—Permitidme,
Monsieur Sans-délai —le dije entre socarrón y formal—, permitidme que os invite
a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid. (Mariano José de Larra)
Eso decía Larra en uno de sus artículos de crítica social (Vuelva
usted mañana) a un francés que había venido a nuestro país con la intención de resolver
un asunto de no mucha dificultad en un plazo máximo de quince días.
Los funcionarios en España no
gozamos de demasiada buena fama, sino de lo contrario. Hablo en primera persona
porque yo, profesor jubilado de la enseñanza pública, soy al cabo un
funcionario. Y le digo a Zalabardo que no me gusta el corporativismo. Lo que
está mal hay que reconocerlo y no darle vueltas ni justificarlo. Y si funcionario
viene de función y esta de funcionar, abundan ejemplos de que funcionamos solo
regular, por no decir mal.
Las cosas, ciertamente, han cambiado
desde el siglo xix hasta nuestros
días y es innegable que hay funcionarios, la inmensa mayoría, a los que es
injusto achacar la desidia de la que hablaba Larra. Claro que siempre queda algún tarugo que con su falta de
honradez profesional hace que la generalidad cargue con las culpas de unos cuantos
ceporros, que, por desgracia, los hay. Como los hay en todas las
profesiones. Con tristeza hago partícipe a mi amigo de las palabras que me dirigió un compañero: La Administración se
burla de nosotros pagándonos poco, pero nosotros nos burlamos de ella trabajando
menos. Y eso no se debe decir, y menos hacer, ni en broma.
Pero voy al artículo de Larra. ¿Se dan casos de retrasos
inverosímiles en asuntos que se solventarían en un suspiro? Valga la siguiente
experiencia: Volvía de una corta estancia en las Alpujarras y encontré en el
buzón el aviso de recogida de un certificado. Procedía de la Junta de Andalucía y llevo ya ocho años
jubilado. ¿Qué podía querer la Junta
de mí? Era sábado y si no lo recogía antes de las dos, ya no sabría de qué se
trataba hasta el lunes siguiente. Así que decidí acercarme a la oficina de
Correos. La curiosidad y cierta preocupación —pudiera tratarse de algo
importante— ayudaron a mi decisión.
Era una carta de la Consejería de Cultura con fecha de
registro de salida del 29 de junio de 2016 que llegó el 6 de julio. O sea, que
tardó una semana en recorrer los 200 kilómetros que hay entre Sevilla y Málaga.
Quizá viniera andando.
La carta contenía dos hojas. En la
primera, me comunican, escuetamente, que se me adjunta la resolución favorable
del Registrador de la Propiedad Intelectual de nuestra Comunidad relativa a mi
petición de inscripción de la novela El largo viaje de Gonzalo.
Eso, en sí, no es cosa para
extrañarse. Aunque sí lo que sigue. La segunda hoja dice que, con arreglo a lo
dispuesto por la ley competente en la materia, queda inscrita en el Registro de
la Propiedad Intelectual la novela que he citado. Aparecen después mi nombre,
DNI y la aclaración de que se trata de una obra literaria, así como la fecha de
solicitud: 29 de enero de 2010 a las 10:27. Como cierre, la fecha de la
resolución: 18 de enero de 2012.
¿Alguien se pierde con este pequeño lío
de fechas? Pues lo aclaro: en enero de 2010 presenté en el Registro la que
sería mi primera novela, un intento más bien con el que quería demostrarme que
era capaz de construir una historia extensa. Pagué ese mismo día los derechos
correspondientes y me dieron la certificación de que la novela quedaba
registrada. Ahora me entero de que dos años después, ¡dos años!, se informó
favorablemente tal inscripción. No se dieron mucha prisa, digámoslo sin ganas
de ironizar demasiado. Pero la sorpresa mayor está en que me envían dicha
resolución favorable ¡cuatro años después! En total, seis años para un proceso
que no puede ser más simple.
Zalabardo y yo nos partimos de risa
comentando el asunto. Mi amigo, además, tiene una ocurrencia que nos hace reír
aún más. Cabe la posibilidad, me dice, de que dentro de no sabemos cuántos
años, y teniendo en cuenta mi edad, mis hijos reciban una carta a mi nombre en
la que el Registro de la Propiedad
Intelectual de la Junta de Andalucía comunique que la autoría de No
tendrías que haber vuelto, la última novela que registré y que fue
editada en octubre pasado, me pertenece. Para entonces, incluso pudiera haber
muerto; pero esa constatación no me la arrebataría nadie.
Conclusión: o la creatividad de los andaluces es infinita y las obras por registrar
innumerables, o los registradores se pasan el día resolviendo sudokus.
Porque funcionarios en el RPIJA hay
en número suficiente. Al menos, yo los he visto.
1 comentario:
Muy bien explicado. Estoy más que harta de una lucha absurda y estéril que perjudica tanto al lenguaje como a la causa feminista. Llevo tiempo dando vueltas a escribir un post sobre el asunto, pero creo que no lo haría tan bien.
Saludos de un nueva seguidora del Blog.
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