domingo, octubre 29, 2017

MÉDANOS, AZAMBOA, ALMORADUJ…



La única persona que habla español, en español, el español que yo creo español, era mi madre, tan natural, tan directa y tan sencilla, cuya voz sigo oyendo debajo de la mía inolvidablemente.
                              (Juan Ramón Jiménez: Mi español perdido)

          Como médanos, mi última novela, va dando sus primeros pasos sin, aparentemente, dificultades. El pasado día 6 se presentó en Osuna, mi pueblo. El próximo 9 de noviembre se presentará en Málaga (Sociedad Económica de Amigos del País, 19:30) y el 17 en Rincón de la Victoria (Casa Fuerte, 20:00).
         La novela pretende ser una reflexión sobre el recuerdo y la memoria. El protagonista, un periodista al que anuncian que puede padecer alzhéimer, decide recoger en un diario los recuerdos sobre su pueblo, al que no ha regresado tras salir muy joven, y sobre sus amigos, a los que hace mucho que no ve.
No ha dejado de causarme admiración la de veces que se me ha preguntado por el título y, en especial por la palabra médano. La pregunta se ha planteado casi siempre en la línea de por qué escogí médanos y no dunas. Se me decía que médano es una palabra ‘exquisita’, alejada de la lengua común. Otros me han preguntado qué es un médano. Cada vez que se ha dado el caso, he explicado que como médanos es expresión tomada de un poema de Juan Ramón Jiménez que comienza: Como médanos de oro / que vienen y que van, son los recuerdos. Y que, por ello, el protagonista de la novela tituló así el archivo en que recogía sus memorias.
La pregunta, no obstante, me ha hecho reflexionar sobre otro asunto distinto a la novela: cómo va degradándose nuestro léxico, cómo vamos creando, conscientemente o no, un cuerpo léxico común que elimina las palabras más familiares, más próximas, más de nuestro ámbito, a la vez que se nos impone un léxico extraño, plagado de extranjerismos y tendente a crear términos ambiguos o empobrecidos.

Azamboas
Juan Ramón solía repetir que había nacido el 24 de diciembre, en realidad nació el 23, lo mismo que afirmaba que su madre, Mamá Pura, era natural de Osuna, pese a que quien nació en Osuna fue su abuela, doña María Teresa de Jesús López Parejo. Pues bien, Juan Ramón, a quien gustaba hablar de español y no de castellano, dijo bien claro en Estética y ética estética que el español al que él se refería quedaba enmarcado en un triángulo cuyos vértices venían marcados por Moguer, Cádiz y Osuna.
De su madre debió aprender el poeta muchas de las palabras que fue derramando por sus libros. Eran palabras corrientes, que usaba la gente común de la tierra de Moguer. Allí, en su pueblo, la gente de su pueblo, como su madre, llamaba azamboa al membrillo o gamboa; albérchigo al albaricoque; montera al lucernario o techo acristalado; zaratán al cangrejo y, especialmente, a un tipo de cáncer de mama; gavia, a una zanja de desagüe; almoraduj a la mejorana; tomiza, a la cuerda de esparto. Y podríamos seguir. Muchas de ellas son palabras que se remontan al árabe hispánico, es decir, palabras andaluzas. A las citadas hay que sumar médano, del mismo origen y que, aparte de ser sinónimo de duna, más común, significa ‘barra de arena casi a flor de agua, en un paraje en que el mar tiene poco fondo’.

Almoraduj
También yo aprendí en mi pueblo, de mi madre, palabras que hoy no se usan o se usan poco: sahumerio, vilorio, enjaretar, entenguerengue, copa, almáciga… Hablando de estas palabras que van desapareciendo, le digo a Zalabardo que la extrañeza debería causárnosla el uso de duna, que nos llegó desde lejos, su ascendencia es neerlandesa, en lugar de médano, que nació entre nosotros.
En cambio, a nadie extraña que, en lugar de usar las palabras con su sentido más propio, se nos vayan imponiendo algunas que asumen el significado de otras a las que, poco a poco, se va desterrando. Los tristes acontecimientos de estos días nos pueden dar un claro ejemplo. Leemos y oímos hoy cómo, indistintamente, se dice que el Gobierno de la nación ha cesado o destituido a altos cargos catalanes por su no acatamiento de la Constitución e infringir las leyes no solo del Estado, sino de la propia Comunidad autonómica. Alguien me dirá que si miramos el diccionario de la RAE, ambos términos significan lo mismo. Ahí está el mal, que de tanto usarlos mal, la Academia ha terminado cediendo en su última edición. En nuestra lengua, siempre ha sido clara la diferencia entre cesar, destituir y dimitir: cesa quien deja de desempeñar un cargo por expirar el plazo para el que fue elegido o nombrado o desaparece el cargo (los diputados catalanes cesan por haber sido disuelto el parlament); se destituye a quien se aparta de un cargo por incompetencia o mala práctica del mismo (Puigdemont ha sido destituido); y dimite quien voluntariamente deja su puesto por la razón que sea (el conseller Santi Vila dimitió por no estar de acuerdo con la actitud del govern). Por cierto, creo que este hombre es uno de los pocos españoles que saben de la existencia del verbo dimitir, puesto que son muy pocos los que lo conjugan. 

Médano
En Como médanos, en el primer capítulo, se dice que cuando se pierde una palabra, se pierde un trozo de la propia vida. Por eso, entre otras cosas, he titulado Como médanos a mi novela. Por el poema de Juan Ramón Jiménez, porque así tituló sus memorias el protagonista de la novela, dado que los recuerdos, como los médanos, son inconstantes, cambiantes, van y vienen sin que nadie los pueda controlar sino el viento o las mareas que van arrastrando sus arenas; y porque médanos me gusta más que dunas.

domingo, octubre 22, 2017

ATRANCA LA PUERTA…



            Pero Teresita no hacía caso de su madre, y acosó a Centurión, que huyendo de ella y del maldito fraile procaz, se había refugiado en el gabinete próximo. La diabólica mozuela repetía, poniéndole música, un dicharacho del periódico: «Muchacho, ¿qué gritan? —¡Viva la libertad!— Pues atranca la puerta».
(Benito Pérez Galdós: O’Donnell)

            Me pregunta Zalabardo si no me cansa tanta demagogia y la interesada mendacidad en los ambientes políticos. Le digo que sí y ambos coincidimos en que el problema que gravita sobre nuestras cabezas, ahora padecemos uno verdadero y grave, podría haberse resuelto hace años si en lugar de mercachifles interesados en salvar el propio pellejo tras los desmanes y tropelías que han cometido a lo largo de los años, hubiésemos contado con auténticos hombres de Estado. No quiero nombrar ninguna de la basura que se esfuerzan en ocultar bajo las alfombras ni señalar a ningún partido concreto porque en todos los rincones del arco parlamentario cuecen habas, incluso en aquellos en que se atrincheran quienes más fingen escandalizarse.
            La inestabilidad y caos actuales les han venido de perlas a todos, y todos se parapetan tras altisonantes palabras y, poniendo cara de dignidad, se envuelven en banderas que usan como excusa. Porque todos, los de una opinión y otra, hace ya muchos años que, como he dicho antes, podían haber resuelto de manera civilizada, amistosa y amable cualquier conflicto sin llegar a los extremos a los que hemos llegado. Porque, si hay conflictos, también hay medios para superarlos. Echando mano del dicho popular, querer es poder. Pero, para nuestro mal, muchos no han querido.
            Le digo a Zalabardo que no quiero entrar en quién tiene más culpa en este aparente callejón sin salida en el que nos encontramos, porque culpa tienen muchos. Lo seguro es que a quienes menos cuota corresponde es la gente normal y corriente cuyo principal problema es encontrar trabajo o no perder el que se tiene, llegar a final de mes sin excesivos agobios, encontrar colegio para los hijos, ser atendida en centros sanitarios sin tener que soportar listas de espera desesperantes…

            A esa gente normal (Zalabardo me pregunta si nosotros, él y yo, estamos metidos en ese grupo y le respondo que sí) es a la que estos paniaguados que copan las esferas del poder ponen de parapeto humano y tratan de movilizar, no convenciéndolos con argumentos razonados, sino alentando sentimientos fáciles de manipular: la patria, el pueblo, la libertad... Y de ellos se sirven para enfrentarnos a unos contra otros.
            A estos mercachifles de los que hablo se les llena la boca con esas palabras, que tal vez para ellos no signifiquen nada, despreciando que hoy cualquier país es un conjunto multicultural en el que nadie puede presumir de garantía de pureza y en el que, sin excepciones, cabemos todos. Por ese desprecio, cada cierto tiempo, aparecen, para nuestra desgracia, uno o varios iluminados que lo único que pretenden es, como sostiene otro dicho popular, joder la marrana.
            Estoy escuchando en estos momentos, la he buscado a propósito, la bella canción de Carlos Cano en la que dice: Cada vez que gritan patria, pienso en el pueblo y me echo a temblar. No sé si al cantautor granadino lo inspiró la lectura de O’Donnell, uno de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, o conoció directamente un diálogo que se incluía en un artículo de la revista satírica El Padre Cobos, fuente de la que se sirvió también Galdós en su novela.

            Esta revista, El Padre Cobos, se publicó entre 1854 a 1869. Su editor fue Cándido Nocedal, que llegaría a ser Ministro de la Gobernación, y contó con ilustres colaboradores, aunque el principal de ellos fue José de Selgas. Aunque aparecía como Revista de política, literatura y artes, muy pronto derivó hacia la sátira política. No he podido encontrar el número de 1856 en que aparece el diálogo que cita Pérez Galdós y que, según afirma José María Iribarren, tuvo una variante: Cuando oigas tocar el himno de Riego, atranca la puerta.
            Os aseguro que a Zalabardo y a mí nos sucede lo mismo que a los protagonistas la anécdota: en cuanto oímos que se grita reiteradamente ¡Viva la libertad!, ¡Viva la patria!, o los oídos se nos saturan con determinadas tonadas (sin que se sepa bien qué se pretende con ello), nos entran ganas de cerrar la puerta, porque la primera reacción es la de temblar de miedo ante lo que puede venir detrás. En la historia de nuestro país no faltan muestras de lo que digo.

domingo, octubre 15, 2017

POETA / POETISA



            Formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida (7)… Y de la costilla que del hombre tomara, formó Yavé Dios a la mujer (22). El hombre exclamó: “Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará varona, porque  del varón ha  sido tomada (23)
(Génesis, capítulo 1)

 
Safo, cuadro de John William
          
Recientemente, una escritora que siempre se ha declarado poeta declaraba en Facebook su alegría por que dos profesoras, jóvenes y entusiastas la llamen poetisa, demostrando así que se va superando de una vez por todas el discurso decimonónico lleno de desprecio masculino que cargó tan negativamente la palabra. Entre los me gusta/no me gusta consabidos, aparecieron también comentarios en los que se sigue negando a poetisa el pan y la sal porque consideran que es un término lleno de connotaciones negativas (desprestigio, cursilería y ñoñería) que usan los hombres cuando tienen miedo de las mujeres. Esa actitud demuestra que todavía nos pueden los prejuicios y que aún son muchas las personas (hombres y mujeres) incapaces de superar discursos trasnochados y dicen combatir lo que consideran machismo cultivando el vicio diametralmente opuesto, el hembrismo.
            En este terreno, le digo a Zalabardo, hay dos bandos: el de quienes acusan al lenguaje de todos los males (no hay lenguaje neutral, dicen) y el de quienes piensan que el lenguaje no hace sino reflejar nuestra propia mentalidad (el lenguaje es inocente). Yo me incluyo en este último bando. Estoy convencido de que el lenguaje no hace más que reflejar nuestros prejuicios y nuestros defectos, del mismo modo que una sociedad libre, abierta y solidaria, creo, tendrá un lenguaje que también lo sea.

Rosalía de Castro
            Le pido a Zalabardo que se fije bien en el texto con que introduzco el apunte. Me confieso desconocedor total del hebreo y arameo, lenguas en las que posiblemente fue escrita la Biblia. Utilizo, pues, una traducción en la que, a poco que prestemos atención, veremos de qué modo se reflejan términos confusos a la hora de ser interpretados: hombre, mujer, varón, varona. Su solo empleo ya crea confusiones y tal vez desconocimiento (u olvido voluntario) de su etimología.
            Existe en sánscrito una forma dhghem-, ‘tierra’, de la que salen los términos latinos humus, ‘tierra’ (inhumar, exhumar, trashumante, humilde…) y homo, ‘habitante de la tierra’ (hombre, homicida, humano…). Si miramos que la lengua latina dispone a su vez de vir, ‘ser humano de sexo masculino’ y de mulier, ‘ser humano de sexo femenino’, hemos de concluir que hombre tiene un valor generalizador y designa a ‘cualquier ser humano’. Lo que pasa es que, a lo largo de los años, nuestra lengua abandonó vir y hombre asumió los dos significados. Para mayor abundamiento, el latín disponía de un cuarto vocablo, persona, que señalaba la ‘visión que queremos transmitir a los demás de nosotros mismos’. De ahí proceden personalidad y personaje, entre otros.
            En griego sucede algo semejante. Los correspondientes a los términos citados son anthropós (antropología), andrós (androide),y giné (ginecólogo); y el cuarto es prosópon (prosopopeya). ¿De dónde sale, entonces, varón?

Gloria Fuertes
            Corominas argumenta que procede de una forma germana baro, que significaba ‘hombre libre, persona de sexo masculino’, que, más tarde pasó a significar también ‘persona noble, título nobiliario’ (barón). Una confusión no bien explicada comenzó a confundir esta palabra con el vir latino (lo vemos en Covarrubias y otros), lo que justifica que la escribamos con v y hayamos distanciado barón de varón, que, en el fondo, son la misma palabra. Por ello, en las más clásicas traducciones de la Biblia se lee que, cuando Adán se vio frente a Eva la llamó varona, palabra que, en nuestra lengua ha ido adquiriendo un valor peyorativo, ‘mujer varonil’. Lo que digo, prejuicios sociales imputables a la comunidad y no a la lengua.
            ¿Y adónde quieres llegar con todo ese preámbulo?, me pregunta Zalabardo. Le contesto que la cosa es más simple de lo que la gente cree: que solo una concepción patriarcal y machista de la sociedad puede defender que hombre se usa solo para referirse a los varones. Si decimos El hombre es mortal o hablamos de la Declaración de los derechos del Hombre, nada demuestra que en el contenido semántico de hombre queden excluidas las mujeres. A lo sumo, diremos que, en el discurrir de los tiempos, las palabras se van cargando de connotaciones, unas veces positivas y, otras, negativas. Esa es la razón de que muchas mujeres se sientan discriminadas e incluso ofendidas cuando se habla de hombre en ese significado universal que tiene, aparte del otro.
            ¿Qué pasa entonces con poeta y poetisa? Le aclaro que no haré ninguna disertación sobre el género gramatical; lo he hecho otras muchas veces y no me quiero repetir. Solo quiero que se recuerde, cualquiera que consulte la más básica gramática de nuestra lengua podrá verlo, que hay unas palabras que se llaman comunes en cuanto al género, es decir, que valen tanto para el masculino como para el femenino (atleta, modelo, testigo, chófer, joven, miembro, cantante…). Entre ellas, en un tiempo, alguien tuvo la ocurrencia de incluir poeta.

Julia Uceda
            Miremos a nuestro alrededor. La mujer se ha incorporado en igualdad de condiciones a una sociedad nueva y distinta, aunque aún encontremos quienes se resisten a que sea así. Por eso encontramos formas femeninas que nunca antes habíamos oído: bombera, médica, torera, arquitecta, etc. Y no solo eso, pues hay quien propugna, y yo me cuento en este grupo, que algunas palabras que antes se consideraban comunes podrían seguir el ejemplo. Por eso no me escandalizo de que se diga jueza, cancillera o presidenta. Pese a ello, no faltan mujeres que se resisten a ser llamadas médicas o abogadas.
            Y llegamos a poetisa. Poeta ha sido considerada un tiempo palabra de género común. En una consulta realizada en 2008 a Fundéu sobre si era correcto decir poetisa se respondía: “Por supuesto que es correcto decir poetisa. De hecho, poeta como femenino, es decir, poeta como sustantivo de una sola terminación, de género común, solo se incorporó en la última edición del diccionario académico, aunque se usaba desde hacía tiempo”.
            Emilio Ruiz Mateo, en un artículo reciente, dice que se comenzó a utilizar poeta en detrimento de poetisa “por un reclamo feminista mal entendido. Las pobres poetisas tenían mala fama. Se las identificaba con aquellas señoritas cursis que en otro tiempo, a falta de ocupación mejor, llenaban sus ocios componiendo rimas sentimentales. Como si no hubiera habido varones que hacían lo mismo, se entendía que los poetas eran poetas en serio, profesionales (por así decirlo), y se despreciaba a las poetisas. Entonces las poetisas que no querían ser confundidas con poetisas empezaron a llamarse a sí mismas poetas”.
            Sinceramente, creo que esa situación se ha superado.