Sierras del Cristo y de Alhambra |
Salvo
el viaje a Barcelona, las correrías de don Quijote y Sancho no debieron tener
lugar en un espacio demasiado extenso. Y no toda La Mancha es una llanura sin
fin. En varias ocasiones, el escudero pide al caballero, tras alguna más que
osada e imprudente aventura, retirarse a la cercana montaña, por miedo a que
los persiga la Santa Hermandad. En la segunda parte, contando el episodio del
retablo de Maese Pedro, se dice de él que hacía un tiempo que anda por esta Mancha de Aragón, o sea,
entre Ciudad Real y Albacete, zona más agreste y escarpada que, hacia oriente, mira
a las sierras de Alcaraz y de Segura y, hacia el sur, a Sierra Morena.
En
los alrededores de Villanueva de la Fuente sitúa Rodríguez Castillo varias aventuras del caballero contadas tanto en
la primera como en la segunda parte de la novela: la del cuerpo muerto, la de los batanes,
la del yelmo de Mambrino y la de los galeotes.
Ruinas de uno de los antiguos molinos |
A
la salida de Villanueva de la Fuente hay un bello paraje, el nacimiento del río,
que es también antiguo cruce de caminos. Uno aún lleva el nombre de Camino
de los Molinos. A nuestros personajes se les vino la noche encima.
Vieron una comitiva con hachones que don Quijote tomó por fantasmas,
aunque no eran más que frailes que venían de Baeza y se dirigían a Segovia para
dar sepultura a un caballero cuyo cadáver transportaban. Poco después, oyeron
ruido de agua, cosa que les causó alegría. Como era ya noche cerrada, decidieron
acogerse en una arboleda cercana, pero algo turbó aquella paz: unos golpes que
sonaban al compás y un furioso estruendo de agua que los llenó de espanto. A Sancho
se le descompuso el vientre. Paréceme, Sancho,
que tienes mucho miedo, le dijo don Quijote. ¿En qué lo echa de ver?, preguntó el escudero, a lo que su señor respondió:
En que ahora más que nunca hueles, y no a
ámbar. Llegada la mañana, descubrieron, abochornados, la causa del ruido: el
golpeteo de grandes batanes de unos molinos en que se curtían pieles.
Poco
después, subiendo desde los molinos hacia el pueblo, se encontrarían con el
barbero cuya bacía confundió don Quijote con el yelmo
de Mambrino. No lejos de allí sitúa Rodríguez Castillo el encuentro con aquella cuerda de presos, los galeotes
a los que el caballero se empeñó en liberar y que tan mal le pagarían el favor
recibido.
Casa de don Diego Miranda (foto de Ana Alas) |
Don
Quijote nunca fue melindroso a la hora de dormir a la intemperie (ya el
ventero truhán que lo armó caballero le había dicho: según eso, las camas de vuesa merced serán duras peñas), aunque tampoco
hizo ascos a cobijarse en lujosas mansiones. Villanueva de los Infantes es una
bella población con abundancia de ricas viviendas y palacios. De allí era posiblemente don
Diego Miranda, el Caballero del Verde Gabán, con quien
don Quijote coincidió en uno de aquellos caminos. Hacia su palacio iban cuando
tuvo lugar la espantable aventura de los leones (¿Leoncitos a mí?). Llegados a la mansión
y preguntado don Diego por aquella figura que lo acompañaba, respondió a su
hijo: Solo te sabré decir que lo he visto
hacer cosas del mayor loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran
y deshacen sus hechos.
En estas laderas pudieron celebrarse las bodas de Camacho |
Días
después abandonaría el palacio con la intención de visitar la Cueva
de Montesinos, de la que tantos portentos se contaban. Pero antes
habría de pasar por otro episodio también interesante, el de las bodas
de Camacho. De Alhambra, dice Rodríguez
Castillo, era la rica Quiteria, y de Carrizosa el humilde Basilio. Enamorados desde
muy jóvenes, parece que, juntos, urdieron la ingeniosa estratagema que dejó
tanto al rico Camacho como al padre de Quiteria con dos palmos de narices.
Ni
en Carrizosa ni en Alhambra me supo confirmar nadie si los jóvenes enamorados
eran de allí. Algunos no habían oído hablar de ellos en la vida. Entonces fue
cuando el dueño de un bar de Alhambra me dijo aquello de que todo era cosa de
los ayuntamientos y que con ellos no contaban para nada. Como en todas partes.
Me dispongo a bajar a la Cueva de Montesinos |
Ruinas del castillo de Rochafrida |
Muy
cerca de la cueva están las ruinas del castillo de Rochafrida, escenario de
uno de los más antiguos romances de nuestra literatura, el de Rosaflorida
y Montesinos.
Tal vez de ahí venga el nombre de la cueva. Y tampoco es mucho el trayecto
hasta El Bonillo. Se dice que este es el pueblo en que aconteció el curioso episodio
de los
dos regidores y el rebuzno.
Con
los ecos del romancero, digo a Zalabardo, dimos por concluida la Ruta
de don Quijote. No desaprovechamos la ocasión, ya que allí estábamos, de
visitar las Tablas de Daimiel y las Lagunas de Ruidera. En esta época
están que da gloria verlas.
Ruidera: unión de la laguna Redondilla con la laguna Lengua |
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