Por desgracia, quienes se dedican a
esta tarea, loable si se hiciera aplicando criterios serios, suelen tener
conocimientos escasos o nulos de lo que es la dialectología. Porque si bien se
puede afirmar que cada pueblo, cada barrio y cada calle habla de una manera
diferente, esa diferencia la constituye un entramado de rasgos no solo léxicos,
sino también fonéticos o sintácticos e, incluso a veces, de naturaleza que
sobrepasa el ámbito de la gramática para adentrarse en el de la etnografía.
Quien se arriesga a elaborar un léxico
de este tipo debería, es mi humilde consejo, estudiarse bien el Atlas
lingüístico y etnográfico del andaluz, insuperable obra de Manuel Alvar, Antonio Llorente y Gregorio
Salvador, o limitarse a seguir a autores que, con criterio más atinado, titulan
sus obras Vocabulario andaluz (Antonio
Alcalá Venceslada), Vocabulario popular andaluz (Francisco Álvarez Curiel), El
polémico dialecto andaluz (José
María de Mena) o Palabrario andaluz (David Hidalgo). Títulos estos que
evitan la imprudencia de conceder la exclusividad de un uso a una localidad
concreta.
Por ejemplo, Alcalá Venceslada cuida mucho atribuir una palabra a una zona
demasiado restringida, aunque a veces lo haga. Así, dice que aguanoso
es el adjetivo que aplican en Marmolejo a quienes van a su balneario; de
perol, ‘día de campo’, que es expresión cordobesa; o que
rucha es ‘pídola’, el juego, en la provincia de Jaén. Pero poco más. Es
igual que si decimos que en Málaga se utiliza madrevieja para designar
a las alcantarillas. Pero sucede que, buscando en el CORDE, encuentro un único
ejemplo, en un texto de Rómulo Gallegos,
venezolano, con el significado de ‘cauce seco de un río’. Y en el Diccionario
de Americanismos se recoge que la palabra se usa en Panamá con el mismo
significado que usa Gallegos. ¿En
qué sentido viajó primero esta palabra? La verdad es que no lo sé.
Según lo anterior, podríamos plantearnos
la siguiente pregunta: ¿hay palabras que puedan considerarse, las palabras en
sí o un significado específico, naturales de un lugar preciso? Debo responder
que sí, que las hay, pero que son menos de lo que parece. Lo normal es que una
palabra y se utilice en un dominio geográfico más vasto.
Zalabardo y yo nos hartamos de reír
leyendo una lista de palabras que se recogen bajo el titular No
eres de Málaga si no usas estas palabras, o algo semejante, y que
también se ha extendido bastante por las redes sociales. Nos reímos, primero,
por el criterio seguido, que no puede ser menos científico. Simplemente se han
limitado a incluir palabras que diferentes personas han ido remitiendo a través
de twitter o facebook; aunque sin someterlas a ninguna clase de filtro ni
análisis.
Las palabras subrayadas no son malagueñas |
¿Hay o no, entonces, palabras
malagueñas?, me pregunta Zalabardo. Y debo contestarle que sí, aunque siempre
con las debidas reservas y sometiéndolas al pertinente análisis. Son
malagueñas, por citar algunas, aliquindoi (‘estar al aliquindoi’,
estar atento), cuyo origen cuenta muy bien Juan
Cepas. Tal vez sea malagueña campero, el bocadillo de pan redondo
y con una variedad grande de relleno; chorrarera, ‘tobogán’ o lugar por el
que uno se desliza; guarrito, ‘taladro’, aunque este pudiera proceder de Algeciras;
perita,
‘perfecto, que está muy bien’; casamata, ‘chalet pequeño de una y,
a veces, dos plantas con pequeño jardín delantero’; y, por supuesto, la gran
variedad de nombres para designar el café con leche, según la proporción de uno
y otra: nube, sombra, mitad, semilargo…
En fin, ya vemos que, muchas veces,
no es la palabra, sino el peculiar sentido que se le da en un lugar. Pero
frente a todas las explicaciones que se den acerca de este tema hay que mostrar
reservas. Incluso frente a esta que yo intento dar hoy.
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