Portada del libro de A. de Torquemada |
Estamos, ahora parece que sí, en
otoño; se acabó, pues el verano. En otros tiempos, durante el periodo estival,
la prensa tenía poco que contar, parecía que todo tomaba un descanso. Como tenían
que salir cada día, y con el número de páginas precisas, los diarios publicaban
informaciones inverosímiles, muchas de ellas inventadas. Noticias sin relevancia,
de escaso interés, pero que entretenían al personal. Se les llamaba serpientes de verano. Ignoro dónde
surgió la expresión, pero he en varios lugares que procede de la fabulosa serpiente
del lago Ness (Nessie), a la que se recurría casi de manera invariable. También
daban juego los avistamientos de ovnis o los descubrimientos más estrambóticos
imaginable.
Se diría que esa costumbre va
decayendo. Ahora, por desgracia, hasta los veranos están llenos de noticias, de
mayor o menor impacto, pero, lamentablemente, reales. Los últimos meses no nos
han proporcionado las habituales serpientes, aunque hubiese sido preferible. En
su lugar, el corazón se nos encogía con el problema de Grecia y la duda de si
saldría o no de la UE y del euro; con la dolorosa situación de los refugiados
que buscan asilo en Europa y a los que cuesta dar acogida; con el órdago
antidemocrático del dudosamente honorable Mas,
que pretende tapar sus corruptas vergüenzas con la convocatoria de unas elecciones
que nadie sabía si eran autonómicas, plebiscitarias sobre la independencia o
qué y que nos tiene metidos en un preocupante litigio.
Pero, en estos, surgió un tema que
tenía todas las trazas que caracterizan a una serpiente de verano. No sé quién ni dónde salió pregonando que los
orígenes de King Kong hay que buscarlos en España. King Kong, película de
1933 que admiro y me gusta ver con frecuencia, no es sino una versión de La
bella y la bestia, cuento o leyenda repetido en mil versiones, que esconde
sus raíces en el folclore tradicional europeo y que, según algunos, se remonta
hasta la historia de Cupido y Psique.
Pero he aquí que lo que la prensa
divulgó este verano sobre el origen de Kong es que la historia del gran
simio que se enamoraba de una bella joven ya aparecía relatada en las páginas
de Jardín
de flores curiosas, del español Antonio
de Torquemada, publicado en 1570. He estado buscando el libro y he
hallado una edición de 1575. Internet nos concede hoy unas posibilidades que en mi juventud no
hubiese imaginado. Le digo a Zalabardo que prefiero no comentar nada sobre el
asunto y limitarme a reproducir una copia, en un lenguaje actualizado, de la
historia recogida por Torquemada en
su libro:
Página en que se lee la historia. |
Una
mujer cometió un delito por el que se la condenó a destierro en la llamada Isla
de los Lagartos. La embarcaron en una nao que se dirigía a las Indias y, al
pasar por sus cercanías, la dejaron en la orilla. La isla estaba ocupada en
casi su totalidad por un monte cubierto de espesa vegetación. La pobre mujer,
viéndose sola y desamparada, temerosa de que perdería la vida, dio grandes
voces y pidió a Dios y a Nuestra Señora que la socorriesen en aquel trance. Atraídos
por sus gritos, de la espesura del bosque salieron una gran cantidad de simios
que le infundieron gran pavor.
Entre estos simios
venía uno mayor que los demás, tanto que, poniéndose de pie era tan grande como
un hombre. Viéndola llorar y entendiendo el gran miedo que tenía y que no
esperaba sino la muerte, se acercó a ella, la acarició y empezó a darle frutos
y raíces con que pudiera alimentarse. Ella comprendió que era la forma de que
ningún otro le haría daño. Por eso, se fue con ellos hacia la espesura del
monte y allí se acogió en una cueva junto con el simio mayor. Todos los demás
le traían continuamente productos con que alimentarse y agua con que calma su
sed.
Pasado un tiempo, el
simio dio muestras de desearla. Ella, temiendo la muerte si oponía resistencia
lo dejó hacer a su capricho. De esta manera, por dos veces llegó a quedar
preñada y parió dos hijos que, según contó más tarde, hablaban y tenían uso de
razón como personas normales.
Al cabo de tres o
cuatro años, una embarcación que volvía de las Indias, teniendo necesidad de
agua, decidió acercarse a la isla para abastecerse. Un esquife llegó hasta la
orilla con varios hombres. Los simios, se ocultaron; pero ella, al verlos, se les
aproximó gritando y pidiendo que la socorriesen. Ellos la acogieron y la condujeron
hasta la nave. Entonces, los simios salieron de sus escondites y el mayor de
ellos, viendo que se la llevaban, se metió en el agua aunque no consiguió
llegar hasta el barco y estuvo a punto de ahogarse.
Pensando en la burla
que de él habían hecho, regresó a la playa, cogió a uno de los hijos, se metió
en el agua hasta donde pudo hacer pie y, después de sostener en alto al niño,
lo arrojó a las aguas, donde lo dejó que se ahogara; luego hizo lo mismo con el
segundo niño.
Al llegar la nave a
Portugal, los marineros entregaron a la mujer a las autoridades que, tras
analizar el caso, condenaron a morir en la hoguera a la mujer por haber roto su
destierro y haber tenido trato carnal con el simio. Pero enterado el Nuncio Apostólico
del caso, después de considerar que cuanto había hecho era por defender su
vida, hizo que la perdonasen y el castigo se redujese a vivir el resto de sus
días en un monasterio, haciendo penitencia para merecer el perdón de sus
pecados.
¿Conocerían Ruth Rose y James Ashomore
Creelman, guionistas de la bella película de 1933, este relato? Zalabardo
se limita a encogerse de hombros.
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