Jesús Nazareno, Osuna |
Con el sábado santo enfilamos las últimas horas de esta semana
santa. Semana santa extraña, de calles vacías, sin procesiones, sin fiesta,
sin celebraciones. Aprovecho para hablar con Zalabardo sobre una
circunstancia que suele pasar desapercibida. Que la lengua va cambiando con los
años. Su paso puede ser lento, como el de esa hilera de procesionarias (símil
adecuado al caso), pero constante, pues, si nos fijamos, la marcha que contemplamos
es diferente a la que veíamos hace un minuto.
Eso pasa con algunas
palabras. Estamos convencidos de que su sonido, su grafía, es la misma de
siempre; pero, interiormente, han sufrido una profunda alteración de su sentido.
Veamos, si no,
la palabra fiesta. El Diccionario del Español Actual,
de Seco, que en bastantes aspectos prefiero al DEL, recoge
estas acepciones de fiesta: ‘día en que, por ser domingo o por
celebrarse una solemnidad religiosa o civil, no se trabaja’, ‘día en que la
Iglesia exalta un hecho o un misterio, u honra de modo especial a Dios, la
Virgen o un santo’, ‘día laborable destinado a exaltar algo’, ‘acto destinado a
la alegría y entretenimiento de los asistentes’. Hay más, pero vale con esos.
Si preguntamos
a los hablantes, la interpretación más extendida en nuestros días es la que
apunta a lo lúdico y alegre. Aunque conviene saber que el sentido primigenio de
fiesta nos conduce al terreno de lo religioso. Se ha producido,
pues, una traslación significativa grande. Roberts y Pastor, en su Diccionario
Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española, nos cuentan cómo la raíz
dhes- es la base de un amplio grupo de voces que expresan conceptos
religiosos. Por ejemplo, la palabra griega θεός (el deus
latino procede de deiw-, ‘brillar’) y toda su cohorte: teísmo,
panteón, teocracia, teología… Diferentes
sufijos hacen surgir feria, ‘día consagrado al reposo por ser el
día de dios’ y ‘mercado que tiene lugar en esos días’ o fiesta,
‘día festivo o de celebración’. Al ser estos días de descanso, los acabamos
identificando con la noción de alegría y entretenimiento; la misma raíz
indoeuropea conduce al latín fānum, ‘templo’, de donde vienen nuestro
desusado fano, y los más modernos fanático,
‘inspirado por furor divino, exaltado’ o profano, ‘lo que está
fuera del templo, no consagrado’.
N. S. de los Dolores, Osuna |
Porque, vamos a
ver, ¿qué es lo que mucha gente ha sentido con la supresión de procesiones y
otros actos litúrgicos durante estos días? A Zalabardo y a mí nos gustaría estar
equivocados, pero pensamos que lo que más ha dolido es la pérdida de un simple
rito, más lúdico que religioso. Porque, vaya esto por delante, la semana santa,
como festividad religiosa, no se ha suspendido. Religión, que
viene del latín religio, significa ‘atarse, amarrarse fuertemente
a algo’ y, también, ‘conjunto de creencias relativas a la divinidad y ritos
derivados de ellas’. La religión apunta siempre a la intimidad de
cada individuo, es una actitud espiritual, aunque pueda tener a la vez una
manifestación social. Pero la creencia de los individuos no tiene que venir
marcada por la externidad de un rito.
Stmo. Cristo de Ánimas y Ciegos, Málaga |
La semana
santa, concluimos Zalabardo y yo, presenta tres componentes, que tendemos a ver
juntos, pero que difieren mucho entre ellos. Hay un componente espiritual, que
atañe al sentimiento y a la creencia. En este caso, el católico conmemora,
recuerda, la pasión de Cristo, núcleo de su creencia, base de su religión.
Nada externo, material, físico, es imprescindible para ese recuerdo.
Un segundo
componente sí tiene mucho de material. El creyente cimenta su fe con unas imágenes,
tallas, que representan sus creencias. Solo que, puede observarse, el llamado
arte sacro parece escoger sus modelos de los aspectos más macabros, exaltación
de la muerte, de ese conjunto de creencias. Bellas imágenes, sí, que se recrean
en tétricas escenas.
Y hay un tercer
componente, el lúdico o espectacular. La procesión, el rito de sacar a la calle
las imágenes, es un complicado ejercicio de equilibrio entre expresión de una
creencia y mera exhibición folclórica. Se cae en la competición de que la
imagen que venera mi cofradía sea la más rica, la más admirada, la más lujosa. Se
convierten las procesiones en aquellas antiguas superproducciones de Hollywood en
la que la grandiosidad de los efectos se anteponía a la historia que se contaba.
Para un creyente, en semana santa debería primar el recogimiento y la respetuosa
conmemoración; sin embargo, parece predominar la alegre celebración,
con todo el bullicio de la verbena. Eso, y no otra cosa, es lo que ha impedido el
confinamiento por causa de coronavirus. Debería ser fácil de entender.
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