lunes, abril 30, 2007

FUNDÉU

Tiene razón Zalabardo cuando me echa en cara que la mayoría de las notas que incluyo en la agenda que tan amablemente me cede ofrecen un tono de agria crítica hacia cualquier tipo de desmán cometido contra la lengua y me pregunta, en tono irónico, si no habrá alguien, en algún lugar, que haga las cosas bien. Le contesto que a los profesores nos pasa en muchas ocasiones que lanzamos una reprimenda cuando no están en clase los que se la merecen y han de cargar con la regañina los alumnos cumplidores.
Por supuesto que hay, no alguno, sino bastantes, que hacen, o tratan, que es lo importante, de hacer bien las cosas. Ya en alguna ocasión he citado aquí que Machado, don Antonio, presumía no de hechos, sino de propósitos. Porque la perfección, creo que ya también lo dije una vez, es difícil de alcanzar sea el campo que sea. En esta área del lenguaje existe una organización que, al menos en mi opinión, hace bien las cosas. Se trata de FUNDÉU, que aunque pudiera confundirse con un término de la gastronomía, fondue, no tiene nada que ver con él, sino que es el acrónimo de Fundación del Español Urgente. Esta organización depende de la agencia EFE, que ya comenzó a dar señales de sus preocupaciones por la corrección lingüística con su Manual de Español Urgente, y que en la actualidad dirige Álex Grijelmo, creador, por otro lado, del Libro de Estilo del diario El País.
Fundéu es una fundación desprovista del menor ánimo de lucro y que se propuso como objetivo colaborar con el buen uso del idioma español, especialmente en los medios de comunicación dada la influencia que estos tienen en el desarrollo de nuestra lengua. Fundéu proporciona criterios uniformes de uso del español ofreciendo respuestas rápidas ante cualquier duda lingüística. Aparte de ofrecer en su página (www.fundeu.es/) el ya aludido Manual de Español Urgente, tiene secciones de lo más variado que podamos imaginar en asuntos de uso lingüístico: artículos de interés, un departamento de consultas que son respondidas con la máxima celeridad, recomendaciones... Y un vademécum en el que se reúnen infinidad de neologismos, expresiones y palabras de todo tipo, acompañados de las indicaciones precisas para su utilización o su rechazo; la ventana de este vademécum va cambiando constantemente y ofrece a cada instante un término o giro que podemos consultar al momento. Por ejemplo, desde que esta tarde decidí dedicar a Fondéu el apunte, han aparecido en esta ventana de la que hablo leasing, kyongo y edil/concejal, que es lo que hay ahora mismo.
Estos días se está celebrando en San Millán de la Cogolla un Seminario del Español en los noticiarios que organiza Fundéu. En el acto inaugural de dicho seminario, Álex Grijelmo ha tratado de destacar "los recursos del español para nombrar objetos que tienen menos de cien años con palabras que tienen siglos". El ejemplo para ilustrar esta afirmación me lo ofrece Zalabardo: la más antigua datación de la palabra azafata es de 1582 y designaba la 'criada que servía a la reina a vestirse', nombre que provenía de azafate, 'bandeja en la que se llevaba la ropa', palabra atestiguada por vez primera en 1496. Pues bien, azafata ha venido apareciendo en el diccionario con ese significado hasta que la edición de 1956 recogía también la de 'camarera que presta sus servicios a bordo de un avión'. Y azafato aún no aparece por el diccionario, aunque el Panhispánico de dudas, de 2005, ya lo recoge. Me parece un buen ejemplo, aunque de eso, del uso de palabras para designar nuevas realidades, seguiremos hablando mañana, porque hoy ya he sobrepasado el espacio debido.

viernes, abril 27, 2007

LAS NUEVAS INVASIONES

Si generalizásemos la cuestión y la planteáramos de una manera mucho más superficial de lo que en realidad fue, diríamos que la historia de la humanidad está trufada de una serie de grandes migraciones, movimientos de pueblos, que unas veces de manera pacífica y otras de un modo más violento, han ido ocupando tierras diferentes a aquellas en las que tuvieron su origen.
Tomando como campo de análisis nuestra Península, nos encontramos con que hace ya unos cien mil años que se produjo la venida desde África, desde tierras de la actual Kenia, ya fuese a través del estrecho de Gibraltar, ya fuese desde el próximo Oriente, del homo sapiens. Bastante después, en plena época histórica, a finales del siglo III a.C., los romanos conquistaron y colonizaron la Península Ibérica, hasta que, sobre el siglo V, conocimos lo que en los libros se denominaba la invasión de los bárbaros, que finiquitó el Imperio Romano. Zalabardo me dice que aún recuerda aquella maldita lista de los reyes godos que, empezando en Ataúlfo y terminando en don Rodrigo, tanto nos hizo sufrir en nuestra etapa de estudiantes.
Por cierto que aquel proceso ni tuvo tanto carácter de invasión ni sus protagonistas fueron tan bárbaros. Parece ser que esa especie la difundieron los antiguos historiadores, cristianos de religión, temerosos de la influencia que pudiesen tener aquellos pueblos, ya bastantes romanizados y de religión arriana. Más cierto parece, según los estudios más recientes, que un grupo de pueblos germanos se vieron empujados por las avalanchas de otros pueblos orientales, los hunos entre ellos, que empezaron a moverse hacia el occidente. Los godos, divididos en tres ramas, ostrogodos, gépidos y visigodos (de west-gots, es decir, los godos del oeste) pactaron con los romanos acogerse bajo la protección del Imperio a cambio, entre otras cosas, de ser ellos mismos quienes defendieran las fronteras frente al enemigo común. Y como ya sabemos que el Imperio Romano estaba en proceso de descomposición, terminaron por asentarse en sus despojos.
En el siglo VIII fueron los musulmanes quienes entraron, también por el sur. Y su estancia en nuestra tierra duraría ocho siglos. Casi nada. Esta vez no huían; eran ellos quienes se movían conquistando cuantas tierras podían. Como todas las ocupaciones anteriores el resultado dejó beneficios para todos, originó una cultura mixta. Primero fue una cultura hispano-romana; después, romano-visigótica; por fin, godo-musulmana. O sea, que es difícil negar nuestro mestizaje.
Y ahora, en estos albores del siglo XXI, nuevos grupos pugnan por entrar. Como en los tiempos más oscuros, llegan desde África, desde más abajo del Sáhara. Los motivos que les empujan hacia aquí son el hambre, el atraso, la miseria y la ausencia de objetivos claros que miren al futuro. Y como Europa brilla para ellos a manera del faro que indica a los marinos el final de la travesía, hacen lo indecible por llegar. Con el anuncio de la llegada del buen tiempo, próximo ya el verano, comienza el riesgo de subir a una patera, a un cayuco, y jugarse la vida para obtener esa vida de bienestar y progreso que Europa les anuncia. Ayer ya murieron dos y con esta noticia se nos han abierto hoy los informativos y se ilustran las primeras páginas de los diarios.
Aquí, como hacían los antiguos historiadores cristianos, los vemos como una nueva invasión de bárbaros, los consideramos como un peligro que hay que conjurar. No pensamos ni por un momento que lo que buscan es participar al menos de las migajas de ese bienestar que nosotros ya hemos alcanzado. Y nos gastamos el dinero en colocar barreras infranqueables que los hagan desistir de su propósito al tiempo que les negamos la ayuda que necesitarían para participar de este bienestar desde sus propias tierras.
En tanto no seamos solidarios en los índices precisos con los pueblos necesitados del tercer mundo, los cayucos, podemos estar seguros, seguirán navegando su ruta de muerte atraídos por los cantos de las mismas sirenas que, por otra parte, le escatiman la ayuda.

jueves, abril 26, 2007

¿QUÉ TE APUESTAS?

Muchas veces me ha dicho Zalabardo que él nunca acertará una quiniela o que difícilmente le tocará la lotería por el sencillo hecho de que ni le gustan las apuestas ni es aficionado a los juegos de azar. No rellena quinielas ni participa en ningún tipo de sorteo salvo en muy contadas ocasiones, por ejemplo, en Navidad y porque en esa fecha es mucha la gente que juega un determinado número en los lugares de trabajo y actúa aquel principio de ¿y si les toca a los demás y yo me quedo fuera...? Si le pregunto qué razón hay para su desafección hacia las apuestas, me responde que ninguna en especial, pero que siempre ha seguido la norma que dice que de chiquitito me enseñaron que porfiase, pero que no apostase.
Ahora se ha difundido en la prensa, escrita y hablada, que un hombre centenario, inglés, ha ganado una apuesta curiosa. Cuando tenía 90 años, apostó que alcanzaría el siglo de edad. Una casa de apuestas, de las muchas que hay en Gran Bretaña, le aceptó 100 libras con tal condición. Si alcanzaba su propósito, le devolverían 25.000 libras (aproximadamente 37.000 euros, si no estoy equivocado). A lo mejor fue solo por fastidiar, pero el inglés ha cumplido los cien años, por lo que ha resultado vencedor de la apuesta.
En ocasiones, cuando Zalabardo y yo nos quejamos de los estragos que la edad provoca, le digo que, pese a todo, yo pienso llegar a los cien años. Y entonces se sulfura, pues dice que soy un inconsciente y que no sé lo que digo. Comienza en ese momento un largo alegato explicando que me expongo, junto a los achaques propios de los años, a todas las inclemencias nacidas como consecuencia del cambio climático que, si no sucede algo muy gordo que lo evite, se nos viene encima. Y sigue diciendo eso del CO2, del efecto invernadero, de la alteración de los ciclos estacionales, del aumento de nivel de los océanos, de las catástrofes impredecibles. No es que yo no crea sus palabras, pero le replico si cree que todo eso acaecerá con tanta premura de tiempo. Se encoge entonces de hombros y me dice que él, por si acaso, no desea vivir más años de los que, en buena lógica, sean posibles sin merma de la calidad de la vida vivida. Tampoco es mala opción.
Y, hablando de otra cosa, se suele decir que rectificar es de sabios. Ayer informaban en ELPAIS.com sobre los premios Ortega y Gasset de periodismo. En la modalidad de fotografía, la ganadora ha sido Desirée Martín con su foto Cayuco en las costas de Tenerife, que se había publicado en ABC. Pues bien, publicaban la foto con el siguiente pie debajo: Imagen de la foto ganadora de un cayuco en Tenerife. Texto un poco chungo, ¿verdad? Suena a aquella frase del clásico programa de TVE Un, dos, tres, responda otra vez, en el que algunas parejas resultaban ganadoras de un apartamento en Torrevieja. Si la imagen no fuese tan trágica, podría uno incluso reírse. Hoy aparece la foto en la edición impresa y el pie es ahora diferente: 'Cayuco en las costas de Tenerife', fotografía galardonada con el Premio Ortega y Gasset. Así sí se entiende bien lo que se quiere decir.

miércoles, abril 25, 2007

SABER MÁS QUE LEPE

Esta expresión, con esa forma o con otra más de corte humorístico, Saber más que Lepe, Lepijo y su hijo, figura en el DRAE desde 1884 y no tiene nada que ver con el pueblo de Lepe, sino con un personaje del siglo XV, don Pedro de Lepe, obispo de Calahorra y autor de un Catecismo católico en el que, al parecer, se podía encontrar respuesta a una multiplicidad de preguntas. Pues bien, la expresión aparece en el diccionario con el sentido de 'ser muy perspicaz y avisado'.
Existen en nuestra lengua más expresiones que intentan destacar la sapiencia de alguien. Por ejemplo, Saber más que Calepino, en recuerdo de un humanista italiano, Ambrosio Calepino, nacido en 1440 y muerto en 1510, autor de un célebre Diccionario latino. O Saber (o escribir) más que el Tostado, que aludía a don Alonso de Madrigal (1400-1455), doctor en teología, filosofía, derecho civil y canónico, griego y hebreo y autor de una obra escrita en latín que ocupaba 15 gruesos volúmenes.
De otro tono es Saber latín, que se aplica a quien es 'astuto y muy avisado'. Y también ponderativa es esa frase socrática Solo sé que no sé nada, que a mí me gusta menos porque su supuesto autor la utilizaba para, fingiendo saber menos que su interlocutor, hacerle luego reconocer sus errores. En cualquier caso, creo que todas estas expresiones pretenden más de lo que en verdad significan. Como igualmente dudo de que sea cierto lo de que más sabe el diablo por viejo que por diablo, escudo tras el que se esconde quien muchas veces no tiene otra cosa que años; y ya sabemos eso de juventud, divino tesoro...
Como Zalabardo ya está nervioso y me exije que aclare adónde quiero ir a parar, no tengo más remedio que contestarle, puesto que él es así. Le digo que hablo de todo esto porque hace unos días Lola nos planteaba una duda sobre sintaxis y ayer me abrumaba cuando manifestaba "¿Qué habréis pensado de mí, por hacer ese tipo de pregunta?". Yo simplemente sonreí y no le contesté, primero, porque no pensé nada, al menos nada negativo; y segundo, porque siento vergüenza de que cualquier persona insinúe que yo puedo saber más que ella. Al contrario, alabo a quien está libre de ese falso pudor que nos lleva, en ocasiones, a ocultar nuestras dudas ya que solo quien abiertamente expone lo que desconoce puede ser dueño de lo que sí domina.
A quien me hace una pregunta, suelo rogarle con frecuencia: "Que sea fácil", y a quien me dice que tiene una duda, le contesto: "¡Qué suerte, solo una!". Ante la primera respuesta, los alumnos creen que estoy haciendo un chiste, porque ellos tienen la falsa conciencia de que el profesor ha de ser un individuo omnisciente, cosa bien lejana de la realidad. Y con la segunda quiero dejar claro, sin que ello se pueda considerar falsa humildad, la desconfianza en mi bagaje de conocimientos, siempre dispuesto a ser revisado y modificado.
Por eso me gustan las personas que, como Lola, no tienen empacho en exponer cualquier duda que se les presente. Y es que, por eso mismo, siento aversión hacia los muchos Lepes, Calepinos y Tostados de pacotilla que circulan por ahí. De ellos me dice Zalabardo que más que saber latín son sabeores de Carche, como llaman en tierras de Jaén a quienes presumen más de la cuenta de lo que no son o de lo que ignoran.

martes, abril 24, 2007

ERRARE HUMANUM EST

Mantener un comentario diario y no repetirse es difícil, me justifico ante Zalabardo cuando me llama la atención sobre el hecho de que el apunte de hoy incide en algo que ya se dijo hace tiempo (concretamente el 26 de octubre de 2006): la mayor o menor importancia que puedan tener errores de, aparentemente, poca monta. Titulaba aquella nota Esas pequeñas cosas y defendía que un pequeño error podía ser en sí mismo justificable, aunque la suma de varios de estos pequeños gazapos convertía en más grave al asunto. O sea eso del aforismo: errare humanun est, perseverare autem diabolicum, 'errar es cosa de humanos; sin embargo, reincidir [en el error] es diabólico'.
Aunque, si prestamos atención, hay otro aforismo que declara que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y, tal vez llevado por esta idea, surgió aquel otro que defiende que se debe odiar el delito, pero compadeciendo simultáneamente al delincuente. Si actúo como Sancho Panza, ensartando sin cesar aforismos y refranes, es porque creo que entre lo mucho que he aprendido desde que publico estas notas está el hecho de ser menos cáustico con quienes cometen los fallos que aquí repruebo. O al menos esa es la impresión que tengo. A ello me inclinaron dos comentarios enviados por amables (hasta el exceso) lectores de esta agenda. José Antonio Garrido me reprochó, con suma amabilidad, la dureza de alguna crítica y me solicitaba no ser tan severo con el infractor; desde entonces lo intento. La otra persona que me influyó en el sentido que digo fue la no menos amable Mari Paz, estudiante de la UMA que, al tiempo que agradecía los comentarios, me tiraba de las orejas por los deslices, que también yo, como no podía ser menos, cometo. Tengo que reconocer que echo de menos sus suaves reprimendas, siempre presentadas bajo aspecto de preguntas.
Me apremia Zalabardo para que vaya al grano y no me ande más por las ramas. La tesis, en definitiva, es que el error es más o menos pequeño según quién, cómo, cuándo y dónde lo cometa. En consecuencia, la responsabilidad será mayor o menor dependiendo de quien yerre. Y creo que estaremos de acuerdo en que un periódico del prestigio de El País debería evitar según qué cosas. Por ejemplo, ayer se incluía una información en la que se hablaba de que a un guardia civil que estaba fuera de su coche atendiendo a un accidentado otro vehículo lo arroyó. Quien escribió eso, o el responsable de redacción, o el corrector de pruebas, o quien fuera, debería haberse dado cuenta de que el sinónimo de atropellar es arrollar, no arroyar, que es un raro verbo apenas utilizado que significa 'formar la lluvia arroyos'. Por tanto, no habría ni siquiera que acudir a la excusa de la confusión entre homónimos.
Otro error, no sé si más grave, lo vemos hoy en la primera página y repetido en la 20. Dice el Libro de Estilo de esta publicación, de obligado cumplimiento, que en los títulos "No se pueden suprimir los artículos o adjetivos que imponga la lógica del lenguaje, ni escribir titulares como este: Científicos preparan una vacuna contra el sida". Pues bien, el titular al que me refiero dice así: Abogado de víctimas llama señor a miembro de ETA. ¿Un descuido? No sé qué decir, puesto que no es uno sino que son tres los artículos que faltan: [Un] abogado de [las] víctimas llama señor a [un] miembro de ETA.
Como podrá comprobar José Antonio, hace unos meses la reprimenda no hubiese quedado en eso, ¿verdad? Para terminar con un refrán, nunca es tarde si la dicha (la moderación) es buena.

lunes, abril 23, 2007

DÍA DEL LIBRO

Hoy, 23 de abril, Día del Libro, Zalabardo y yo hemos echado un rato de charla recordando nuestras primeras lecturas. Le digo que en mi casa, aparte de los libros de texto, había unos cuantos libros, algunos de mis padres y otros de mis hermanos, que yo me entretenía en hojear desde muy temprana edad. No eran muchos ni demasiado adecuados para iniciarse en la lectura, pero eran los que había. Recuerdo que a mí me atraía de una manera especial uno titulado Historia de la regencia de Mª Cristina Habsbourg-Lorena, volumen II, escrito por don Juan Ortega Rubio y publicado en 1905. No sé dónde estaría el primer volumen y, por supuesto, no llegué nunca a leerlo, aunque pasaba una y otra vez sus hojas para detenerme en las coloridas láminas que incluía.
Recuerdo también dos libros de mi hermano Pepe -él escribía en todos los suyos Soy de Álvarez Martín-: una biografía del presidente uruguayo Fructuoso Rivera y una edición aargentina de Martín Fierro, de José Hernández. De este último si recuerdo haberlo leído casi completo. Zalabardo, que para estas cosas tiene mejor memoria que yo, me recita su comienzo: Aquí me pongo a cantar / al compás de mi vigüela / que al hombre que lo desvela / una pena estrordinaria / como la ave solitaria, / con el cantar se consuela. De mi madre, a quien se los había regalado otro de mis hermanos, eran Fabiola, del cardenal Wiseman, edición de 1949, y Quo vadis?, de Henryk Sienkiewicz, aunque en aquel volumen ponía Enrique, edición de 1946. Los primeros libros míos, que yo recuerdo haber comprado, eran unos volúmenes minúsculos de la llamada Enciclopedia Pulga, de Ediciones G. P. Eran muy populares en los años 50 y yo los adquiría en la papelería de Antonio Ferrón durante mis últimos años de primaria. No estaban ausentes de las lecturas de estos años los libros de Julio Verne o de Emilio Salgari. Me recuerda Zalabardo que en estos años leímos, en el colegio, una edición escolar del Quijote. Leíamos todos los días, formando corro en torno a don Eduardo. Y también leía muchos tebeos, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Mendoza colt...
Ya en el instituto, el abanico de lecturas se abrió, aunque leía sin ningún método ni criterio premeditado. Por lo general, cuando compraba, bien en el establecimiento de Antonio Ferrón o en la librería de Granell, me dejaba arrastrar por el atractivo de las portadas o los títulos. Eran volúmenes de las colecciones Plaza, Gran Plaza o Reno, todas de G. P. Por entonces conocí la colección Austral y, algo más tarde, la Contemporánea de Losada. ¿Autores? De la mayoría no tenía la menor idea de quiénes pudieran ser: Knut Hamsun o Henri Troyat, por ejemplo; alguno, sin embargo, me entusiasmó, caso de William Saroyan. Igualmente calaron en mí los textos de Rabindranath Tagore. De los españoles, pronto conocí a Valle-Inclán, por quien aún siento gran admiración, más por su teatro que por su prosa, y Pío Baroja. De la biblioteca del instituto, relativamente amplia, no había mucho entre lo que escoger, pues aún era preciso consultar antes de un préstamo el Índice de libros prohibidos y pocos títulos se libraban de la coletilla "Su lectura no es aconsejable para los jóvenes". Ni que decir tiene que aquello acentuaba mi curiosidad por leerlos, lo que hacía en cuanto que podía.
Ahora, creo que es cosa de la edad, releo más que leo y vuelvo a aquellos títulos que una vez me impactaron o que tengo en parte olvidados. Hace poco que he terminado la relectura de A sangre fría, de Truman Capote y estoy metiéndome de nuevo por los vericuetos de Cien años de soledad. En esta época de tanto movimiento en torno del fomento de la lectura, cuando me preguntan no sé qué responder. Bien está eso de las lecturas dirigidas, pero lo importante es que cada uno se sumerja por sí mismo en los libros. Unos gustarán, otros no (método de ensayo y error), pero en el momento en que una persona encuentre el libro que lo enganche ya no podrá abandonar la lectura en toda su vida.

viernes, abril 20, 2007

MESSI

¿También aquí nos vamos a encontrar a Messi? ¿Es que no hay otra cosa de que hablar más que del gol de Messi? He discutido seriamente con Zalabardo si traer hoy aquí ese tema, si vale la pena sumarse al grupo de enaltecedores de la hazaña futbolística. Y ha sido él, Zalabardo, quien me ha quitado cualquier prejuicio que pudiera tener al respecto. Su argumento ha sido concluyente: ¿Hablamos, si no, de la intervención de Rajoy en la tele, ayer?
La verdad es que no tenemos nada contra Rajoy. Tampoco contra Zapatero. No es que seamos, Zalabardo y yo, apolíticos, difícil afán del que muchos presumen sin tener en cuenta aquella antigua y aristotélica definición del hombre como zoom politikón. Es más bien que nos da un poco de yuyu eso de los partidos y sus rígidas e intransigentes disciplinas. Eso de tener que comulgar con ruedas de molino, sean de derechas o de izquierdas se nos hace difícil. Y aunque yo digo defender un centrismo neutral, Zalabardo dice que él se considera más bien liberal de izquierdas.
A lo que íbamos, que la intervención de Rajoy en esa entrevista en la que la mitad de los entrevistadores se han quedado sin participar (como pasó con la del presidente ) resultó que ni fu ni fa. La prueba la tenemos en que de cada intervención, lo que más se ha destacado era si Zapatero sabía o no lo que cuesta un café o si Rajoy se descompuso ante la pregunta acerca de su sueldo que le hizo una jubilada que declaraba tener una pensión de 300 euros. Y, claro, hoy no ha faltado la cohorte de políticos que se han apresurado (¿cinismo, chulería, estupidez?) en declarar los suyos, lo que nos hace dudar de si merecen de verdad lo que se meten en el bolsillo.
Fuera de eso, los análisis se han limitado a la mayor soltura en su intervención del jefe de la oposición frente a la falta de cochura del presidente del Gobierno en la suya. Los partidarios de aquel lo justifican alabando la mayor altura política del gallego; los de este, excusan al leonés por la ventaja que en estos asuntos tiene ser segundo en intervenir. Es, dicen echando mano del símil futbolístico, como jugar el partido definitivo de una eliminatoria en campo propio. ¿Han valido la pena las casi cinco horas de televisión entre uno y otro programa para tan escuálido resultado?
Y, hablando de fútbol, me comenta Zalabardo si no era mi intención hablar de Messi. Pues es verdad. Declaro que soy culé desde muy niño. Zalabardo me pide que diga bien alto que cuando tuvo lugar aquella jugarreta que hizo que Di Stéfano, posiblemente el mejor futbolista de la historia, fichara por el Real Madrid, cuando lo cierto es que había venido a España para fichar por el Barcelona, ya éramos seguidores del equipo catalán. Me parece que era 1953.
¿Y qué decir de Messi? Que es el presente del fútbol ilusión, del fútbol espectáculo tan contrario de ese otro fútbol rácano y resultadista que se lleva por ahí. El otro día, frente al Getafe, clonó el famoso gol de Maradona ante Inglaterra. Ojalá ni se malee ni lo maleen, porque el futuro puede ser suyo. Y coincido con Zalabardo en que su gol, pese a que delante estuviera el Getafe y no Inglaterra y el partido fuese una eliminatoria de la Copa de España y no un Mundial, fue más bonito que el de Maradona.

jueves, abril 19, 2007

ADOCENADOS

Desde que escribí el comentario Vanidad de vanidades, Zalabardo no deja de repetirme que hay cosas que no se pueden decir. O que, por lo menos, no se deben decir. Y a lo mejor tiene algo de razón, porque, desde entonces, muchos compañeros no dejan de aludir a él y de insinuarme no sé qué sobre su contenido. En un principio, pensé que se debía a un gran fallo que cometí al escribirlo, no decir el nombre del compañero homenajeado, José Luis Morales. A propósito, si este hombre ha sido durante toda la existencia del instituto, y aún más, Morales, ¿a qué demonios obedecía que ese día tanta gente se refiriera a él llamándolo José Luis?
Pero resulta que no, que lo que a unos había escandalizado y a otros simplemente divertido era la exposición de una de las razones de mi poco aprecio hacia los homenajes. Y aunque yo hablaba de manera abstracta, resulta que todos han entendido lo dicho como alusión directa a una persona, lo que me lleva a pensar si era, entonces, intención mía o son los demás los que hacen suya tal alusión y me la endosan a mí. Porque lo cierto es que yo no daba ningún nombre. Lo que pasa es que hace mucho tiempo que nos corroe una corriente de comportamientos políticamente correcto y, aunque sea un pensamiento general, hay cosas que no se pueden decir. Por cierto, que esa actitud ya la denunció el mismo Mariano José de Larra.
Por eso es posible que Zalabardo lleve razón cuando me aconseja que hable de asuntos de lengua y deje todo lo demás. Pues a ello voy. Resulta que hay muchos libros de textos que hablan, en literatura, de casos de estilo acendrado o de estilo adocenado. Pues no hay forma de hacerles entender a los alumnos que acendrado significa 'depurado, purificado, sin mancha ni defecto', y que adocenar, aunque también quiere decir 'reunir por docenas' (lo que más parece una definición de Coll), significa más bien, 'volver algo mediocre o vulgar'. ¿Qué pondría yo como ejemplo? Veamos, los profesores siempre nos habíamos sentido preocupados por impartir una enseñanza de calidad y siempre habíamos combatido cuanto sentíamos que atentaba contra esa calidad pretendida: malas condiciones laborales o económicas, precariedad en los puestos de trabajo, exceso de alumnos por aula, planes de estudios inadecuados. Y digo habíamos porque, al parecer, ahora nos tragamos cuanto nos echen, hasta el punto de que en muchas ocasiones parece que desarrollamos actividades más administrativas y de vigilancia que pedagógicas y nos quedamos callados. Bueno, protestamos durante la hora del desayuno, pero de ahí no pasamos. La verdad es que ya nadie planta cara a la Administración en ninguna de las tropelías que comete y que muchos de los que antes parecían más beligerantes resultan ahora los más rendidos al sistema. ¿Por qué? ¡Vaya usted a saber! Y los jóvenes, claro, al ver que los veteranos callan, se mantienen en silencio ellos también. Y así nos va. Incluso miembros de las propias directivas dicen sin pudor "pues nos vamos a enterar ahora cuando nos pongan..." Y nos pondrán ya mismo a barrer los pasillos antes del inicio de la jornada escolar.
Pues bien, eso pasa porque nos hemos adocenado, escondido en la mediocridad, hemos escondido la cabeza como el avestruz y nos dedicamos a dejar pasar los días. ¿Una muestra? Los claustros ya no pintan nada, no cuentan para nada, somos aquellos simpáticos monitos del ver, oír y callar; nuestra opinión no interesa a nadie y menos a la Administración. Y dejamos que las cosas sigan pasando delante de nuestras narices al tiempo que permanecemos impasibles. A lo más, de vez en cuando surge alguno, que los hay, que habla como aquel compañero que me espetó en una ocasión: "La Administración nos engaña a los funcionarios en el sueldo; en contrapartida, los funcionarios engañamos a la Administración en el trabajo". Con esa actitud, así nos va y peor podría irnos. Lamentable.
Zalabardo me susurra al oído: "Me parece que has perdido otra ocasión de quedarte callado. ¿No se te podía haber ocurrido otro ejemplo mejor para explicar el significado de una palabra?"

miércoles, abril 18, 2007

LOS INVENTOS DEL TBO

La denominación tebeo -¿por qué empeñarnos en utilizar el término foráneo cómic?- procede del nombre de una revista humorística para niños llamada TBO, comprada en 1917 por Joaquín Buigas Garriga, que fue quien le dio el formato con que sería conocida hasta hace muy poco tiempo, pues creo que, desgraciadamente, ya es una publicación extinta. Zalabardo me dice que lo que más le atraía de aquel clásico TBO era la delirante página de los impresionantes inventos del profesor Franz de Copenhague, autor de artilugios a cual más inverosímil.
Las invenciones de este insigne profesor no tenían que ver nada con el lenguaje, o al menos no recuerdo yo ninguna que tuviese relación con él, aunque a la vista de las conductas idiomáticas que de vez en cuando se observan creo que también en este terreno podrían haber tenido cabida sus actuaciones. Y es que hoy me quiero referir a esas creaciones en las que caemos en ocasiones, ya sea por desconocimiento o ya sea por simple deseo de cometer una simple boutade, galicismo estúpido que utilizamos cuando no queremos decir más que 'ocurrencia', 'salida de tono' o 'tontería', pero intentamos hablar más "fisno".
Inventar palabras no es nada fácil. O no lo es inventarlas ex nihilo, desde la nada, por mucho que algunos lo pretendan. En algún sitio he leído que quizá la única palabra de esta naturaleza sea gas, aunque el inventor a quien se atribuye, el químico flamenco J. B. van Helmont, muerto en 1644, se inspiró para ello en el término latino chaos, caos. En cambio sí es inventada desde abajo la que designa una marca, Kodak. Parece ser que su creador George Eastman, tenía la k como letra predilecta, por lo que buscó una combinación que empezase y terminase por ella y resultara eufónica, atractiva al oído, para designar el producto de su invención. No recuerdo ahora ninguna más, si es que la hay.
De otro cariz son aquellas invenciones que tienen una clara intención humorística. Por ejemplo, las que aparecen en el diccionario del recientemente fallecido, y altamente admirado por Zalabardo y por mí, José Luis Coll, que decía que desvulgar era hacer que una cosa dejase de ser vulgar por primera vez o que cuarzo es lo que va antes del quinzo o, por no abusar, que cantalán es Joan Manuel Serrat.
¿Dónde, si no, metemos las palabras y el giro que traigo hoy si no es en una lista que pretenda, cuando menos, hacernos sonreír? De esta laya considero el adjetivo inveraz, que oía este mediodía en la radio cuando venía para casa. Alguien acusaba a otra persona de que lo que había dicho era falso, inexacto, mentiroso, hipócrita; pero prefirió decir inveraz, que parece que suena mejor. O lo que un alumno, Dani Ríos, me contaba el otro día haber oído, que alguien estaba tensionado; vamos a ver, lo que está en tensión, ¿no está tenso? Pues a quien dijo tensionado debió de parecerle término más atractivo, aunque fuese solo por ser más largo. O, finalmente, el giro que tanto utilizan en una emisora de Málaga cuando piden que se llame a un teléfono para pedir información; podrían decir: Pidan información en el teléfono..., o Para solicitar información llamen al teléfono.... Pues ni una cosa ni otra, lo que de modo sucinto dicen es: Información al 952... ¡Pues mira qué bien!

martes, abril 17, 2007

RESPONSABILIDAD

En ocasiones, Zalabardo y yo aprovechamos cualquier ocasión para hablar acerca de las diferencias observables en la formación de los jóvenes en los tiempos actuales respecto a la que se recibía en nuestra época. Zalabardo es defensor, y en ocasiones casi me ha convencido, de que no hay diferencias notables entre los jóvenes de ahora y los de nuestra época salvo en aquellas cuestiones en que cualquiercambio es debido al mero paso de los tiempos. Pero hoy hemos vuelto a enzarzarnos. Participaban en la conversación, también, José Luis Rodríguez y Joaquín Martínez.
¿Razón de la discusión? Tres simples hechos, dos de ellos similares y una de naturaleza diferente. Los tres, sucedidos en un espacio de tiempo bastante breve. Los dos similares: un profesor requiere la presencia en el centro educativo de unos padres por motivo de una conducta inapropiada de sus hijos y recibe la callada por respuesta, es decir, que los padres no atienden dicha llamada y no aparecen a la cita. El tercer caso: todos los alumnos de un grupo se ponen de acuerdo y deciden no asistir a una clase sin que haya motivo aparente para tal conducta. Consecuencia inmediata: no pasa nada. Consecuencia a más largo plazo: esos jóvenes van adoptando, a pasos agigantados, un sistema de conducta en el que no tiene cabida el sentido de la responsabilidad, porque su experiencia les dice que pocas veces se les pide cuenta de sus actos.
Zalabardo alegaba que siempre los alumnos han hecho novillos y siempre ha habido padres despreocupados por la formación de sus hijos. Y yo le decía que aunque siempre se hayan dado esas conductas había algo que hoy se echa en falta: la rendición de cuentas. ¿Y quién tiene la culpa de lo que nos pasa hoy? Todos un poco. Porque de un tiempo a esta parte podemos observar que, quien más quien menos, nos hemos ido maleando. Los padres porque, unas veces, piensan que la formación de los hijos es cosa de los centros escolares y no asunto que concierna a los progenitores; otras, porque aplican ese criterio de que "no falte a mi hijo lo que a mí me gustó tener y no pude"; y les conceden cualquier capricho sin que este vaya acompañado de la enseñanza de que las cosas hay que ganárselas y de que cada uno debe responder de sus actos y pagar, o recibir, por ellos.
Los profesores porque hubo una época, aquella en la que nuestro país salió de sus años oscuros y pensábamos que todo debía ser vuelto manga por hombro para que nada tuviera el menor tufo a la dictadura de la que veníamos,y nos dejamos llevar por tal principio. Y se defendía, en el campo de la educación, entre otras cosas, que la asistencia a clase debía ser algo libremente asumido por los alumnos y que si estos no asistían la culpa habría que buscarla en el profesor, que no los motivaba de manera suficiente. Y todavía queda quien piensa que eso es así.
Y tiene la culpa la sociedad, y pienso ahora en los políticos, porque ven a los jóvenes no como individuos en formación, y por tanto expuestos a malformación, sino como futuros votantes a los que hay que atraer. Y de esa manera llegamos a situaciones de extrema permisividad, como la de los botellones, que en un principio se aceptan como mera expansión juvenil ante la que hay que sonreír, y luego terminan por convertirse en grave problema que, aparte de las consecuencias directas que tiene (ruidos, suciedad, molestias para los vecinos a los que no se deja dormir, destrozos en el mobiliarrio urbano, etc.) conduce a situaciones más graves, si cabe, como la caída casi irreversible de muchos jóvenes en el consumo desmedido de alcohol y otras drogas.
Y en casi todos los casos que comentamos, los jóvenes carecen de un sentido de la responsabilidad que les lleve a plantearse su conducta como inadecuada cuando alguien pretende llamarles la atención y automáticamente se escudan en que somos nosotros, los mayores, los culpables de no entender su sentido de la vida.
Por eso, cuando algunos padres tratan de justificar las conductas de sus hijos, recuerdo aquella anécdota que contaba Machado, profesor que nunca suspendía, sobre el profesor que, cuando un padre le preguntaba si le bastaba con mirar a un niño para suspenderlo, repondía: "no, me basta con mirar a su padre".

lunes, abril 16, 2007

DE BIEN NACIDOS...

...es ser agradecidos; es este uno de los muchos refranes que Zalabardo me recuerda con frecuencia y que yo procuro no olvidar. Sobre todo, en aquellos momentos en que, sin saber bien por qué, me asalta la preocupación sobre la opinión que de mí pueda quedar entre los alumnos con los que comparto unas determinadas horas semanales. En esos momentos, me agradaría tener la capacidad suficiente para dejar en ellos el recuerdo que algunos de mis profesores han dejado en mí. Por supuesto que algunos son recordados con más intensidad que los demás, aunque por todos sienta un gran respeto. Creo que ya alguna vez he hablado de esto. De los más recordados, ordenándolos de manera cronológica, el primero de ellos es don Eduardo, que se ocupó de mi formación primaria; ya en el bachillerato, influyó mucho en mis tendencias don Aniceto Gómez Esteban; y en la universidad, don Agustín García Calvo, don Manuel Alvar López y don Antonio Llorente están a la cabeza de aquellos por los que siento admiración y agradecimiento.
Del último de los citados aún conservo apuntes de clase que, alguna vez, releo. Hoy, por ejemplo, los he sacado para revisar las teorías gramaticales de las escuelas posteriores a Aristóteles. Los estoicos, a quienes se les recuerda especialmente por su actitud en torno a la ética, aunque no menos por sus tesis lógicas y físicas, comprobaron que la lengua griega distaba mucho de ser perfecta y observaron la gran cantidad de excepciones e irregularidades que presentaba. Con este motivo dieron origen una nueva polémica en la filosofía del lenguaje, la de si predomina en las lenguas el principio de analogía o el de anomalía. En un primer momento, se inclinaron por por defender la tesis de que predominaba la anomalía y el propio Crisipo parece que escribió un tratado sobre el asunto.
Cuando ahora, en este tiempo, me encuentro en clase con los alumnos, les hablo, alguna que otra vez de este asunto. Bueno, como veo la cara que me pone Zalabardo, quiero aclarar que no les hablo de los estoicos ni nada de eso, sino de que la lengua está llena de anomalías, excepciones o irregularidades, y, por tanto, deben aceptar con cautela con cautela cuanto les digo porque no es difícil, al mismo tiempo, dar paso a la posibilidad de una excepción que parecería invalidar lo anteriormente expuesto. En definitiva, que todo en esta vida es relativo y tienen poca cabida las verdades inmutables.
Por ejemplo, cuando les hablo de la concordancia entre sujeto y verbo, en una oración, y les señalo que el número y persona de aquel determina el número y persona de este. ¿O quizá no es así siempre? Pues no. El otro día leía que una parte de los imputados recurrirán... ¿Quién es el núcleo del sujeto?: una parte; ¿y qué es de los imputados?: complemento de ese sujeto. Pues bien, observamos que en el ejemplo la concordancia del verbo se efectúa con el complemento y no con el núcleo. ¿Es esto correcto? Sí. Y también leía: una banda de ladrones irrumpió..., donde el verbo concuerda con el núcleo del sujeto y no con su complemento. ¿Incorrecto? No, también correcto. Lo que pasa es que en nuestra lengua, cuando el sujeto es un sustantivo de significado cuantificador (parte, multitud, resto, etc.) o de sentido colectivo, el verbo puede hacer la concordancia con ellos, en singular, o con el complemento introducido por de que comúnmente los acompaña, que suele estar en plural. Dos ejemplos más de cada tipo leídos recientemente. En singular: Un grupo de expertos reúne las pruebas...; Una ola de terroristas suicidas siembra el caos... En plural: Un millón de personas se acomodan en los camposantos...; Una cuarta parte de los nacimientos se producen ya fuera... Y así seguiríamos en todo, dudosos siempre en cuanto estudiamos de si domina la regla o la excepción a la misma. Pero eso no lo soluciona ni el mismo Zalabardo.

viernes, abril 13, 2007

VANIDAD DE VANIDADES, TODO ES VANIDAD

Así empieza, si no me equivoco, el libro del Eclesiastés, que trata, en definitiva, de mostrarnos que todo aquello tras lo que corremos, por lo que nos afanamos, no es más que humo y viento. Me pregunta Zalabardo por qué casi siempre que asisto a la celebración de la jubilación de un compañero vuelvo pesaroso y con el ánimo decaído. Intento explicárselo sin dar muchos rodeos. Primero, porque soy de la idea de que, como, dice Manrique, las galas, los honores, "¿fueron sino devaneos?, ¿qué fueron sino verduras de las eras?". Segundo, porque, no sé si de una manera equivocada, pienso que, independientemente de las filias y fobias que entre los diversos compañeros pueda haber, llega un momento en que hay que renunciar a ellas y aceptar que todos somos iguales, y no acabar, como en aquel mandamiento reformado de la granja de Orwell, con que, a la hora de la verdad, unos son más iguales que otros. Digo esto porque, como en los funerales antiguos, se dan jubilaciones de primera, de segunda y de tercera. Hay un refrán que dice: muerto el perro, se acabó la rabia; mutatis mutandi, lo mismo se nos podría aplicar a nosotros para evitar esos tratos discriminatorios en los que, a lo mejor sin querer, terminamos cayendo. Tercero, porque me molesta sobremanera que en toda celebración tenga que aparecer siempre alguien que, llevado de su propia vanidad, pretenda sobresalir por encima del propio homenajeado; me refiero a aquellos que propenden a ser el novio en las bodas o el muerto en los entierros y sufren si no lo consiguen. Cuarto, y último, porque a mí no acaban de gustarme estas celebraciones (no me gustan para mí) y siento un gran pudor ante el hecho de sentirme foco de las miradas y atención de los demás. Por ello sufro al no estar seguro de si mi dosis de vanidad, que debo tenerla como cualquiera, me impedirá, llegado el día, oponerme a este tipo de homenaje. Una vez lo dije y ahora lo repito: me gustaría jubilarme en silencio, terminar mi último día de profesor en activo y dar paso a quien me sustituyera en el puesto, sin más. Ya lo he soltado y ya me quedo tranquilo.
Le digo a Zalabardo que, tras lo anterior, cambiamos de tercio. ¿Cómo es posible que un medio como El País tenga dos tropiezos graves en tan solo tres días? Anteayer era lo de *cirujía con esa j chirriante; hoy, y en primera página, también en titulares, se lee: Un suicida se estalla en el Parlamento iraquí. Si ayer era la ortografía, hoy estamos en el caso de un verbo intransitivo (estallar lo es) que, alegremente, se construye como transitivo. Ser intransitivo (perdón por una aclaración que es innecesaria; lo que quiero es poner énfasis) supone que no puede llevar complemento directo y, consecuentemente, no admite construcción reflexiva como la del titular del que hablamos. Lo vemos en el DRAE y el Panhispánico insiste en ello, aunque ya no estoy de acuerdo cuando dice que "su uso transitivo es menos frecuente" porque lo que pasa es que no es transitivo. Salen del paso añadiendo que "Es más habitual, en estos casos, emplear la construcción causativa hacer estallar o algún verbo sinónimo." Añado que, en el caso de hacer estallar tampoco sería admisible la construcción reflexiva.
Si seguimos así, pudiera pasarnos como con cesar, también intransitivo, que, a fuerza de utilizarlo mal, acabamos confundiéndolo con destituir o deponer. Cierto que la lengua evoluciona, pero no es este el camino correcto de esa evolución.

jueves, abril 12, 2007

CUESTIÓN DE CRITERIO

Siempre que he hablado con Zalabardo de estas cuestiones del lenguaje le he repetido hasta la saciedad que lo importante es aplicar un recto, firme y claro criterio, es decir, ser fiel a una actitud y no andar dando bandazos: ahora defiendo esto, ahora defiendo esto otro, de manera que traigamos loco al personal.
Ayer, después de terminar el apunte, Zalabardo y yo continuamos discutiendo el asunto de la ortografía y él me decía: Muy bien, si en la española prevalece el criterio etimológico, ¿por qué no siempre es igual?; ¿por qué cirugía con g y jirafa con j si ambas presentan en su origen una g? Tengo que reconocer que cuando me hace consultas de ese tipo yo no sé qué responderle. Pues bien, digo que estuvimos pegando la hebra un rato y, anda que andarás (a propósito, ¿habéis notado que Pasión Vega -Mª Carmen Alías mientras fue nuestra alumna- dice en una canción de su último disco anduve y desandé?), llegamos a otro tema que tampoco tiene fácil respuesta: el de la adaptación a nuestra lengua de ciertas palabras de origen foráneo y terminación consonántica. Planteaba Zalabardo la cuestión a propósito de la palabra carnets (en plural) que aparecía en la primera página de El Periódico, de Cataluña. Consultamos el DRAE y pudimos ver que solamente aparece la forma carné, sin t final. Buscamos entonces en el archivo de El País y vimos, con sorpresa, que este periódico duda entre la forma carné y la forma carnet, puesto que ambas son utilizadas indistintamente. ¿Por qué?, preguntaba Zalabardo; por falta de criterio uniforme, le decía yo, ya que si miramos su Libro de Estilo, dice: "se recomienda el uso de carné y carnés, pero pueden utilizarse también carnet y carnets". ¿a cuento de qué?
Entonces, nos pusimos a buscar en el DRAE ejemplos semejantes de palabras de extranjero origen con terminación consonántica "no canónica", valga la expresión. ¿Hay unas consonantes finales comunes en nuestra lengua? Pues sí: r (flor), s (menos), n (bien), l (ideal), d (verdad), z (diez). Otras (c, j, m, x...) son más raras. Puede que me deje atrás alguna, pues escribo sin comprobar lo que digo. El "criterio oficial" en nuestra lengua, respecto a los extranjerismos, es que siempre se deben adaptar estos lo más posible a nuestra fonética y ortografía, lo que quiere decir que habría que eliminar las "consonantes raras". Pero, ¿quiénes y bajo qué condiciones dan la bendición a una u otra forma?
Vamos a ver unos ejemplos, no muchos para no cansar, pero sí en número suficiente para que quede claro lo que deseo. Y prestamos atención, en principio a palabras que en su origen tenían una t final. El diccionario, doy una breve muestra, recoge como únicas "formas válidas" (son las únicas registradas) carné, cabaré, claqué y corsé. Nada que oponer; incluso llama la atención cabaré, pese a la fuerza que pueda tener la forma cabaret. Frente ellas, se encuentran las parejas bufé / bufet y chalé / chalet, aunque las primeras de las formas sean las preferidas. Y, por fin, extraña que, en una sola entrada, aparezca vermú o vermut, sin ninguna pista sobre cuál es la preferida.
Si miramos palabras con otras terminaciones, llama la atención que se prefiera la forma bistec sobre bisté, con criterio diferente al del caso anterior. O que, al tiempo que se defiende tique (no aparece ticket), aparezca todavía (lo digo porque no es palabra nueva) flash, para la que el Panhispánico propone flas. Para terminar, le planteo a Zalabardo un último caso: ¿ha contado alguien cuántas palabras, de qué origen y con qué frecuencia de uso, tenemos acabadas en j? Una de ellas es reloj. Juan Ramón (ya me imagino a Javier diciendo: "¡Cómo no!"), escribía reló y creo que a Cela también se lo he visto. ¿No podría ser esta una buena solución?; para quienes aleguen problemas con el plural, pensemos que no tendría más que sofá o café, por ejemplo.
¿He dejado claro lo que quiero indicar al hablar de criterio recto, firme y claro? Zalabardo asiente con la cabeza. Espero que no sea solo por darme la razón, como a los locos, para que calle. De todas formas, tal vez sea lo mejor poner aquí punto y final.

miércoles, abril 11, 2007

LAPSUS LINGUAE

Existen dos locuciones latinas que designan errores, resbalones o tropiezos, por lo general involuntarios e inconscientes, que se producen ya sea al hablar, ya sea al escribir. Una es lapsus linguae, el tropiezo cometido de forma involuntaria al hablar, y la otra es lapsus calami, el cometido al escribir. Algunos son en verdad graciosos, como el que reconocía haber cometido una locutora de radio en sus primeras experiencias ante el micrófono. Contaba ella que, leyendo una información sobre las próximas tendencias de la moda, confundió el texto y dijo que aquel verano "se llevarían los hombres desnudos" en lugar "los hombros". ¿En qué estaría yo pensando?, añadía entre risas la locutora.
Porque en algún lado he leído que, según Freud, estas aparentes equivocaciones al hablar no hacen, en la mayoría de las ocasiones, sino sacar a la luz sentidos y frases que, de forma consciente, nunca nos atreveríamos a expresar. Y como me pregunta Zalabardo si la cosa va hoy de psicología, de inmediato le contesto que no, que este comienzo es debido tan solo a que hoy vamos a tratar de una equivocación que no debiera haberse producido.
Sobre la equivocación me alertaba esta mañana Joaquín. En la página 34 de El País de hoy se podía leer este titular: Julio, primer transexual que cambia su identidad sin cirujía. Y me preguntaba a continuación si era correcta la forma cirujía. Se supone que un periódico serio y de gran tirada revisa sus contenidos y, al menos en los titulares, no deja que se deslicen errores como el que comentamos, y más teniendo en cuenta que, aunque el gazapo siempre acecha, hoy los procesadores de textos poseen correctores ortográficos que fácilmente pueden detectar los fallos. Por eso, ante la pregunta de Joaquín y lo flagrante de la errata, no pude menos que dudar y me fui al diccionario. Como no podía ser de otra forma, este no registra más que la palabra cirugía.
¿Por qué se cometen esos errores? Le digo a Zalabardo que los profesores que nos dedicamos a la enseñanza de la lengua decimos en harto número de ocasiones que es por falta de atención. Y, si no siempre, bastantes veces acertamos. Al menos, digo yo, la persona que ha compuesto ese titular debe saber cómo se escribe cirugía. ¿Por qué entonces se equivoca? Los expertos en ortografía del español dicen que la nuestra es clara y fácil porque sigue un criterio etimológico. Zalabardo, que va siguiendo atentamente mi exposición, dice no estar convencido ya que afirmar eso, continúa, presupone decir que la gente común y corriente está al tanto de las etimologías, asunto que habría que demostrar.
Creo que tiene bastante razón porque, aun así, veamos: se escribe cirugía porque viene del latín chirurgía, como se escribe geranio porque se deriva del latín geranion. Pero, ¿por qué, entonces, escribimos jirafa si su origen está en el italiano giraffa? ¿Y por qué el diccionario recoge las formas jenízaro y genízaro, dando preferencia a la primera, si proceden de otro italianismo, esta vez giannizzaro? A ver quién me ata esa mosca por el rabo, cierra el tercio Zalabardo después de leer este último párrafo.

martes, abril 10, 2007

YO SÉ UN HIMNO GIGANTE Y EXTRAÑO

¿No es ese -me pregunta Zalabardo- el verso introductorio de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer? En efecto -le respondo- así se inicia, en las dos ordenaciones que conocemos, el poemario al que su autor pensaba llamar Libro de los gorriones.
Pues me viene que ni pintiparado, pues yo quería hablar de himnos -dice-, y continúa: ¿Por qué será que en todos los países, el himno y la bandera son símbolos que están por encima de cualquier ideología y de cualquier contingencia temporal mientras que en el nuestro no sucede así? Aquí, continúa, cualquiera puede observar que uno y otra crean actitudes contrapuetas según en quiénes. Unos, por lo general los que miran más hacia el oriente, se los apropian como si no hubiera más muestra de españolía que la de ellos. Como yo le pregunte qué es eso de mirar hacia oriente, me dice con media sonrisa: sí, hacia la derecha. Los otros, me sigue diciendo, muestran una especie de vergüenza de utilizarlos, como si en ello hubiera cierto grado de pecado. Y en mitad de la trifulca no saben, ni unos ni otros, que el himno de España es uno de los más peculiares del mundo por el hecho tan simple de carecer de letra y, por eso precisamente, habría que dejarlo como está.
Y entonces caigo en la razón de sus palabras. Leía el otro día que los integrantes del Foro de Ermua van a presentar una letra que se una a la melodía de nuestro himno. Otro intento más que, creo, y espero, irá al cesto de la basura. En efecto, rebusco un poco de información y me entero de que nuestro himno nació como un simple toque militar de autor desconocido que Carlos III declaró, en 1770 Marcha de Honor, que terminó por ser llamada Marcha Real, por acompañar todos los actos en que estaba presente la realeza y fue acogido por el pueblo, de forma espontánea, como himno nacional. En 1870, el general Prim convocó un concurso para la creación de un himno nacional, que se declaró desierto porque ningún trabajo de los presentados mejoraba la marcha granadera, que se ha venido manteniendo salvo en la etapa republicana de 1931 a 1939. En 1997, el Estado adquirió los derechos de explotación de la versión armonizada en 1908 por Bartolomé Pérez Casas y, poco después, se publicó en el BOE la partitura oficial, según revisión y armonización de Francisco Grau Vergara. Siempre, sin letra.
Y no será porque no se haya intentado. En tiempos de Alfonso XIII, se encargó una letra al escritor Eduardo Marquina. Empezaba: "Gloria, gloria, corona de la Patria, / soberana luz / que es oro en tu pendón..." Al final de la guerra, el propio Franco solicitó a José María Pemán igual misión. Su versión se iniciaba así: "¡Viva España! /Alzad los brazos, hijos / del pueblo español / que vuelve a resurgir. /Gloria a la Patria que supo seguir, / sobre el azul del mar el caminar del sol..." Que si quieres arroz, Catalina. Antes y después ha habido intentos de Ventura de la Vega, de Aurelio Fuentes, de González Riera, del fraile marista Miguel Antonio y no sé de cuántos más. Hay otra, ignoro de quién es, que dice: "Linda España, / tus pueblos y montañas / suenan más allá, / por tierras de ultramar..." Incluso una satírica, la que comienza: "Franco, Franco, / que tiene el culo blanco / porque su mujer / lo lava con Ariel..." Y ahora, los de Ermua. Pues muy bien.
Zalabardo, que me mira con ojos de asombro, me pregunta de dónde saco toda esa información. Le respondo que, naturalmentee, para eso está la internet. Entonces, y ahora su expresión cambia y sus ojos adquieren un brillo de interés, lo de la bandera y el aguilucho... Mira, lo corto de manera tajante; eso vamos a dejarlo para otra ocasión más propicia.

lunes, abril 09, 2007

PADRINAZGOS

Creo que ya en otra ocasión he dicho que Zalabardo y yo solemos leer juntos la prensa en bastantes ocasiones. De vez en vez, comentamos alguna información. Unas veces coincidimos en la valoración; otras, no tanto. Desde hace algunos días, él no para de dar vueltas a lo que llama el caso de los directivos corruptos y sinvergüenzas de Intervida, esa fundación dedicada, entre otras cosas, al apadrinamiento de niños en sociedades del tercer mundo. O eso creíamos. Estos casos nos van haciendo cada vez más descreídos sobre esas autodenominadas sociedades sin ánimo de lucro. La sombra de la picaresca aparece siempre donde menos esperamos.
Cuando Zalabardo y yo éramos pequeños, en aquellas calendas del nacionalcatolicismo, tales tareas de apadrinamientos las llevaban, al menos en mi pueblo, las órdenes religiosas que contaban con misiones en "tierras de paganos"; se hablaba de dar una limosna con la que "bautizar a un negrito o a un chinito". Luego, en la revista de esa orden misionera, aparecía una breve nota que más o menos rezaba así: "Fulano envía la cantidad de equis pesetas para bautizar a un chinito con el nombre de..." ¿Será posible que aún haya por ahí algún chino inocente que se llame Zalabardo sin saber por qué?
Hablando de esos apadrinamientos, le digo a Zalabardo que la Escuela de Escritores, sí, esa misma que el año pasado, para conmemorar el Día del Libro, organizó la campaña de búsqueda de la palabra más bella de nuestra lengua, promueve ahora, para la misma festividad, otra campaña, denominada "Apadrina una palabra", para recuperar palabras que corran riesgo de desaparecer. Dicen, copio sus argumentos, que "todos tenemos una palabra asociada al corazón, adscrita a la memoria, eco de nuestra infancia. Una palabra, en fin, que nos gustaría que siguiera cuando ya no estemos." Y terminan comunicando su propósito: "Salvar el mayor número de palabras amenazadas por la pobreza léxica y barridas por el lenguaje políticamente correcto."
Zalabardo sabe lo poco que confío en los resultados de estas campañas. Pero también sabe que, pese a todo, me resulta difícil resistirme a enviar mi propuesta. ¿Qué palabra he enviado? Me ha costado decidirme porque eran varias las que luchaban por conseguir "tal honor". Todas estaban en igualdad de condiciones por el hecho de pertenecer al mismo campo de vivencias infantiles. Al final, lo que he hecho ha sido ordenarlas de una manera más o menos lógica y enviar la primera como propuesta, acompañada, en el razonamiento que piden, de todas las demás.
Así, mi palabra ha sido copa, en su significado de 'brasero hecho de cobre, azófar, barro, etc., con dos asas para poder ser llevado de un lado a otro'. En esta copa se quemaba cisco, 'carbón vegetal menudo', que podía ser de picón, 'el hecho de ramas de encina, jara o pino y que solo sirve para braseros' o bien de orujo, 'el hecho con los residuos de la aceituna ya molida y prensada'. Para atizar y mover las brasas se utilizaba una badila, 'paleta de hierro u otro metal que se usa para mover y recoger la lumbre en chimeneas y braseros'; a esta acción, atizar las brasas con la badila, se le llamaba echar una firma. Por fin, para combatir el tufo desagradable que estas materias combustibles pudieran provocar, se rociaba encima de ellas de vez en cuando un puñadito de romero y alhucema mezclados, lo que levantaba un agradable sahumerio, 'humo que produce una materia aromática que se echa en el fuego para sahumar'.
Todas ellas son, en esta época de radiadores y calefactores eléctricos, en pleno reinado de los aparatos de aire acondicionado, palabras destinadas a desaparecer. A mí, y a Zalabardo, aún nos traen el recuerdo de los inviernos de la niñez. Si alguien quiere colaborar en la campaña, ya sea proponiendo alguna palabra en peligro de desuso o votando por las que otras personas han propuesto, puede entrar en www.escueladeescritores.com/apadrina-una-palabra .

miércoles, abril 04, 2007

SOBRE TRANSPONDEDOR Y OTRAS PALABRAS

Me trae Zalabardo unas cuantas palabras con las que se ha topado estos días en diferentes medios. Todas ellas son interesantes por diferentes motivos, pero las traigo aquí para hacer referencia a lo que sí es admisible en la lengua y lo que no debería serlo tanto. Tienen que ver también con lo que tantas veces se ha repetido acerca de que la lengua es un organismo vivo que está en continua transformación, por lo que unas veces debemos enfrentarnos a la aparición de unos vocablos nuevos, otras veces a su desaparición y otras, en fin, a la simple modificación de sus formas o de sus contenidos.
La primera palabra que hablo es transpondedor. Se utilizaba al informar sobre una falsa alarma de secuestro aéreo y la expresión concreta era que el piloto había activado, por error, el transpondedor. Es esta una palabra propia de la ingenierría de satélites y se trata de un acrónimo formado a imitación del inglés transponder (transmitter + responder); en nuestra lengua, transmisor + respondedor. Sobre el proceso de formación, nada que alegar, aunque sí sobrte la circunstancia de que al ser el término técnico, después de su uso en un texto dirigido a un público amplio, debería haberse explicado ('dispositivo, repetidor o reemisor, que envía una señal identificable en respuesta a otra señal que actúa como pregunta', o algo por el estilo).
Las dos siguientes palabras son dos derivados. El primero es caucáseo, para designar a los naturales de la zona del Cáucaso. Es el gentilicio correcto, hay pocos con esa forma (jebuseo, 'de Jebús', raguseo, 'de Ragusa' y no sé si alguno más), pese a que lo más común es utilizar caucásico, que, sin embargo, significa 'pertenecientee a la raza blanca o indoeuropea, por suponerla oriunda del Cáucaso'. La otra palabra es baculazo; la emplea uno de los párrocos de San Carlos Borromeo, la llamada "parroquia roja", de Madrid, para definir la actitud hostil del obispo, que quiere impedirles a toda costa su modo de entender el evangelio. Este último podría ser un bonito tema para tratar en uno de estos apuntes y quizás lo haga la semana próxima. Y el sufijo, un prodigio de utilización, ya que una simple palabra define a las mil maravillas lo que se quiere decir.
Por fin, la otra palabra que trae Zalabardo es arramplar. La utilizó hace días en televisión y presentador al decir que el concursante quería "arramplar con todo". Ya sé que el diccionario RAE recoge este término, al que califica de coloquial. Yo diría que en boca de un presentador de televisión es más bien un vulgarismo, pues tal persona debería saber que el término correcto es arramblar, derivado de rambla, 'lecho de las aguas pluviales cuando caen copiosamente', de donde arramblar significa 'recoger y llevarse codiciosamente todo lo que hay en un lugar'.
Bien, como ya mañana es jueves santo, Zalabardo y yo nos tomamos un breve descanso y dejamos la agenda hasta el próximo lunes.

martes, abril 03, 2007

DIEZ AÑOS DE 'BLOGS'

Casi siempre que hay una conmemoración, Zalabardo me pide que diga algo sobre ella. En este caso quien cumple años es el propio género de las agendas eléctrónicas, las bitácoras o los blogs, como queramos llamarlos, aunque no dé igual un nombre que otro, según veremos unas cuantas líneas más adelante.
Parece que fue Dave Winer, en abril de 1997, el primero en utilizar este género en internet, con un diseño bastante simple, sin imágenes de ninguna clase, sino simplemente una anotación (post) sobre cualquier tema curioso o de interés. Vaya, tan simple como este cuaderno de Zalabardo, que, anticipo, está estudiando la posibilidad de modernizar el diseño para hacerlo más atractivo. Sería Jorn Barger el inventor de la palabra weblog, en diciembre de 1997. Poco después, Peter Merholz reduciría el nombre a solamente blog.
Dice Zalabardo que me deje ya de citas eruditas y vaya de lleno con el propio nombre, blog. Pues vamos a ello. Desde un principio, este nombre está asociado al lenguaje náutico, por internet se navega, y concretamente al cuaderno de bitácora. La bitácora es un pequeño armario situado en la cubierta de los buques, junto al timón, y donde se guarda la aguja de marear, es decir, la brújula. En ella se guarda también un cuaderno, llamado por ello de bitácora, en el que se anotan todas las incidencias de la navegación así como el rumbo, la velocidad y las maniobras necesarias. En inglés, este nombre es logbook, de donde surge web + logbook, que se acorta en weblog y, finalmente en blog.
En español, el diccionario panhispánico propone el empleo de bitácora o cuaderno de bitácora, aunque hay quienes optan por ciberbitácora o ciberdiario. Por su parte, Zalabardo, cuando creó este, ya veis que prefirió un nombre más modesto y también válido, agenda. En cuanto a su contenido, los posts, prefirió igualmente darles un nombre más de andar por casa, apuntes o comentarios.
Es tal el auge que estos cuadernos están adquiriendo, no hablo del de Zalabardo, sino en general (casi 73 millones y medio en el mundo, un millón y medio en España) que ya existe quien está pensando en aprovecharse de ello. En Estados Unidos se da ya el 'pay per post', 'pago por comentario', que consiste en que una empresa paga a quien mantiene una de estas agendas a cambio de que en ella hable de tal empresa. O sea, que se han inventado las bitácoras patrocinadas. Todo ello estaría muy bien, me dice Zalabardo, si cada anotación fuese presidida por un aviso que dijese algo así como "este comentario está patrocinado por Pensión La sola cama, donde hay pulgas toda la semana". Así lo sabríamos todos y podríamos elegir leerla o no.

lunes, abril 02, 2007

LAS MAGDALENAS

No sé si a todo el mundo le pasará lo que a mí, que, llegadas unas determinadas fechas, es casi imposible no asociarlas a una concreta experiencia de la niñez. Le pregunto a Zalabardo si a él le sucede tal cosa y me responde afirmativamente. Supongo que será cosa de la edad, pues solo a partir de cumplidos unos años precisos los humanos tendemos a mirar más hacia atrás que hacia adelante.
Cuando llega la Semana Santa, más que el olor a la cera y el incienso, más incluso que la bajada del Cristo de la Misericordia, el de los estudiantes, en la madrugada del miércoles santo desde la Colegiata hacia el centro de Osuna, que, según ya sabéis, es mi pueblo, lo que recuerdo son las magdalenas que mi madre y mi hermana hacían. Lo habitual era no hacerlas en casa, sino en una panadería para cocerlas en el calor del horno una vez que de este se hubiesen sacado ya las últimas piezas de la hornada del día. En mi casa, la costumbre era acudir a la panadería de Lavado, la misma que el otro día yo mencionaba, sin dar su nombre, al hablar de los molletes. Allí se elaboraba la masa y el aroma de los huevos, la harina, el azúcar, la mantequilla y las raspaduras de la corteza del limón, que son los ingredientes, se mezclaba con el de los últimos panes cocidos. El pueblo entero se envolvía en la fragancia de las magdalenas, pues eran muchas las familias que las elaboraban por aquellas fechas.
Aunque algunos lo quieran hacer creer, el nombre no le viene de la Magdalena evangélica, sino de otra diferente. En efecto, el origen de este 'bollo pequeño, hecho y presentado en un molde de papel rizado, con los mismos ingredientes que el bizcocho', según leemos en el diccionario de la RAE, es debido a Madeleine Paumier, una cocinera francesa del siglo XVIII que sirvió en la corte del rey polaco Estanislao I cuando este fue derrocado y se exilió a Francia. Por tal motivo utilizamos también, junto al nombre más común, el de madalena, más cercano al de la cocinera francesa.
Hay otro aroma asociado con el de las magdalenas, el de los ochíos, pero estos ya eran propios de otro lugar, Herrera, pueblo de procedencia de la mayor parte de mi familia. Los ochíos de Herrera son diferentes a los de Úbeda, que son más bien bollos. Los ochíos de mis tías eran una tira del grosor de un dedo, aproximadamente, y doblada en forma de U. La masa se parecía a la de las magdalenas, aunque se le añadía anís y matalaúva.
Zalabardo dice que, puestos a escoger, prefiere las magdalenas para el desayuno y los ochíos para acompañar el té de la tarde.