Pero, en fin, ¿qué contestamos a la carta de don Paco? Yo haré lo que
tú desees porque el asunto más importa a ti que a mí y porque tú sabes más que Lepe.
(Juan Valera: Juanita la Larga)
“Tú, que debes saberlo por haberte
dedicado a la enseñanza, ¿crees que es verdad eso de que la gente ahora sabe
menos?” La pregunta me la hace Zalabardo, que disfruta planteándome cuestiones
embarazosas. Como cualquiera pudiera ser rebatida sin tener que emplear
demasiados argumentos, opto por darle una respuesta precavida e intento salir
del paso diciéndole que no es que se sepa más o menos, sino que se sabe de
otras cosas y se sabe de otra manera. Le digo que uno de mis nietos, que inicia
ahora su andadura en la Secundaria, sabe muchas cosas de las que yo, a mis
años, no tengo la menor idea; aunque, cuando tenía su edad, yo sabía una serie
de cosas que él ignora por completo. ¿Quién sale favorecido en la comparación?
No lo sé, aunque debo admitir que a mí me hubiera gustado contar con los medios
que tienen a su alcance los alumnos de la edad de mi nieto.
Sí creo, le digo con convicción, que
concurren varias circunstancias para que hoy nos planteemos esa duda: tal vez
se utilice menos la imaginación a causa de la gran cantidad de cosas que se nos
dan hechas sin que necesitemos esforzarnos para lograrlas; se valora en
nuestros días más la especialización, conocimientos más profundos de un campo
más reducido, mientras que antes se tendía hacia un conocimiento diversificado,
lo que se llamaba cultura general; el interés de los jóvenes lo concitan hoy
saberes de aplicación inmediata que nos proporcionen rápidas ganancias. Podría
seguir, pero creo que eso basta.
El resultado es que se valoran menos
las humanidades. La literatura, la filosofía y materias afines son consideradas
inútiles por poco productivas. Y, consecuentemente, se aprecia menos al
humanista tradicional, al sabio que atesora conocimientos de disciplinas
distintas e incluso distantes. Ese dato se nota incluso en el habla coloquial. Recurrimos
menos a las expresiones de carácter encomiástico que manifiestan la admiración por
quien atesora ciencia, por quien es capaz de desenvolverse en una conversación
cualquiera con independencia del tema tratado. Se oye poco eso de sabe
más que Salomón, y sus variantes: que un perro viejo, que
las brujas, que un letrado, que Séneca.
El desinterés por conocer lo que
carece de aplicación inmediata puede ser el motivo de que ni siquiera se conozca
el sentido y origen de expresiones como saber más que Lepe o saber
más que Calepino, pongo por caso. Ese Lepe del que se afirma que sabe tanto no tiene nada que ver con el
pueblo de Lepe, aunque naciera no muy lejos de allí. Remite a don Pedro de Lepe y Dorantes, nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1641 y
muerto en Arnedillo en 1700, obispo de Calahorra y La Calzada y prolífico escritor
de temas religiosos. Lo rodeaba fama de hombre culto y, entre sus obras destaca
un Cathecismo
Cathólico (1697) que llegó a competir en popularidad con el mismísimo Catecismo
de la Doctrina Cristiana (1599), del jesuita Gaspar Astete, que se usó en la evangelización de los aborígenes de
las tierras americanas que se iban conquistando.
¿Y por qué se puede saber
más que Calepino? Ambrogio
Calepino fue un fraile agustino (1435-1511) que dedicó casi toda su vida en
la confección de un monumental Diccionario latino e italiano, que
se publicó en Mantua. Fue tal su prestigio que su nombre, Calepino, pasó a ser sinónimo
de diccionario.
Hoy, más que ser sabio,
se valora ser listo, tener inteligencia despierta y ser rápido a la hora de
solventar cualquier dificultad. O sea, que antes que saber más que Lepe se
prefiere ser más listo que el perro Paco o más listo que los ratones
coloraos. Aunque muchos tampoco sepan bien de dónde proceden tales
expresiones. El perro Paco adquirió carácter de leyenda viva en Madrid. Aunque
no hay acuerdo sobre el color de su pelaje, Paco era un chucho
callejero del que se afirmaba que pasaba su tiempo paseando por el café Fornos,
asistiendo al Teatro Real o a los toros; en este último caso, se cuenta, se
lanzaba al ruedo y saltaba y ladraba en torno al toro y al matador cuando la
faena era mala. Parece que lo mató de una estocada un tabernero y poco diestro becerrista,
molesto por su comportamiento. Al perro Paco se le dedicaron poemas,
canciones y se le escribieron sentidas necrológicas.
Charles Darwin |
También la de los ratones
colorados es una historia curiosa. De ella conozco dos versiones. Una
defiende que es una leyenda murciana en la que unos duendecillos tomaban forma
de ratones vestidos de rojo y enseñaban a un niño pequeño, que admiraba a todos
por sus conocimientos, hasta que la madre descubrió quién se los proporcionaba;
la otra versión habla de un sevillano llamado Rodrigo Sánchez que acompañó a Darwin
en su famoso viaje en el Beagle. Se cuenta que un día que oyó
contar al sabio que había observado cómo en las islas Galápagos había una
especie de ratones, de pelaje rojizo, que eran
los únicos capaces de evitar ser devorados por las serpientes le dijo:
“Usted es más listo que todos esos ratones coloraos”. Y, tal vez contento de su
frase, a su vuelta a Sevilla la empleaba cada vez que la consideraba oportuna.
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