesto diez redacciones de la misma. Y
porque un buen amigo me dijo: No sigas
por ahí, déjalo ya, pues me empecinaba en buscar cosas que retocar. Quiero
dar un ejemplo: en un párrafo del capítulo tres, en el borrador inicial,
escribía: Siempre hay una causa primera,
quizá imperceptible, pero nunca despreciable, porque las consecuencias pueden
oscilar desde lo más baladí hasta lo terriblemente catastrófico. ¿Qué no me
gustaba de eso? En principio, esa proximidad entre imperceptible/despreciable.
Pero, sobre todo, esa pareja que forman baladí/catastrófico. Los
adjetivos, veía yo, “se comían” a los sustantivos
Después de vueltas y vueltas, el
texto quedó finalmente así: Partimos,
pues, de que ha de haber una causa primera, quizá tan aparentemente
insignificante que podría pasar inadvertida al más perspicaz observador; pero
nunca habrá que despreciarla, puesto que sus consecuencias podrían ser
catastróficas (pág 33). El texto, trato de justificarle a Zalabardo, se ha
alargado un poco, no se han suprimido adjetivos (aunque los iniciales han sido
sustituidos), pero, sobre todo, con la nueva construcción, la atención se ha
desviado desde cuatro adjetivos que no acababan de cuadrarme hacia tres sustantivos
(causa,
observador,
consecuencias)
y un verbo (despreciar) que le dan más fuerza al párrafo. Al menos, eso me
parece.
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