Foto de Esteban Cobo/EFE |
Hace unos días que circula por Facebook, y supongo que por otros caminos, un artículo de Muñoz Molina titulado Una
petición (tal artículo aparece en su página oficial, www.antoniomuñozmolina.es, con
fecha de 4/11/2015). Como suele suceder en las redes sociales (Zalabardo se ríe
cuando me ve boquiabierto mientras intento descubrir y entender su
funcionamiento), alguien lee algo y lo comparte. De esta manera, quien no lo ha
leído en origen tiene posibilidad de conocerlo e, incluso, compartirlo a su vez
con otras personas. Así me ha llegado a mí. Quede bien claro que he marcado el
correspondiente me gusta y lo he compartido.
En ese artículo, he descubierto en Antonio Muñoz Molina a una
persona sensata, cordial y pacífica, lo que no es poco en los tiempos que
corren. Puesto que quien quiera leerlo va a tener oportunidad de hacerlo —¿qué
queda fuera de nuestro alcance desde el nacimiento de Internet?— me limito a citar
la que considero tesis defendida por su autor: No necesito que nadie me aprecie tanto como para asegurarse de que no
me entero de una maledicencia que de otro modo me habría ahorrado. Las
malas noticias, llegan solas; no necesitan mensajeros adicionales.
Antonio
Machado (aquel que quería ser, en el
buen sentido de la palabra, bueno), escribe, en el segundo poema de Soledades,
haber visto en todas partes Mala gente
que camina / y va apestando la tierra… Por supuesto, Muñoz Molina no queda dentro de este grupo. Muñoz Molina, cuya literatura admiro (me gustaron especialmente Sefarad,
El
jinete polaco, Todo lo que era sólido o La
noche de los tiempos), aunque desconocía mucho de su temperamento y
carácter, se me ha revelado en este artículo, además, como lo que aquí llamamos
buena
gente.
Los escritores son, que nadie lo
dude, personas como cualesquiera otras, y no hay que confundir una cosa con
otra: se puede ser buen escritor y, sin embargo, ser mala gente. Y,
reiterándome, es posible admirar la calidad de un escritor y, sin embargo,
detestar su actitud como persona.
Zalabardo me pide que le aclare la
razón de la exposición que estoy haciendo y entro en ello enseguida. En el
artículo citado, Muñoz Molina alude
a ciertas rencillas que tuvo con Camilo
J. Cela hace ya bastantes años (siempre en España los escritores han andado
a la greña unos con otros). Podría haberse explayado y soltar toda la mala bilis
que quisiera en defensa de su parcela en aquel conflicto. Pero no lo hace. Pasa
por el episodio con elegancia, casi con amabilidad, sin rencores.
Jordi
Gracia y Domingo Ródenas, en uno
de los volúmenes de la Historia de la literatura española dirigida
por José-Carlos Mainer, dejan claro
cómo Cela, de entre los escritores
de su edad, fue quien peor llevó la irrupción, en los ochenta y noventa, de
nuevos nombres que empezaron a hacerle sombra. Entre estos autores estaba el
novelista de Úbeda.
Nunca negaré que he sido seguidor de
la literatura de Cela. Siempre he
admirado su capacidad para afrontar nuevos retos en cada proyecto suyo, aunque
con bastante asiduidad recurriera a técnicas ya usadas antes. No pienso ya en La
familia de Pascual Duarte o en La colmena. Pienso, por ejemplo,
también en Oficio de tinieblas 5, en Mazurca para dos muertos, por esta tengo
una especial predilección, o en Madera de boj. Y se me puede quedar
alguna en el tintero, porque escribo de memoria. Tampoco hay que desdeñar la
fundación de la editorial Alfaguara o la creación de la
revista Papeles de Son Armadans.
Pero Cela, aparte de esto, siento tener que decirlo de alguien ya
muerto, fue mala gente. Y no lo digo por capricho. Lo fue como persona y lo
fue, en ocasiones, como escritor. Como escritor no sintió vergüenza a la hora
de vender su pluma a quien mejor le pagara. Ahí está el caso de La
catira, novela escrita por encargo, o el más que sonrojante caso del
premio Planeta, que recibió tras haber obtenido garantías de que él
sería el ganador si se presentaba. Y, en un santiamén, escribió la novela
galardonada. Solo que, pronto, aquella obra se vio en los juzgados porque al
gallego se lo acusó de plagio. Y no estoy seguro de si ha terminado ya el
conflicto.
Ese mismo año del Planeta,
1994, Cela publicó en ABC
un breve, pero ácido y malintencionado, artículo (Pavana para un doncel tontuelo)
contra Muñoz Molina, a quien
acusaba, junto a otros escritores jóvenes, de ser protegido del PSOE y, más concretamente, de Carmen Romero, la esposa de Felipe González.
Retrato de Carlos Merchán |
Aunque durante un tiempo se
mantuvieron dudas sobre la autenticidad de aquella carta, parece que,
finalmente, su contenido pudo ratificarse. La historia es la siguiente. En
1938, Cela, que tenía 21 o 22 años y
poco antes había sido considerado inútil para el servicio militar, se dirigió a
las autoridades con una misiva en la que entre otras cosas decía: Que queriendo prestar un servicio a la
Patria adecuado a su estado físico, a sus condiciones y su deseo y buena
voluntad, solicita el ingreso en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia […]
Que habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos 13 años, cree poder prestar datos sobre personas y
conductas, que pudieran ser de utilidad […] Que el Glorioso Movimiento
Nacional se produjo estando el solicitante en Madrid, de donde se pasó con
fecha 5 de abril de 1937 y que por lo mismo cree conocer la actuación de determinados individuos…
Es posible, pues, que Muñoz Molina fuese alguna vez un doncel
tontuelo, mozo lírico o, incluso, lírico-cómico-bailable sentimental,
como lo llamaba Cela en aquel artículo
de 1994. Al fin y al cabo, los de pueblo podemos ser un poco tontuelos y todo
lo demás, aunque pronto se nos pasa y espabilamos. Lo que no se nos puede negar
es que procuramos ser buena gente. En cambio, un chivato y
aquel que deshereda a un hijo por el loable hecho de defender a su madre nunca
podrá eludir la etiqueta de mala gente. A pesar de los premios
que acumule.
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