Mi bisabulelo Barbilla |
Concluido el periodo vacacional (¿se
puede permitir a un jubilado esta expresión?) regresa la Agenda, aunque viene
marcada por un hecho que me provoca expectación y nerviosismo a la vez: estoy a
un mes, le recuerdo a Zalabardo, de presentar mi segunda novela, Como
médanos. Será en Osuna, mi pueblo, en gran medida porque tiene un protagonismo
especial en ella.
Falto de Osuna hace muchos años. De
entre mi familia, solo yo soy natural de Osuna. Los demás llegaron por
circunstancias al pueblo y por circunstancias se marcharon. A nadie tengo allí
salvo a mis amigos. También yo salí un día y, en todo el tiempo que he faltado,
las visitas han sido esporádicas. En mi interior, no sé si por eso, bullía el
sentimiento de que debía algo a mi pueblo. Y, tras tanto tiempo, pago esa deuda
con esta novela, Como médanos.
En el recuerdo que guardo de mi pueblo
no es dato menor la consideración de la gran cantidad de familias y personas
que eran más conocidas por su apodo que por sus apellidos. El apodo, que puede
expresar una descripción, una cualidad o, incluso, una tara física, no debería
molestar a nadie porque, en cualquier caso, termina por ser un apelativo
individualizador y diferenciador frente al grupo. Recuerdo, de mi pueblo, apodos como Dientejaca,
Pistolón,
Chispo,
Purero,
Verdolaga,
Jeringos
lacios…
No hay que despreciar la naturaleza
clásica de los apodos. Entre los romanos, el nombre lo formaban tres elementos:
el praenomen, que venía a ser el
nombre de pila; el nomen, que equivalía
a nuestro primer apellido, y el cognomen,
que no era más que un apodo.
Muchos romanos han pasado a la
historia más conocidos por su apodo que por su nombre: Mario Licinio Craso, Marco
Tulio Cicerón, Publio Cornelio
Escipión, Cayo Julio César, Marco Junio Bruto, Publio Ovidio Nasón… (Craso significa ‘grueso’; Cicerón
aludía a una verruga en forma de ‘garbanzo’, que eso significa cicero;
Escipión
es ‘bastón’ porque fue báculo en que se apoyó su padre; a César se le llamó así, ‘peludo’, de forma irónica, ya que era
bastante calvo; Bruto, como ahora, quiere decir ‘estúpido’; y Nasón
alude a su ‘nariz’).
Pensando en estas cosas, me
preocupaba presentarme ante mis paisanos sin apodo conocido en el pueblo. Ya
digo que mi familia no tiene allí raíces. Nadie podría decir de mí: “Este es el
hijo de, o el nieto de…” Entonces, mirando unas viejas fotos familiares recordé
que, allí donde vivían, a mi abuelo paterno lo conocían como Rejano.
¿Razón? La desconozco; y a un bisabuelo materno se lo conocía como Barbilla.
En este caso el origen del apodo está más que justificado, según se ve en la
foto.
Y por ese motivo, al ponerme ante
mis paisanos el día de la presentación de mi novela, quiero, igual que ellos,
tener mi apodo, que todos sepan que Como médanos es una novela que ha
escrito un bisnieto de Barbilla. Así no me sentiré
acomplejado.
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