En uno de nuestros paseos, me pregunta Zalabardo ―y no es la primera vez que lo hace― si no me hastía ya el ambiente de crispación, de intolerancia, de posturas irreductibles en que se mueven nuestras instituciones. Le contesto que sí, pero que la obligación del ciudadano es interesarse por los problemas de la sociedad en que vive ―sea el pequeño reducto de su pueblo, el más amplio de su nación o el que lo completa todo, el de este mundo caótico que nos ha tocado vivir―. Lo que no se puede, le digo a mi amigo, es vivir con los ojos cerrados ni seguirles el juego a esos iluminados que ―no olvidemos, los hemos elegido nosotros― mueven los hilos del teatro en que se desarrolla esta tragedia, porque de comedia tiene poco la realidad que nos rodea.
Y como creo que para analizar una situación
siempre ayuda buscar una perspectiva de distanciamiento ―para no acabar
contagiados― le pregunto a mi amigo si no le parece que podríamos hacer pasar a
nuestros políticos por una sala de triaje que nos ayudara a
organizar las ideas. Como veo que me pone un gesto de extrañeza, le pido que
piense cómo ―de un tiempo a esta parte― cuando acudimos al servicio de
urgencias de cualquier centro sanitario, lo primero que observamos es que al
paciente se le hace pasar por la sala de triaje. A muchos todavía
les extraña el término: ¿qué es eso de triaje? Cierto es que
muchos diccionarios aún no recogen la palabra, que sí vemos en la actualización
de 2023 ―en línea― del Diccionario de la RAE, donde leemos:
«clasificación de pacientes según el tipo y gravedad de su dolencia o lesión,
para establecer el orden y el lugar en que deben ser atendidos».
Es un neologismo procedente del
francés y significa ‘selección, clasificación, separación’. Habrá quien se
pregunte si tiene sentido su empleo si ya tenemos palabras equivalentes, pero
tampoco hay que escandalizarse ante una palabra que se ha generalizado y que no
es tan nueva como en principio nos puede parecer. En los Anales del
Sistema Sanitario de Navarra del año 2010 ya se incluía un artículo
sobre el triaje como «método de clasificación y priorización de
la atención urgente a pacientes». Y si consultamos el CORPES XXI
(Corpus del Español del Siglo XXI), que recoge palabras
documentadas entre 2001 y 2012, vemos que presenta casi cien casos de empleo de
este término en diferentes medios. El más antiguo en este corpus es el que aparece
en el Diario Málaga-Costa del Sol, en enero de 2004, precisamente
en un artículo sobre la selección de pacientes en la atención sanitaria. Y en
abril del mismo año, el Diario de León también usa triaje
aunque en un artículo sobre la clasificación de materiales en el servicio de
recogida de basuras.
El triaje, pues, es algo efectivo; es una forma de selección por afinidades. Y en el mundo sanitario designa el proceso para atender con mayor urgencia aquello que la precisa, pues no es igual un catarro que una apendicitis. Es un concepto aplicable en muchos ámbitos siempre que pretendamos establecer prioridades de atención. Zalabardo me mira con desconcierto y pregunta cómo he venido a parar al mundo de las urgencias sanitarias. Le contesto que me parece que el triaje puede ser un modelo de actuación en campos diversos e incluso le propongo un inocente juego en el que atendamos a actitudes recientes en nuestro ambiente político, que creo muy necesitado también de revisión urgente. De los muchos que podríamos considerar le planteo cuatro casos, que tampoco creo que sean los más necesitados de estudio.
Caso 1. Una vicepresidenta del
Gobierno, Yolanda Díaz, desconocedora de que un micrófono está
recogiendo sus palabras, dice tras la intervención de Feijóo: «¡A la
mierda todos!». Caso 2. La presidenta de Madrid, Isabel Ayuso, en
situación similar y tras una intervención del presidente Sánchez, dice:
«¡Qué hijo de puta!». Caso 3. El líder de un partido político y diputado, Santiago
Abascal, tras el reconocimiento del Estado de Palestina por parte del
Congreso de España, sale corriendo a visitar a Netanyahu, responsable
del genocidio en Gaza, para decirle: «¡Que yo no he sido; que ha sido Pedro!».
Y caso 4. Un juez, Juan Carlos Peinado, involucrado en multitud de casos
que no han llegado a ningún puerto, admite una denuncia presentada presenta un
grupo ultraderechista contra la esposa del presidente Sánchez. El juez
reconoce que la denuncia carece de base por apoyarse en informaciones poco
fiables; pero aduce que «el relato de los hechos es verosímil y debe
investigarse […] pues basta con que haya una sospecha fundada en casos
objetivos». La guardia civil, a quien el juez pide que investigue esa sospecha,
llega a la conclusión de que no hay ninguna prueba que sostenga los hechos
investigados. Aun así, el juez rechaza el informe que él mismo solicitó porque
«de admitirlo, se podría incurrir en suplantación de competencias».
El médico de guardia analiza estos casos
en la sala de triaje y valora la gravedad de cada uno. El más
grave ―y por ello hay que atender primero― le parece el del juez. Admitir una
denuncia sin pruebas, despreciar la investigación que él mismo encargó y decidir
seguir con el caso no porque sean verdaderos los hechos, sino porque él
considera que los denunciantes han hecho un relato verosímil ―que no veraz― es
para preocuparse. A ese paciente ―no olvidemos que es juez― hay que mandarlo
con la mayor celeridad a una revisión psiquiátrica, porque es un peligro grave
para la comunidad.
El caso 3 preocupa, pero algo menos. Lo de este hombre, aun siendo más síquico que somático, hay que diagnosticarlo como fanatismo. ¿Qué medicina cura eso? Mejor sería derivarlo ―otra palabra válida para el proceso de triaje― hacia Asuntos Sociales. Que se le recete prestación de servicios a la comunidad durante uno o dos meses. Para mayor efectividad, en barrios que le permitan conocer que hay ciudadanos que sufren necesidades porque pertenecen a una clase social menos favorecida que la suya. ¡Ah, y un almanaque para que sepa en qué año vivimos!
¿Y los casos 1 y 2? Esos no pasan de
ser una falsa alarma. Ni siquiera un vulgar constipado. Es una pequeña epidemia
de falta de prudencia y falta de educación por mucho que hayan estudiado en
colegios de pago. No son ellas las únicas. En términos éticos, se podría hablar
de pecadillos veniales. Podría bastar que se les aconseje lavarse la boca con un
buen colutorio, porque no es propio de señoras de su clase ese lenguaje chabacano
y menos aún si ocupan un cargo de responsabilidad para el que los ciudadanos
las han elegido. Por tanto, deben dar ejemplo. Así que se las deja ir no sin
antes regalarles un caramelo sugus. A Yolanda, de color fresa; a Ayuso,
azul, con vetillas verdes.
Le digo a Zalabardo que, en urgencias,
se presentan más casos que podríamos ver otros días. Por ejemplo, el de la
amnistía. Y, por ejemplo, ese es el más doloroso, el de Gaza. Ni el uno ni el
otro se lo deberían tomar nuestros partidos políticos como excusas para obtener
votos.
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