Recordando el
poema de Machado y pensando en el
momento presente, se me ocurre preguntarle a Zalabardo cuántas Españas cree que
hay. Y, sin dudar, me contesta: “Tantas como españoles.” Desorientado al
principio, pienso que un ligero repaso a nuestra historia le da la razón. Somos
una nación compuesta por una heterogénea fusión de pueblos, etnias, culturas,
lenguas, costumbres… desde Tartessos, si no de antes… Se lo hago saber y me
contesta: “¿No debería llenarnos de orgullo esa unidad construida sobre la
diversidad?” Y, sin darme tiempo para reaccionar, continúa: “Pues no; para
muchos es motivo de desazón, les cuesta aceptar la existencia del otro y se
empeñan en ser los detentadores (aquí, bien empleado el término, ‘que retienen
lo que manifiestamente no les pertenece’) de las esencias patrias. Pero de esa
exclusividad no puede presumir nadie.”
Requerimiento para sustituir la lengua de una lápida |
Las palabras de
Zalabardo me hacen pensar que nuestra historia está jalonada de incontables procesos
de expatriación (¿se les puede llamar de otra forma?), sea la excusa religiosa,
política, económica o ideológica. Los Reyes
Católicos expulsan a los judíos; Felipe
III, entre 1609 y 1613, a los moriscos, los últimos restos de quienes, tras
acabar con la dominación goda, fueron dueños de estas tierras durante 800 años.
Pero quizá la más sangrante de las expulsiones sea la que ha pesado sobre los
gitanos. 1499, 1539, 1570 o 1749 fueron hitos importantes de esta persecución. George Borrow, en el siglo XIX, llegó a
afirmar que en ningún país los gitanos han sido tan perseguidos como en España.
Aún en 1978, los reglamentos de la guardia civil recogían normas de actuación
contra ellos. Hasta Cervantes, que
habla bien de catalanes, gallegos o vizcaínos, hace un negro y triste retrato
de los gitanos.
Comento con Zalabardo
lo que podríamos llamar “nuestro conflicto lingüístico”. Cualquier país debería
sentirse orgulloso de una riqueza idiomática como la de España. Pero nosotros
no. Ni siquiera tenemos conciencia de dicha riqueza y con hartas dosis de
desconocimiento, seguimos llamando dialectos a lenguas tan prestigiosas como el
gallego, el euskera y el catalán, y negamos a quienes las tienen como lengua
materna incluso el derecho a hablarlas.
Orden de mayo de 1938 |
Me enseña
Zalabardo recortes de periódicos en los que algunos nostálgicos intentan
convencer a sus lectores de que nunca el franquismo persiguió a las lenguas
vernáculas. Verdad es que no hubo ninguna ley en tal sentido, como verdad son
las innumerables órdenes, requisitorias, multas, etc. contra el uso de lenguas
que no fuesen la castellana en libros y revistas, inscripción en el registro
civil, rotulación de locales comerciales, emisiones radiofónicas…, ¡hasta lápidas
funerarias! Estas trabas al uso de las diferentes lenguas de España no fueron
una prerrogativa de Franco. Con Felipe V, con Carlos III, con Isabel II
también se cometieron abundantes tropelías; todos ellos quisieron la
uniformidad lingüística y prohibieron las representaciones teatrales, la
edición de libros, los telegramas, la enseñanza del catecismo, los actos
oficiales e incluso las homilías que no usasen el castellano.
Zalabardo me
interrumpe y me pide que le aclare el título de esta entrada, pues aunque le
suenan todas, incluso Sefarad o Al-Andalus, no entiende
eso de Sesé. Le digo que Sesé es la palabra con que los
gitanos llaman en su lengua (caló) a España. Porque, en el fondo,
de lo que quería hablar hoy era de esa lengua. Y todo porque el otro día me
preguntaron si podía explicar la palabra bajío, que es una palabra de esa
lengua.
Justificante del pago de una multa |
Tendríamos que
ser más respetuosos y tolerantes con todas las lenguas. Catalán, euskera y
gallego, no solo son lenguas españolas por los cuatro costados, sino que
incluso históricamente son más antiguas que el español. No estaría mal tomar
como modelos a autores de épocas pasadas, a quienes importaba usar una lengua,
aunque no fuese la suya materna, si a la otra le reconocían un prestigio. Alfonso X, castellano, escribía poesía
en gallego; Boscán, catalán, o Gil Polo y Guillén de Castro, valencianos, no dudaron en escribir en
castellano.
Reglamento de la Guardia Civil, 1974 |
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