domingo, mayo 26, 2013

EL HOLANDÉS ERRANTE

          Cuando inicio la redacción de este apunte, Zalabardo, que como sabéis permanece a mi lado cuando escribo y que sabe de antemano el tema que voy a tratar hoy, me sugiere si no habría sido mejor titularlo El buque fantasma, que es el título de la novela que compuso el capitán Frederick Marryat inspirándose en la antigua leyenda, pero le contesto que a mí me gusta más el que definitivamente dejo.
          La leyenda a la que aludo es simple, conocida y cuajada de relaciones con otras más o menos semejantes. El capitán de un barco holandés (por cierto, que muchas veces se ha discutido si eso de holandés errante va por el capitán o por el barco), al encontrarse ante una terrible tempestad y desoyendo a sus subordinados que pretendían que buscara seguro refugio en algún puerto cercano, comete la blasfema osadía de jurar que no abandonará su rumbo hasta doblar el cabo de Buena Esperanza, así tuviera que navegar hasta el día del juicio final. Vanderdecken, nombre del capitán en la novela de Marryat, es castigado a vagar con su tripulación eternamente por los océanos sin tocar nunca puerto. Solo se le permitía, según algunas versiones de la leyenda, acercarse a la costa cada siete años en busca de una bella mujer dispuesta a redimir su pecado.
          ¿Me encontraré yo ante otro holandés errante?, pregunté hace unos días a Zalabardo. Por ahora, lo único seguro, o casi, pues ya se sabe eso de que nada hay seguro sino la muerte, es que tengo en mis manos la historia de un buque fantasma. Y le conté lo que ahora repito aquí.
          Hace años, bastantes ya, un alumno se me acercó y me entregó un sobre amarillento al tiempo que decía: “Que mi padre dice que si a usted le puede interesar esto, que se lo regala”. Abrí el sobre y dentro me encontré un legajo de unas 150 páginas en cuya portada se puede leer: Testimonio del Expediente formado con motivo de haver naufragado en las Playas de Marvella el Buque Olandez la Buena Esperanza. Su Capitan J. J. Wygens. Redacta el expediente (en marzo de 1823), con cuidada  caligrafía, D. Josef Marín Bedmar, escribano único de marina de aquel puerto.
          Expliqué a mi alumno lo que era aquello y lo exhorté a que contara a su padre el interés que podía tener el documento. Al día siguiente recibí esta respuesta: “Que dice mi padre que él no lo quiere y lo va a tirar a la basura; que si a usted le gusta, que se quede con él”. Naturalmente, me lo quedé.
          Pasado el tiempo y ya jubilado, he creído encontrar tiempo que dedicarle y he comenzado su estudio y transcripción. De lo que llevo hasta ahora, surge la historia siguiente: El día 4 de febrero de 1823, un buque holandés de nombre Buena Esperanza, cuyo capitán se llama Juan Jacobo Wygens, carga “vino y otros efectos” en el puerto de Cete y el día 8 zarpa con destino a Ámsterdan. Ignorante de cuál pudiera ser la ciudad de Cete, comencé a investigar hasta concluir en que puede que sea la ciudad del sur de Francia, y puerto importante en aquellos años, llamada Cette hasta 1927 y modernamente Sète. De allí partían los afamados vinos tintos del Ródano.
         En la travesía, según Wygens anota en su cuaderno de bitácora, les sorprende un temporal fuerte. El 5 de marzo observan que el barco comienza a hacer agua sin que las bombas puedan achicar de forma suficiente. Por fin, el día 7 de marzo de 1823, el capitán, de conformidad con el piloto y la tripulación, decide acercarse a la costa “con el fin de salvar el cargamento y sus vidas”. En la maniobra, encallan en “la Playa Boca del Río de Guadalpín”, frente a Marbella.
          Con ayuda de marineros de Marbella consiguen trasladar hasta los almacenes del puerto la carga del barco, aunque este, según la opinión de los buzos que lo revisan, está muy dañado y prácticamente perdido. Estoy enfrascado ahora con la transcripción del inventario realizado del cargamento y subasta de los restos. La tarea me tiene interesado e incluso se me ha ocurrido que el acontecimiento podría ser origen de una novela.
          ¿Y qué tiene todo esto que ver con lo del buque fantasma o con lo del holandés errante? Creo que es fácil de explicar y a ello voy. Lógicamente, lo primero que he hecho conforme avanzaba en la transcripción del texto ha sido recabar información. El Archivo Histórico de Marbella me contesta que en sus bases de datos no existe nada relacionado con tal acontecimiento. La Comandancia Naval de Málaga me expone que ellos conservan datos tan solo de los cinco últimos años y que toda la información la pasan a la Delegación de Defensa. Allí, tras algunas dificultades para hallar a la persona encargada del archivo histórico, me hacen saber que ellos poseen información a partir de la Guerra Civil y que, para lo que yo busco, debo dirigirme a Historia y Cultura Naval. Instituto de Historia, dependiente de la Armada. El general jefe del organismo me dice que en sus archivos no aparece nada sobre dicho naufragio. La Embajada de Holanda en España me remite al Instituto del Patrimonio Cultural de su país; aún no he recibido respuesta. Por último, también he escrito al Departamento Cultural de la Embajada de Francia; tampoco me han respondido, aunque a ellos hace menos que les escribí.
          Tras esto le pregunto a Zalabardo: ¿Es que la única información sobre dicho barco y su naufragio es la recogida en el legajo que obra en mi poder? ¿Es posible que no haya nada más en ninguna parte? Si fuese así, no hay duda de que mi Buena Esperanza, que se hundió veinte años antes de la muerte de Marryat, es otro buque fantasma. ¿Qué ocurrió con el capitán Wygens, los marineros y las dos o tres personas que iban en calidad de pasajeros? ¿Por qué mares de oscuridad navegan ahora? La Buena Esperanza, en este caso, no es un barco de leyenda, sino que fue muy real.

lunes, mayo 20, 2013

MIENTRAS ‘PUÉDAMOS’

            Eso es lo que me dijo un hombre ya bastante mayor cuando le pregunté si subía todos los años a la Fiesta de Verdiales de la ermita de las Tres Cruces. Mientras ‘puédamos’ y ‘haiga’ quien me traiga, fue su respuesta concreta y creo que no le faltaba razón, le comento a Zalabardo. Mientras podamos, añado por mi cuenta, debemos seguir adelante y no  dejarnos doblegar por las circunstancias. Zalabardo dice que me nota algo bajo de ánimos y le contesto que cuesta olvidar algunos acontecimientos, aunque debamos seguir adelante; por lo menos mientras puédamos.
            Esa fue la razón, pienso, de que el pasado domingo me fuese a Alhaurín el Grande a presenciar la Fiesta de la Cachorreña. Cualquiera que me conozca sabe que a Zalabardo y a mí nos gustan las fiestas de los pueblos y acudimos a cuantas podamos.

           La primavera supone un despertar de la vida en todos los sentidos y por doquier surgen motivos para festejar y para espantar las sombras que anublan el ánimo. Algo que nos llamó la atención nada más llegar a Alhaurín fue la abundancia de banderas verdes ondeando en los lugares más altos de la población. Preguntamos y pronto nos dieron razón: El verde, se nos dijo, es el color del campo en estas fechas y allí, en ese pueblo, las colocan para anunciar la celebración de las cruces de mayo.
            La Fiesta de la Cachorreña se organiza en el barrio de San Isidro coincidiendo con la festividad del santo. Como casi todas las fiestas de pueblo es simple y, a la vez, llena de candor. Uno de sus puntos fuertes era la muestra de encaje de bolillos que se celebraba.
            Creíamos que nos encontraríamos con algo soso y carente de gracia, pero la sorpresa fue mayúscula al comprobar cuánta gente, y no solo mayor, sigue practicando esta delicada labor. Allí había grupos representativos no solo de diferentes pueblos de Málaga, sino que vimos incluso un nutrido grupo venido de Huelva. Y mayor sorpresa fue la de contemplar cómo también hay hombres que se dedican a esta tarea. Tuvimos ocasión de hablar extensamente con Paco, un onubense que es todo un maestro en el manejo de los bolillos y que, con gracejo inigualable, nos explicó algunos de los secretos de este arte.
            Este tipo de fiestas, le digo a Zalabardo, dan oportunidad también de hallar palabras que uno desconoce o que, en algunos casos, había dejado de oír hace ya mucho tiempo. Le recuerdo a Zalabardo lo que hablábamos hace días sobre oficios y palabras perdidas. Allí, en Alhaurín, nos reencontramos con algunas de ellas.
            Pude saber que esa almohadilla cilíndrica sobre la que se va entretejiendo el encaje a base de un continuo claveteo de alfileres y vertiginosa danza de los bolillos se llama mundillo. Los había de todo tipo y tamaños, aunque, aparte del tradicional, nos llamaron la atención uno redondo y grande cuyo nombre es torta y otro de forma rectangular del que, lamentablemente, nadie pudo darnos el nombre si es que alguno tiene.
 
           Pero no solo había esa muestra de bolillos; también vimos otras muestras de artesanía. En particular me interesó un hombre que manipulaba esparto y que me recordó los años de niñez en mi pueblo, ya que allí se trabajaba mucho el esparto. Con él se hacían serones para las caballerías, cestas, esteras, persianas y, sobre todo, capachos destinados a las prensas de las aceitunas en las fábricas de aceite.
            La labor básica del esparto es lo que se llama la pleita. No es esta, sin embargo, una palabra rara, salvo en la escasez de su uso actual. Ya la recogía Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, definiéndola como ‘la faja que se hace de esparto para las esteras’. El DRAE dice que es ‘faja o tira de esparto trenzado en varios ramales, o de pita, palma, etc., que cosida con otras sirve para hacer esteras, sombreros, petacas y otras cosas’. Aunque, al parecer, el término nos llegó a través del árabe, su origen es griego. Pese a lo que en principio pudiera creerse, la palabra nada tiene que ver con pleito, con pleitear o con pleitesía, que tienen otro origen. Sí está relacionada, aunque pueda extrañar un poco, con plegar, pliegue, plica, pliego, aplicar, complicar, etc. Pero eso sería un asunto más largo de tratar.
            Si traigo aquí todo esto es porque, así se lo dije a Zalabardo, lo que más provocó mi extrañeza fue que, cuando pregunté a aquel hombre qué es lo que hacía, me contestó que iscales. Al replicarle yo que en mi pueblo aquello se llamaba pleita me dijo con toda naturalidad que la pleita es otra cosa. Y mirad por dónde, en aquel instante no se me ocurrió pedirle cuál era la diferencia, según él, entre una y otra labor, puesto que, a decir verdad, nunca he oído el término por él utilizado.
            Luego, ya en casa, me vino a la memoria que en mi pueblo, donde como en casi todos cada familia tiene un apodo, vivía una a la que llamaban Jicales. No lo sé, pero tal vez fuese interesante investigar si hay relación. La cosa, se lo decía el otro día a Jose Francisco, es no quedarse parado y mantener la mente siempre ocupada en algo. Al menos, repito, mientras puédamos

domingo, mayo 12, 2013

VERDIALES EN LA ERMITA DE LAS TRES CRUCES

            ¿Has reparado alguna vez —comento a Zalabardo— los duros contrastes entre hechos simultáneos que la vida nos depara? El domingo pasado, 5 de mayo, me encontraba en la Fiesta de Verdiales de la Ermita de las Tres Cruces. Por la tarde seleccionaba imágenes y preparaba los textos para esta entrada de la Agenda; al mismo tiempo, era ajeno por completo a que perdíamos a Pablo para siempre. 
            Por eso hoy me cuesta transcribir aquí mis impresiones sobre aquel evento folclórico y he decidido cambiarlo. Me limitaré tan solo a mostrar algunas de las imágenes que recogí y acompañarlas de palabras típicas de esta manifestación. Espero no cansaros con ello.
            Los aficionados y cultivadores de esta modalidad del folclore malagueño son llamados fiesteros o tontos. Este segundo nombre, que no gusta a nadie, tiene su origen en que primitivamente las fiestas de verdiales se celebraban el día de los inocentes.
            Los grupos reciben el nombre de pandas y están dirigidas por un alcalde, que, con su varilla, va dando entrada a músicos, cantantes y danzantes.

 
          Los instrumentos básicos que emplea una panda son un violín, varias guitarras, crótalos, castañuelas y un pandero.

           Más raramente, encontramos pandas que utilizan una bandurria o un laúd e, incluso, una caracola.

 
          El encuentro de dos pandas se llama choque, que, aunque antiguamente podía originar conflictos hoy se limita a un saludo protocolario de los alcaldes, que cruzan sus varillas.
            El baile recibe el nombre de lucha o revezo. Lo practican por lo común parejas solas o en grupo; suelen ser parejas de mujeres y, excepcionalmente, mixtas. Existe una modalidad que se llama baile en tresillo (dos mujeres y un hombre) al estilo del llamado zángano de Álora.


            


            Por fin, cada panda dispone de sus abanderaos, que muestran su baile característico. Este año, el público esperaba con ansia la actuación de un abanderao de una panda llamada El Negocio. Sin embargo, a mí me gustó más la actuación de una bella y morena abanderá del mismo grupo.